Tuvieron que pasar muchas lunas de
canela, muchos amaneceres de azafrán, muchos soles de jengibre y muchos crepúsculos
de manzana para desteñir su infinita paciencia. Durante todo ese tiempo subió y bajó del guindo y se dispersó entre
volutas azules para volverse a concretar. Escaló cimas muy altas y tuvo algunas
caídas felinas, aunque sin graves consecuencias, pues había aprendido a caer de
pie, como los gatos. Caminó por suaves arenales, entre dunas de colores y se
perdió en algún que otro pedregal que le dejó diversas raspaduras de perennes
cicatrices. Sintió el vértigo de vivir atrapada en un laberinto de
emociones y el placer de habitar el paraíso. Fue sugerente presencia e
invisible olvido, oráculo, pasión, necesidad, kleenex, cómplice, estorbo, luz,
sombra, brisa, topo, vaivén, amiga, amante, enamorada, deseo, nada…
Un buen día ella desapareció sin dejar
rastro. Nunca supe el motivo, aunque supuse que, al final, se había cansado de vivir en aquella especie de montaña rusa emocional. Hubo también rumores de que
había buscado refugio en otras pieles y otros brazos, con el fin de olvidarle, pero ninguno pudo ser
confirmado. Lo único seguro fue su huida hacia Nunca Jamás.
Así hasta aquel día, de eso hace un par
de meses en que, tras muchas más lunas de canela y desérticos silencios, me la
encontré sentada en un banco del paseo marítimo. La envolvía una especial
atmosfera. El azul se enredaba a su cuerpo, se trenzaba en sus cabellos y se
fundía en su mirada. Estaba sumida en una especie de idílica contemplación. Temerosa
de romper el hechizo, la observé durante un rato, antes de decidirme a abordarla
y justo entonces, ella se levantó. Con paso armonioso se acercó a la arena,
hasta rozar la orilla. Un vaivén de olas traviesas se arremolinó entre sus pies
desnudos y la mar pareció sonreírle entre luciérnagas de soles. Poco a poco se
fue sumergiendo, envuelta en el líquido abrazo. Parecía feliz, habitante de
otra dimensión, libre de ataduras, sin lastre emocional, virgen de amor y pasiones.
Lo último que vi fue su roja cabellera, antes de que una ola la cubriese con su
velo azul. Desapareció de mi vista, como un espejismo licuándose entre las
aguas.
Dicen que su amante, el causante de su
desvarío, aún la recuerda y en noches soledad y canela añora su destello. Dicen
que, en su deambular sin rumbo, se ha fundido en otros cuerpos, en otras caricias, pero no
consigue borrar las huellas que, con sus colores, ella le tatuó en el alma.