8/31/2014

DESDE LA LIBERTINA NOCHE



No sé si es la locura de agosto la que te trae a mi mundo onírico, cubriendo mi cuerpo de azul. Estoy tintada de ti hasta la médula y en mis sueños, vuelo hacia tu horizonte, emergiendo del insomnio que pulula por los senderos de la libertina noche.

Hoy me apetece perderme contigo por una playa escondida y comer helado bajo la luna. Sorber de tus labios el sabor del limoncello y ver reflejarse las estrellas fugaces en el espejo de tus ojos.

Me apetece que reboces mi piel de caricias y arena mientras modelo tu cuerpo con el cincel de mis dedos. Ven y tiraremos los relojes al fondo del mar para detener el tiempo. Nadaremos desnudos y nos embriagaremos de deseos y sal. Quiero que me susurres travesuras y me dibujes sonrisas hasta el amanecer.

Encierra las rutinas en el desván y sal del rebaño. Juntos seremos una pareja de ovejas negras, auténticas y libres, saboreando los misterios de la luna. Pon a dormir la cordura hasta que el sol arañe las tinieblas y te devuelva al sensato camino del urbano asfalto. Desborda tu mente de fantasías, pon aroma y sabor a los sueños y déjate llevar al limbo de todas las pasiones, allí donde se agitan los anillos de Saturno y vibra Venus, en plena eclosión estelar.

Esta noche de quieto silencio, quiero amasar tus sentidos hasta esculpirte el deseo y pintar una erótica acuarela en la tela de tu cuerpo. Dame tu mano y corramos por la orilla hasta perder el aliento. Te llevaré a un líquido paraíso de peces y lunas para bailar con las olas vestidos, tan sólo, de sensualidad y espuma.

No la desperdiciemos pues ya nunca volverá esta noche de agosto, ni su magia. Cada instante que perdemos es único e irrepetible y ningún otro puede suplirlo. Es por eso que te convoco, bajo todas las constelaciones, entre conjuros marinos y seductoras sirenas para vivir una orgía de sensaciones, al filo de la hora bruja.


8/29/2014

BREVE VUELO DE MARIPOSAS


Sumida en esa especie de duermevela matutino, que a menudo acompaña un perezoso despertar, lo sintió moverse por la habitación. Abrió, a penas los ojos para verle, aunque incluso con los ojos cerrados podía visualizarle. Tenía tan aprendido su modo de andar, su gesto, su sonrisa, que no necesitaba la presencia, para imaginarle tan nítidamente como si lo tuviese delante. Medio adormecida le vio entrar y más tarde salir del baño, con el pelo húmedo y revuelto, como a ella le gustaba. Observó cómo buscaba la ropa en el armario y la iba poniendo cuidadosamente sobre la cama para luego irse vistiendo. Se recreó en su sensual desnudez y en ese paulatino cubrir de su cuerpo, a medida que se enfundaba los pantalones y se abrochaba la camisa. Le oyó trastear, una vez más, por el baño y aspiró el perfume de su colonia cuando entró de nuevo en la habitación, para calzarse los zapatos.

Luego la envolvió el silencio. Un silencio roto tan sólo por los murmullos urbanos de la ciudad, que poco a poco, desperezaba su piel de asfalto. Se quedó un rato quieta, esperando, aunque no tenía muy claro lo que esperaba. Al final abrió del todo los ojos y la luz que empezaba a bailar por la estancia le dio la bienvenida. Tras las ventanas un incipiente sol anunciaba un cálido día de agosto. Se estiró, como un gato y se dio la vuelta entre las revueltas sábanas. Fue en ese pequeño intervalo de tiempo cuando, de repente, se cruzó con su sonrisa y mil mariposas se agitaron a su alrededor, componiendo un sublime vals aéreo.

