Al filo del alba, en ese instante de
canela en que el sol deshoja sus pétalos de luz sobre las olas, tu recuerdo se
hace piel sobre la mía. A veinticuatro horas de distancia de nuestro próximo abrazo,
el deseo perfila su sombra, en las estancias de mis sentidos. Sumida en este
dulce traqueteo del despertar marino me siento en la orilla y me pregunto, cómo
calcinar el tiempo sin tus besos para que no te añore mi yo enamorado.
Quisiera saltar al otro lado del espejo
y venir a tu encuentro, salvando esta existencia clandestina, urdida en el
crisol de las pasiones. Escucho el latido del mar retozando entre madréporas y
su eco se pierde más allá, por los caminos de cemento de la soledad urbana. No sé muy bien
que prodigiosa mecánica me lleva a añorarte tanto, ni que viento tuyo agita la
veleta de mis sentidos en una dichosa algarabía de delirios, pero todo, en esta
hora canela, me lleva a recordarte.
Me sumerjo en la euritmia de este mar
que clama su salmodia en oleajes, para quemar estas horas de carencia. Él viene
y va entre corales, travieso como un fauno, en su inmortal cortejo. Con cada
líquida pulsión, del lecho de madréporas se agita un revuelo de peces de
colores. Su alboroto es un gesto primitivo, una súbita ascensión desordenada que me lleva en su vorágine y en
un instante cárdeno y azul, exento de lógica terrestre, estás conmigo.
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