12/25/2015

ESENCIA NAVIDEÑA





Ya llevo muchas navidades vividas, primero como niña, luego como madre y ahora con hijos mayores que, como “El Almendro” vuelven a casa por Navidad. Las he visto de todos los colores, llenas de sonrisas e ilusiones y tristes, colmadas de ausencias, así que confieso que, a estas alturas,  ya no son muy trascendentales para mí.

Recuerdo Las de mi niñez, no tan abundantes en todo, pero si con más esencia navideña. Desde entonces se han convertido en un periodo realmente estresante. Mucha gente empieza a detestar estas fiestas y he escuchado más de un comentario del tipo: me gustaría irme a dormir y despertarme ya en inicio de año. La verdad es que convertir unos días como estos en una carrera contra reloj termina por agotar. La fiebre por consumir se convierte en el principal objetivo… amigo invisible, Papa Noel, fin de año, se anticipan a los típicos Reyes Magos y esto es un no parar.

La economía se resiente y los nervios también. Encontrar el regalo perfecto y ajustado a nuestro bolsillo es la meta. Lo peor es que, en muchos casos, dicho regalo acaba olvidado, porque cada uno tiene sus gustos y resulta muy difícil acertar. 

Entre tanta edulcorada filosofía de paz y amor, muchos sería importante detenerse a reflexionar en todos aquellos que viven en la miseria o están inmersos en una guerra que los despoja de todo. Realmente el pertenecer a un lugar o a otro determina nuestra vida y si tenemos la gran suerte de estar en el lado de la luz, no debemos olvidar a los que pasan estos días sumidos en las sombras.

¿Navidad, dulce Navidad, o maratón consumista? Cada uno que lo enfoque según sus perspectivas, pero no dejemos que las normas que propone la sociedad distorsionen la esencia navideña. Después de diciembre están enero, febrero y muchos meses más en los que cada día puede ser un regalo, todo depende de nosotros y de cómo queramos vivir estas fiestas. Lo ideal sería que fuesen el plácido preludio de un nuevo año, vivido en armonía con el corazón y los sentidos. Lo importante son las personas y el compartir cada minuto, regalando lo mejor de nosotros mismos.


12/14/2015

A VISTA DE GATO


Es casi medianoche, justo la hora en que me gusta darme un garbeo por el barrio para encontrarme con mis colegas. Me he pasado buena parte del día sesteando al sol otoñal y ahora me siento en plena forma, así que inicio un paseo vertical a través de los balcones de la fachada. Me detengo en el del 3º 2ª y través de la iluminada ventana veo a la anciana que vive allí, sentada frente al televisor. Lo tiene puesto a toda potencia, debido a su sordera. Se abriga las piernas con una manta y sus manos, deformadas por la artrosis, sostienen una taza de té. En verano, cuando tiene las puertas del balcón abiertas, a veces me cuelo en la casa y me regala unos mimos y un cuenco de leche. La mujer está muy sola, sus hijos pocas veces vienen a visitarla y cuando lo hacen resulta una visita exprés, alegando lo muy ocupados que están. Durante unos instantes y, en precario equilibrio sobre la barandilla, observo su mirada triste. Cuatro pisos más abajo, las farolas perfilan la calle y me recreo en el vértigo de la adrenalina que genera este funámbulo paseo. No os vayáis a pensar que soy un gato inconsciente, pero confieso que me atrae el peligro. Además ¿no dice la leyenda urbana que siempre caemos de pie? Desde luego desde esta altura no pienso comprobarlo, no sea yo la excepción que confirma la regla, pero a lo que íbamos.... o sea mi nocturna exploración por el vecindario. 

Bajo por una especie de canalón que recoge las aguas y me planto frente al 3º 2ª. Allí reina el caos más absoluto. La inquilina, una joven estudiante de 2º de bellas artes, trabaja en la elaboración de una tela. A su alrededor se extienden diversos materiales, tubos de pintura al oleo, botes de médium, esencia de trementina y pinceles de diversas formas y tamaños. Sobre el caballete la tela  vibra envuelta en una amalgama de colores. La chica los extiende con un pincel plano y de vez en cuando, se aleja para ver la obra en perspectiva. Me encanta esa locura creativa y me imagino de improvisado pintor, mojando mis cuatro patas en pintura y creando sobre el lienzo una impresionante obra maestra gatuna. 