Pero fue sólo eso: un breve y fugaz intervalo, un tiempo sin tiempo real. La sonrisa seguía allí, bailando frente a su mirada, pero no era él, sino su imagen atrapada en un papel, congelada allí por siempre. Desde la mesita de noche la risueña fotografía le sonreía, pero él, aquel que le había enamorado el alma, ya no estaba para darle los buenos días y cosquillear su espíritu.

Las mariposas se esfumaron como por arte de magia y ella se acurrucó de nuevo bajo las sábanas, como si de ese modo pudiera protegerse de la fría soledad. Fuera, ajena a su nostalgia, la vida seguía avanzando por un río de cemento y olvido.

8/26/2014

LA GATA SOBRE EL TEJADO


Creo que en otra vida fui gata. Sí, esa de la izquierda que parece un poco despistada, con el pelo rojizo y que se lame las patitas de delante con suma pulcritud. A veces tengo un “dejá vu” donde me visualizo junto con otros gatos, subida a los tejados, maullándole a la luna y sin más preocupación que la de vivir la noche y tumbarme panza arriba durante el día.

¡Eran buenos tiempos aquellos, sí señor! Mi yo gatuno, ese que aún conservo y llaman la memoria antigua, recuerda aquellas reuniones felinas sobre lo más alto de una ciudad durmiente, extasiados por los astros y el titilar de las estrellas… ¿quien dijo que un gato no puede ser poético? Alguna vez había coincidido con un congénere romántico (que los había) y que me regalaba su mejor concierto de ronroneos y suaves maullidos acompañados de roces gatunos, hasta hacer que mi pelo de fuego se erizase de placer. Os confieso que ahora, en mi vida humana, me pregunto dónde estarán aquellos románticos compañeros de escarceo felino y en qué espécimen se habrán reencarnado. En hombre seguro que no, pues a pesar de mi medio siglo de vida como fémina, aún no me he cruzado con ninguno.

Mi periplo gatuno fue una agradable etapa de Carpe Diem y libertad, de la cual admito me han quedado secuelas. Debe ser por eso que me gusta tanto andar a mi bola, la luna llena y que me rasquen detrás de las orejitas. Debo reconocer que detesto las sardinas y lo atribuyo a algún extraño trauma felino que no puedo recordar. Tal vez el fin de esa vida contemplativa y feliz se debió a algún pececito de esos, envenenado por una maléfica mano humana. Soy diversa y camaleónica y he sustituido mis siete vidas gatunas por sendos resurgimientos emocionales. No siempre caigo de pie, pues he perdido esa fantástica capacidad y a veces me doy un costalazo de la hostia (como diría un vasco) pero sé como retirarme a un rincón a lamerme las heridas, sin ser un grano para los demás, en salva sea la parte. Puedo ser muy dialogante y a la vez puro silencio, vivir sola y en compañía y gozar del placer de pacer como una oveja en un creativo prado de letras y ritmos.

¡Sí señor, fueron buenos tiempos aquellos! Lástima que en mi próxima vida no pueda repetir experiencia felina. Me pregunto si este involuntario fluctuar de un ser a otro acumula puntos y si, tras un buen bagaje de vivencias, disfrutes y sinsabores, amores y desamores, soledades y mogollones, ríos de lagrimas y nubes de sonrisas, corduras y despropósitos, tiene una finalidad concreta. Tras mi gran diversidad que me lleva a ser prudente y kamikaze, usar la inteligencia y dejarme vencer por sentimentalismos, ser fuerte o debilucha y ser siempre yo, pero nunca del rebaño, me cuestiono si, en un futuro, podré elegir mi próxima reencarnación.

Os aseguro que, sin dudarlo, elegiría ser gata y cada noche de luna llena me subiría al tejado de los sueños para ligarme a un romántico minino. Un mimoso y cosquilleante gato, que por supuesto sería azul.


8/17/2014

CREPÚSCULO DE CANELA




Él era pasión y calma, calor y hielo.
Le recordaba al sabor de la canela,
a tardes de otoño junto a la chimenea,
a manzanas asadas y arroz con leche,
prendidos en un tiempo sosegado y feliz.
Era puro ritmo conjugado entre silencios,
ola en calma, latiendo en remotas orillas
y aquel crepúsculo que enamora el alma.

