La vida es un tango, a veces apasionado,
otras melancólico y de olvido. Es un hola, un adiós, una sonrisa y una lágrima.
Es a veces sol, neutro cielo gris o tormenta. Es fugaz e inestable, somos
frágiles y a la vez emocionales. No siempre el corazón sabe cómo dialogar con
el cerebro y ambos se enzarzan en un duelo de cordura contra locura de
imposible conjugación. La vida no es fácil y a menudo se nos pierden sus
instantes, como el agua entre los dedos, sin sentir y sin vivir. Es un
claroscuro, donde la luz y las sombras juegan a perseguirse, formando un todo,
pues no existirían las unas sin las otras. La vida es un laberinto que discurre
a través de trayectos cíclicos, entre amores y desamores, afectos y artificios edénicos.
El trayecto está plagado de vaivenes, hay espacios de soledad, ausentes de
sonidos y encuentros llenos de música y armonía.
En ese deambular caótico de los sentidos
hay que aprender a crear prioridades y sobre todo a ser uno mismo. Personalmente
me ha costado unos cuantos años de luces y sombras pero hoy, por fin, puedo
afirmar que vivo a mi manera. Ya no siento el prejuicio de vivir como los
otros, sino como yo pienso y siento. El día a día me regala complejos instantes,
pulsaciones de mis sentidos y encrucijadas que debo resolver. En ese universo
de vida me invento y reinvento, aprendiendo a crear mis propios espacios.
Sedienta de sensaciones avanzo, buscando la clave de la felicidad escondida en
las pequeñas cosas. A veces, me apeo en una estación, entre suspiros y pausas, sumida en un necesario reposo, a la espera que una estrella me lance un guiño, para sumergirme de nuevo en la vorágine de las emociones.
Sé que lo más importante es hallar
conexiones, ritmos, razones de ser, mucho amor y sonrisas, pero todo ha de ser
siempre resuelto en la esencia de uno mismo, sin copias ni prejuicios, ni
falsas hipocresías. Del ayer al hoy aprendí a conocerme a través de la energía celular
que genera la danza de la vida, a ser lo que soy y a disfrutar de ello, pero
siempre viviendo a mi manera.