Sumido en artísticas cavilaciones, salto de repisa en repisa y me planto ante el 2º 2ª. Un pisito de soltero, donde vive un atractivo cuarentón. Esta noche observo que tiene ligue en perspectiva. Una morenita de curvas exuberantes y chispeante sonrisa se lo mira embobada. Están muy juntitos en el sofá con una copa de cava rosado en la mano. Una bandeja de trufas reposa sobre la mesita y él coge una y se la ofrece con un gesto de estudiada sensualidad… se me hace la boca agua y no por el toque sensual, sino más bien por las trufas. Humm, en este momento ella se le acerca más, se quedan mirándose y juntan sus labios en un beso interminable. A partir de ahí no cuento nada más, pues la censura no me lo permite, pero os aseguro que ha sido para tirar cohetes y más. 

Me deslizo hasta el piso de abajo, con un punto de calentura gatuna vibrando en mi piel. El 1º 2ª es la vivienda de una familia con cinco hijos. Ahora mismo todos los niños duermen, pues mañana deben madrugar para ir al cole. En el salón la mamá está dándole a la plancha. Sobre una de las sillas hay un gran montón de ropa para doblar y, un ruidito procedente de la terracita de la cocina, me indica que la lavadora está en pleno funcionamiento. Calculo que a la buena mujer le quedan aún un par de horitas de trabajo casero y lanzo una mirada de reproche al marido, que permanece cómodamente sentado frente al televisor, con una cerveza en la mano ¡viva la igualdad de sexos¡

En fin, con unos ágiles saltitos aquí y allá me encuentro en plena acera. Mi calentamiento gatuno aún me cosquillea el cuerpo y entonces la veo. Sí, es una gata de pelo suave y dorado que se pasea a escasos metros, meneando su trasero con una gracia inigualable. Respiro hondo y, con un maullido seductor, acorto distancias, moviéndome con felina elegancia. Sus ojos verdes se cruzan con los míos, hay una descarga de eróticos decibelios entre ambas miradas y nos adentramos en la oscuridad del parque cercano. 

Aquí pongo punto final a mi relato con un cartelito de cinco rombo.

11/30/2015

SOLTAR LASTRE


Hoy, de repente, me ha dado por hacer limpieza. No una limpieza convencional, de un espacio físico, sino de mi yo interior.

Me siento frente al sol naciente y, mientras este caldea mi piel, subo los peldaños del desván donde se almacenan mis vivencias y emociones. Me pierdo, sin prisas, por ese íntimo espacio donde tengo guardadas mis experiencias, lo bueno y lo malo de mi vida, lo que esta me ha dado y me ha quitado y, poco a poco, lo voy aireando. 

Creo que de vez en cuando, es necesario hacer un alto en el camino y dedicar un tiempo ha hacer limpieza, soltar lastre y aprender de lo vivido, incluso de lo mal vivido.

Voy poniendo en una caja todo aquello que en su día me causó dolor. En otra los imposibles, los sueños ya caducados, los desencantos y todo lo que resulta nocivo para mi estabilidad emocional. Cargada con ambas cajas me acerco al contenedor de los residuos para librarme de toda esa pesada carga.

Por último, con el espíritu limpio, ordeno en los espacios vacíos los planes futuros, las ilusiones y los nuevos proyectos. Lo dejo todo bien colocado y en perfecta armonía. De ese modo, todo ese precioso tesoro de esperanzas me va a llenar de energía positiva ,alimentando mi espíritu con la fuerza que genera el explorar nuevos horizontes.

Muy despacio voy cerrando las puertas de mi yo. Me siento nueva y reciclada, feliz y dispuesta a futuras vivencias, sin lastre, pero sin olvidar lo aprendido.