****
Se dejó, una vez más, seducir por su recuerdo
y la tarde de verano se meció entre las góndolas.
Venecia, intemporal y etérea, ardía bajo el ocaso.
El pájaro azul de la nostalgia, se agitó en el horizonte
perfilando en su piel en íntimo trazo de un deseo.
Un deseo envuelto en manzanas y canela,
fundiéndose en el cénit del atardecer de fuego
que agonizaba en el lindar del olvido.


8/15/2014

UN PARAÍSO EN VERDE Y AZUL





En primer lugar: Gracias, compañero de viaje, por unos días llenos de armonía y de esas pequeñas cosas compartidas que ponen color a la vida. Tu esencia me ha llenado el aire asturiano de sonrisas y complicidad… Desde mi orilla, te abrazo.

Contigo he tenido la suerte de viajar a Asturias y ese viaje nos ha sumergido en un paisaje de contrastes. Una tierra de verdes y mareas que nos ha seducido con el suave desfilar de sus colinas, que se deslizan hasta casi besar la orilla. Esas orillas que modela la marea, esculpiendo en ellas efímeras huellas que vendrá a borrar otra marea en su incesante vaivén lunar. Ha sido muy agradable pasear por playas que se desnudan cada vez que el mar se retira y que nos han permitido explorar sus arenas y las formaciones calcáreas de sus rocas. Hemos visto grutas y misteriosas grietas por las que se escucha la respiración del mar, o tal vez de algún ser marino atrapado en sus profundidades. Por esos llamados “Bufones” en los días de temporal, rugen y se elevan las olas de un Cantábrico embravecido, lanzando al aire impresionantes surtidores de agua pulverizada. Hemos recorrido rincones por dónde fluyen pequeños ríos, cuyas aguas buscan fusionarse con otras aguas, entre olas y sal. Nos han sorprendido playas interiores, surgiendo como espejismos, tras un acantilado bajo el que se cuela el mar.

Asturias es un mosaico de inmensos prados por donde pasta el ganado. Pasear los senderos de su zona rural da la sensación de penetrar en un espacio de calma, donde llenarse las pupilas con todas las posibles gamas de verde. Allí el aire huele a bosque, a humedad, a veces a estiércol, a tierra que palpita bajo la suave llovizna bajo una atmósfera donde reina el silencio. Un silencio que a veces rompe la típica cadencia de los cencerros y los mugidos de las vacas. Potrillos y terneras ponen su toque simpático a esta manifestación bucólica y su juguetona presencia  nos ha invitado a inmortalizar el instante con nuestra cámara.
Es tierra de influencias celtas, magia, símbolos y leyendas. Personajes de fábula que fluyen por sus bosques y montañas, hasta bailar sobre los acantilados. Un desfilar de extrañas criaturas que velan por la naturaleza y parecían observarnos desde lo más espeso de los frondosos bosques, poblados de hayas, coníferas y abedules.

En lo alto de sus cimas, más cerca del cielo que de la tierra vimos los hermosos lagos que se abren al inmenso azul con su líquida mirada. El espejo de sus aguas coquetea con las nubes y el sol en una mutua seducción llena de irisaciones. A veces, ocultos por la niebla, se encierran en una intimidad serena y silenciosa. A su alrededor cimas y ondulaciones se suceden, creando una sensación de paz, por donde apetece andar sin prisas, cargando pilas para el regreso al tumulto urbano.
Asturias acoge al viajero con calidez y, a parte de su belleza paisajística, nos ha regalado su deliciosa gastronomía, haciendo que todos nuestros sentidos gozasen en una infinita orgía. Productos de la tierra y del mar se unen sobre la mesa creando una gran variedad de sabores, aromas y texturas, capaces de deleitar a los más exigentes paladares y ¡cómo no! el “culín” de la típica sidra, para acompañar tan sugerente tapeo.
No sólo hay que recorrerla en coche, sino que merece la pena calzarse las zapatillas para darse un buen garbeo por sus mil senderos, esperando encontrar una sorpresa tras cada escondido recodo. Así hemos andado sendas que se dibujan junto al curso de un río, conectando pequeños pueblos y dispersos caseríos. Estrechos caminos que remontan acantilados bajo los que palpita el mar, para luego bajar hasta una playa escondida donde regalarse un baño. Senderos que discurren entre majestuosos picos, para recordarnos que sólo somos minúsculas partículas en medio de tan exuberante naturaleza.

