En primer lugar: Gracias, compañero de
viaje, por unos días llenos de armonía y de esas pequeñas cosas compartidas que
ponen color a la vida. Tu esencia me ha llenado el aire asturiano de sonrisas y
complicidad… Desde mi orilla, te abrazo.
Contigo he tenido la suerte de viajar a
Asturias y ese viaje nos ha sumergido en un paisaje de contrastes. Una tierra
de verdes y mareas que nos ha seducido con el suave desfilar de sus colinas, que
se deslizan hasta casi besar la orilla. Esas orillas que modela la marea,
esculpiendo en ellas efímeras huellas que vendrá a borrar otra marea en su
incesante vaivén lunar. Ha sido muy agradable pasear por playas que se desnudan
cada vez que el mar se retira y que nos han permitido explorar sus arenas y las
formaciones calcáreas de sus rocas. Hemos visto grutas y misteriosas grietas
por las que se escucha la respiración del mar, o tal vez de algún ser marino
atrapado en sus profundidades. Por esos llamados “Bufones” en los días de
temporal, rugen y se elevan las olas de un Cantábrico embravecido, lanzando al
aire impresionantes surtidores de agua pulverizada. Hemos recorrido rincones
por dónde fluyen pequeños ríos, cuyas aguas buscan fusionarse con otras aguas, entre
olas y sal. Nos han sorprendido playas interiores, surgiendo como espejismos,
tras un acantilado bajo el que se cuela el mar.
Asturias es un mosaico de inmensos
prados por donde pasta el ganado. Pasear los senderos de su zona rural da la
sensación de penetrar en un espacio de calma, donde llenarse las pupilas con
todas las posibles gamas de verde. Allí el aire huele a bosque, a humedad, a
veces a estiércol, a tierra que palpita bajo la suave llovizna bajo una atmósfera
donde reina el silencio. Un silencio que a veces rompe la típica cadencia de
los cencerros y los mugidos de las vacas. Potrillos y terneras ponen su toque
simpático a esta manifestación bucólica y su juguetona presencia nos ha invitado a inmortalizar el instante con
nuestra cámara.
Es tierra de influencias celtas, magia, símbolos
y leyendas. Personajes de fábula que fluyen por sus bosques y montañas, hasta bailar
sobre los acantilados. Un desfilar de extrañas criaturas que velan por la
naturaleza y parecían observarnos desde lo más espeso de los frondosos bosques,
poblados de hayas, coníferas y abedules.
En lo alto de sus cimas, más cerca del
cielo que de la tierra vimos los hermosos lagos que se abren al inmenso azul
con su líquida mirada. El espejo de sus aguas coquetea con las nubes y el sol
en una mutua seducción llena de irisaciones. A veces, ocultos por la niebla, se
encierran en una intimidad serena y silenciosa. A su alrededor cimas y
ondulaciones se suceden, creando una sensación de paz, por donde apetece andar
sin prisas, cargando pilas para el regreso al tumulto urbano.
Asturias acoge al viajero con calidez y,
a parte de su belleza paisajística, nos ha regalado su deliciosa gastronomía,
haciendo que todos nuestros sentidos gozasen en una infinita orgía. Productos
de la tierra y del mar se unen sobre la mesa creando una gran variedad de
sabores, aromas y texturas, capaces de deleitar a los más exigentes paladares y
¡cómo no! el “culín” de la típica sidra, para acompañar tan sugerente tapeo.
No sólo hay que recorrerla en coche,
sino que merece la pena calzarse las zapatillas para darse un buen garbeo por
sus mil senderos, esperando encontrar una sorpresa tras cada escondido recodo.
Así hemos andado sendas que se dibujan junto al curso de un río, conectando pequeños
pueblos y dispersos caseríos. Estrechos caminos que remontan acantilados bajo
los que palpita el mar, para luego bajar hasta una playa escondida donde
regalarse un baño. Senderos que discurren entre majestuosos picos, para
recordarnos que sólo somos minúsculas partículas en medio de tan exuberante
naturaleza.
Alrededor del litoral de Llanes se dibujan las playas más bellas y más allá, Ribadesella abraza la amplia desembocadura del río Sella, creando un hermoso paisaje. Pasear por las dos orillas de ese gran estuario que divide la ciudad fue un autentico placer crepuscular y noctámbulo.
No quiero poner el punto final a este
relato sin hacer mención a Nueva de Llanes, el pueblo donde nos hemos alojado. Allí nos sorprendió lo que iba a ser "nuestra casa" durante los próximos diez días: un singular apartamento que formaba parte de una casa rural en cuya decoración se mezclaban lo
antiguo y lo nuevo, creando un atractivo contraste. Amplios muros de piedra, techo y suelos de madera,
muebles que tenían impresas las huellas del pasado y en medio de todo
esto la gran pantalla plana de televisión, estrategicamente situada frente a la inmensa cama, una cabina de ducha de última generación y un gran jacuzzi donde
relajarse tras la jornada... ah, y me dejaba un curioso detalle: una hamaca colgada en plena habitación. Elementos de comodidad, sin perder las raíces de su aspecto de
casona rural. En definitiva, un lugar muy agradable, de esos a los que no me importaría
volver.
Las vacaciones y los lugares que
visitamos, nos enriquecen el alma y los sentidos, pero lo que los hace aún
mejores son las personas con quienes compartimos el trayecto. Asturias enamora
y tal vez un día regresemos para seguir explorando su diversa geografía, pero
de momento nos hemos ido de esa tierra con el corazón alegre por los días compartidos
y plenamente disfrutados y a la vez, con esa brizna de nostalgia que siempre
rodea el final de las vivencias especiales.