Sé que me equivocaré de nuevo, que sufriré, que cometeré sanas locuras, las disfrutaré y sonreiré, me emocionaré y me arrepentiré, pero seguiré avanzando. Al fin y al cabo, eso es la vida: una sucesión de ciclos que contienen luces y sombras. Un continuo fluir donde todos los colores tienen cabida, incluso el negro.

Al final lo que importa es saber pasar página, hacer limpieza y no perder la capacidad de volver a ilusionarse.

11/26/2015

FUSIÓN DE TIERRA Y MAR



El ámbar de la mañana se derramaba como lluvia de rocío sobre las quietas aguas. La arena de la playa estaba fría al contacto con sus pies desnudos y la fresca brisa otoñal revoloteaba a su lado enredada a los aromas marinos. Se arrebujó más en su jersey de gruesa lana y caminó hasta casi rozar la orilla.

El mar era un espejo líquido. Una mirifica superficie donde el sol naciente  dibujaba una quebradiza estela de pequeños cristales. Un frágil tatuaje flotando sobre la piel salada trazando un sendero sembrado de brillantes.

Anduvo a lo largo de la fina línea que delimitaba el rompiente, atenta al susurro de las olas y a los sonidos de la mar. Juntos orquestaban una melodía acuática y relajante que fluía por sus sentidos. Música de agua vibrando en el pentagrama de un nítido cielo, sin mancha de nubes.
Aspiró la salada brisa mientras dejaba vagar la mirada por el líquido paisaje. Unas pocas gaviotas ejecutaban su alada danza, casi a ras de olas y un grupo de pequeños veleros se movían, a cámara lenta,, cerca del puerto.

Entonces lo vio. Nadaba en aquellas aguas que la incipiente mañana pintaba de miel y canela. Avanzaba a grandes brazadas, componiendo una magnifica simbiosis con la mar. Lo observó, fascinada por la armonía de sus movimientos. Parecía un ser de agua, fusionado en una piel de hombre. No veía su rostro, sólo sus fuertes brazos y el oscuro cabello.

Justo a pocos metros del rompiente él se detuvo y entonces sus miradas se cruzaron. La de ella marrón como la tierra húmeda del otoño, la de él, un calidoscopio de todos los azules de la mar.

No hubo palabras, sólo el mudo lenguaje de las sensaciones percutiendo a flor de piel. Una llamada primitiva y sensual, una simbiosis de mar y tierra concretándose en todas las playas de los sentidos.
El frío otoñal se diluyó y mil pájaros de fuego poblaron la quieta mañana, mientras ellos (tierra y mar) se fusionaban en un eterno abrazo de olas y arena.

     

11/16/2015

AGUA DE PASIONES Y SAL


Reposa, sobre el asfalto de la noche, sumida en un inquieto duermevela. El tic tac de las horas quietas se agita en los confines de su insomnio mientras ella vuela sueños que levitan, hasta rozar el perfil del plenilunio y se pierden tras la cara oculta de la luna o tal vez se concentran en las cimas de lo imposible.

Por el océano del universo navegan las estrellas agitando en su estela dorada olas de deseo. Olas como caricias que rompen en el arenal de su piel desnuda, devolviendole el tacto de su amante.

Más allá de la ventana, las desiertas calles se llenan de susurros que, enlazados a la brisa de otoño, arañan los cristales de la estancia, convocando el recuerdo de lo prohibido.

La noche huele a luna y planetas errantes y se derrama sobre su cama como besos sin labios.

Sábanas de añoranza la cubren y los minutos se ahogan en la ausencia. Le busca, en cada latido urbano, en cada eco nocturno, en la soledad de las horas huecas. Clama su presencia con cada sentido, con cada poro de su piel y su llamada se pierde en el vacío de la nada.

El silencio se quiebra en la nostalgia surcando un cosmos de azabache donde habita el divino Morfeo. Sólo él con su abrazo puede sumergirla en el sueño del olvido.

Sueño, espacio sin mente, puente entre el hoy y el mañana, espacio entre dos encuentros, bálsamo que ahoga el poder del recuerdo.

Mientras se va durmiendo, las estrellas siguen navegando cielos y dejando tras de sí un tatuje de olas de deseo.