Alrededor del litoral de Llanes se dibujan las playas más bellas y más allá, Ribadesella abraza la amplia desembocadura del río Sella, creando un hermoso paisaje. Pasear por las dos orillas de ese gran estuario que divide la ciudad fue un autentico placer crepuscular y noctámbulo.

No quiero poner el punto final a este relato sin hacer mención a Nueva de Llanes, el pueblo donde nos hemos alojado. Allí nos sorprendió lo que iba a ser "nuestra casa" durante los próximos diez días: un singular apartamento que formaba parte de una casa rural en cuya decoración se mezclaban lo antiguo y lo nuevo, creando un atractivo contraste. Amplios muros de piedra, techo y suelos de madera, muebles que tenían impresas las huellas del pasado y en medio de todo esto la gran pantalla plana de televisión, estrategicamente situada frente a la inmensa cama, una cabina de ducha de última generación y un gran jacuzzi donde relajarse tras la jornada... ah, y me dejaba un curioso detalle: una hamaca colgada en plena habitación. Elementos de comodidad, sin perder las raíces de su aspecto de casona rural. En definitiva, un lugar muy agradable, de esos a los que no me importaría volver.

Las vacaciones y los lugares que visitamos, nos enriquecen el alma y los sentidos, pero lo que los hace aún mejores son las personas con quienes compartimos el trayecto. Asturias enamora y tal vez un día regresemos para seguir explorando su diversa geografía, pero de momento nos hemos ido de esa tierra con el corazón alegre por los días compartidos y plenamente disfrutados y a la vez, con esa brizna de nostalgia que siempre rodea el final de las vivencias especiales. 

8/14/2014

NAVEGANDO CON LA LUNA



Ayer, empedernida noctámbula, me fui a pasear por rutas de arena y me acerqué al rompiente, para escuchar el latido del mar. Desde mi marinero latifundio, observé que la luna parecía un poco triste. Yo tampoco estaba para tirar cohetes, la verdad sea dicha, y después de mirarnos mutuamente durante un buen rato, me vi sumergida en una especie de delio hipnótico. No sé si la luna sintió lo mismo o simplemente quería liberarse del calor estival, pero lo cierto es que la vi lanzarse al mar de los sueños, dejando el firmamento huérfano de luz. Desde la orilla, seguí su ruta entre las olas. Como una luminosa tajada de sandía fluctuaba en su rítmico vaivén, jugueteando con retazos de espuma. Allí, de pie, con el agua acariciando mis tobillos, sentí su llamada, como la de un faro en la noche.

No sé muy bien de dónde apareció aquella barca, meciéndose suave a pocos metros de mi. Era pequeña, sin vela ni marinero que la guiase y agitando sus remos, me invitó a subir.

Lo hice y puse rumbo hacia la luna que se veía a lo lejos moviéndose, como una misteriosa sirena entre delfines. Remé y remé, por el océano de los sueños, embarcada en la inconsciente nave de las utopías, hasta alcanzar la traviesa luna. Desde el agua, me lanzó un par de destellos que cosquillearon mi piel. Era su manera de pedirme que la acercase a la orilla y así, siguiendo la ruta de las estrellas de mar, surcamos olas de ilusiones, mareas de pasión y deseos enredados entre madréporas. Al llegar a tierra firme la vi elevarse, hasta quedarse flotando en el cielo infinito, camino de tierras remotas.