Olas, marea de lo prohibido. Agua de pasiones y sal impregnando los cuerpos de los amantes que, en plena magia del sueño deshojan, beso a beso, la margarita azul de la sensualidad.

11/09/2015

DESVÁN DE LOS DESEOS


Mar de otoño, espejo oscuro,
me duermo en tus crestas de espuma
bajo esta luna que misteriosa invita
a descorrer las cortinas de la mente.
Al abrigo de este espacio neutro,
me olvido del tañido del tiempo
dejándome abrazar por los recuerdos
y el lejano latido de la magia
que dibujó la brevedad de un beso.
Eco imborrable del cálido instante
en que rozaste mis labios con tu aliento.
Así pasé por tu vida, fui apenas suspiro
como la fugaz estrella que rasga el cielo
y muere en un lugar incierto.
Hoy no me importa si es azul la luna,
si la mar ya no devora amaneceres,
o el crepúsculo se quema en el vacío.
El reloj de la existencia cuelga inmóvil
de la pared desconchada de mis sueños
y la nostalgia rasga el velo del silencio
mientras mi verso se agita vagamente
en el profundo vacío de la ausencia.
Esta noche de sal y planetas errantes,
envuelta en el susurro de las olas
te invoco, desde la quieta playa.
Sé que es inútil que huya o que me esconda
porque habitas en mi desván de los deseos
donde viven los anhelos sin olvido.


11/04/2015

RESURGIR




Visitó sus abismos y descubrió la angustia de la nada, de no pertenecer. Perdida en un suspiro de vida, fluctuó de un lado a otro, buscando la complicidad de otro suspiro para seguir viviendo.

Ese deambular sin rumbo fijo le llenó el alma de soledad. Una soledad que la visitaba en horas silenciosas, como un indeseable huésped, para que no la olvidase y la impregnó de nostalgia hasta tatuarse en cada centímetro de su piel. Alargó una mano, buscando desesperadamente un apoyo, otra mano, un pequeño gesto de calidez, pero sólo encontró el vacío de la nada, flotando en las esferas del aire.

Se preguntó dónde estaba su refugio ahora que  vivía en tierra de nadie. Barajó todas las respuestas sin dar validez a ninguna y decidió limitarse a esperar que algo cambiase, encarando el día a día con energía. 

No pensaba caer en la espiral de la depresión, esta vez no. Si algo había aprendido es que la vida son ciclos y ninguna situación es para siempre.

Se puso la máscara de su mejor sonrisa y se vistió de rojo para seguir su incierto deambular. Ahora su esencia ya no era gris, sino un punto apasionado en plena eclosión, Un Ave Fénix vibrando para poder resurgir del neutro vacío de la nada.

10/27/2015

CULTIVOS DE VIDA Y SUEÑOS


Aquel día, aparentemente igual a cualquier otro, ella se detuvo en el camino, sentándose bajo el viejo roble y miró a su alrededor. A lo largo del sendero se extendían sus campos, aquellos que, en uno u otro momento de su vida empezó a cultivar.

Los observó detenidamente, deteniéndose a analizar los resultados. Se lo tomó con calma, pues ese análisis era una buena manera de poder corregir esfuerzos inútiles y dedicarse a lo realmente importante.

Algunos de sus campos aparecían yermos, se habían secado por una voluntaria falta de cuidados. Eran campos que hacía tiempo había desestimado, debido a una mezcla de decepción y cansancio. Otros, en cambio, se mostraban fértiles y llenos de vida, eran sus mejores logros. A lo lejos, en la ladera de la colina se perfilaba aquel terreno, situado en un pequeño terraplén. Era una zona de difícil acceso, apartado y complicado de mantener. regarlo le representaba un gran esfuerzo. un trabajo constante y en solitario que llevaba tiempo ejecutando, sin éxito aparente. Cierto es que el cultivo iba creciendo despacio y apuntaba muchas cualidades para dar una cosecha de calidad. Reconoció que, a veces se sentía agotada. Subir cada día la cuesta, sin ayuda ninguna, era todo un reto.