No había sido un buen día, pero ese viaje con la luna por el océano de los sueños me había convertido la noche en un paraíso. Amanecí, aún paseando por el filo de las arenas que bañaban sus playas, mientras el alba me devolvía al mundo real, difuminando el bálsamo de las fantasías que, con sus brillantes colores,  colgaban de los cocoteros.

Hoy tampoco se prevé una jornada para tirar cohetes, pero la afrontaré con la esperanza de salir a navegar de nuevo esta noche, olvidada de todo y hasta dónde la luna me lleve.

8/13/2014

EL VUELO DE LOS ELEFANTES



La noche de verano jugaba a enredarse entre las calurosas sombras, bajo un cielo de lunas azules y estrellas errantes. Ella, sentada en la terraza, dejaba fluir las horas sin sentir su latido. Con la soledad por compañera y la música bailando en la brisa, perfilaba en el oscuro vacío un mundo onírico poblado de extraños seres, metáfora de todo lo irrealizable.

Sostenía en la mano una copa de cava rosado y vestía su piel con seda roja y transparencias. Intemporal y loca era la diosa de la hora bruja. En ese quieto espacio, creaba espejismos y los borraba a su antojo, disfrutando con aquel juego de utópico desafío. El universo era una inmensa pantalla por donde desfilaban, en perfecta formación, un grupo de peces con chistera y bastón, un conjunto de vacas roqueras tocaban la guitarra y centenares de mariposas surfeaban sobre unas olas teñidas de crepúsculo. Sobre una playa de verde arena, las conchas marinas desgranaban arias de ópera y una manada de elefantes surcaba las nubes en vuelo rasante hacia nunca jamás. Un equipo de luchadores de sumo, vestidos con un etéreo tutú, practicaban un “arabesque” Un hombre duro lloraba a moco tendido y una romántica ninfa huía despavorida de ese virus llamado amor.

A medida que avanzaba la noche y se sucedían las copas de cava la tinta de sus sueños lo teñía todo de un mayor surrealismo. Ilógicos e irrealizables eran la mirifica metáfora de todos aquellos sueños que el viento se llevaba cada día, borrándolos de la tela de su vida.

De repente, una orgía de luces iluminó los prados de la noche, labrando las sombras, como una bandada de luciérnagas. La lluvia de estrellas inundó el firmamento de pequeños folios donde escribir un deseo. Eran tantas que no pudo contarlas todas, pero sí que formuló un único y absurdo deseo para satisfacer su yo fantasioso y crédulo. Lo vio flotar entre galaxias y planetas, creando un arabesco de luz y entonces elevó su copa, en un mudo brindis, por la magia de los sueños perdidos.

Quién sabe si mañana los elefantes volarían… ¿Acaso no lo hizo Dumbo?

8/12/2014

ELLA


Ella, noctámbula, habitante de la noche
hace de las sombras un sensual refugio
donde reencontrar la sensación amada.
Luna azul, silencio, deseo, soledad, él…
se deslizan por su piel como un tóxico
envenenando cada uno de sus sentidos.
Le perfila en su mente, lo desnuda
con el poder absoluto del pensamiento
convirtiendo el recuerdo en placer.
Un placer voluptuoso que sedimenta
penetrando por cada poro de su cuerpo.
Hay ritmo entre las olas, música, luz
vaivén amoroso, hipnótica fusión
flotando en el mirifico aliento del sueño
y este se convierte en presencia y materia
en el suspiro de un incandescente vuelo.
Ella, noctámbula, habitante de la noche
flota en una nube de tacto insinuante
que detiene los relojes en el fuego
de una noche de verano sobre sábanas de arena.
Ella, noctámbula. Habitante de la noche
añorada de amor, frágil y solitaria
se refugia en su onírico universo
donde el espejismo son dos amantes
bailando sobre el punto de fuga de la metáfora
que dibuja el poema de todas las pasiones.