Meditó, sentada bajo el viejo roble, sobre la posibilidad de abandonarlo, pero una insistente voz interior la animaba a seguir. En el fondo era consciente de que lo que requiere más esfuerzo es lo que proporciona mayor satisfacción cuando lo consigues. Está claro que también sabia de la posibilidad del fracaso, pero eso era un riesgo, como otros muchos que se presentan el fluir de la vida.

Así que se fue directa al pozo de sus sueños, cargó dos grandes cubos y empezó a subir la ladera para regar el campo. Más abajo los fértiles sembrados se agitaban suavemente en la brisa otoñal, componiendo una hermosa acuarela y esa visión de lo ya logrado ponía alas en sus pies y daba fuerza a su espíritu.

Llena de ilusiones, repartió sus dos grandes cubos de sueños sobre el terreno y los dejó allí, dándoles oportunidad y tiempo para germinar.

10/22/2015

LOS MATICES DEL SILENCIO


La vida es un sendero incierto poblado de silencios. Las palabras se pierden por los recodos, a veces por miedo, otras por vergüenza o por la falta de costumbre de dejar hablar al corazón.

El silencio tiene muchas facetas, puede ser dulce o cruel y escucharlo puede enseñarnos a descubrir sus razones. Vivido en la soledad impuesta por la ausencia puede ser muy duro.

Personalmente me gusta el silencio que busco, me relaja y me abraza, pero a la vez disfruto de las palabras enlazadas en buena compañía y de la riqueza que me aportan.

El placer de la comunicación verbal está en desuso y la gente prefiere publicar sus vidas en las redes sociales y teclear mensajes como posesos, que dedicar tiempo al tú a tú real. Iconos, signos y abreviaturas conforman el nuevo vocabulario virtual. Un: "te quiero" se substituye por un corazoncito rosa y un beso nos viene dibujado por el trazo de unos labios rojo pasión. No digo que estos elementos no sean útiles en un momento puntual, como una especie de gráficos mensajeros acortando la distancia, pero a veces me pongo a pensar si el "te quiero" de viva voz no pasará a ser un bien escaso por la falta de costumbre de expresarlo, mirando a los ojos.

No os penséis que no me gusta el silencio, lo considero algo necesario y relajante para detenernos a escuchar nuestra voz interior. Lo aprecio porque a la vez me prepara para disfrutar de las palabras enlazadas en buena compañía y de la riqueza que estas me aportan.

El silencio no tiene un único significado, hay silencios neutros, muertos, incómodos, ignorantes, vacíos, nocturnos e insomnes... En cambio hay otros que son cómplices y con alma, son esos que dialogan con el gesto, la mirada y la calidez. Son silencios que se gestan en el crisol del dialogo y el conocimiento mutuo y que siempre han ido precedidos de la magia de las palabras.

Si, la vida es un sendero incierto poblado de silencios, pero unos habitan en la luz y otros en las sombras, unos navegan un frío mar de invierno y otros surcan doradas olas a caballo de coloridas velas.

Hoy, el silencio es mi amigo y con el hago mutis por el foro y me voy a pasear orillas de sal y susurros de mar. De su mano apreciaré mejor cada minúsculo sonido que contienen los pequeños instantes de vida.

10/13/2015

ESENCIA DE GRAFITO


El estudio estaba sumido en la cálida luz que destilaba una luna de otoño. Como tantas noches él estaba allí, quieto, prisionero de su esencia y acariciando sueños. La entreabierta ventana era una llamada, una imposible tentación que sugería el poder volar en libertad. Su vida era un despropósito, habitante de la nada y del todo, héroe de mil batallas, un explorador de secretos lugares famoso y admirado. Sin embargo, era sólo el protagonista de una vida de ficción, que estaba atrapado en la brevedad de un folio.

Suspiró, mirando la esplendida luna que se enmarcaba en la ventana y un ligero polvillo se desprendió de su alma de grafito.

Sus noches, ausentes de sueño, fluían en la nostalgia. Estaba cansado de ser reinventado día tras día, de ser un dibujo de vidas prestadas, por el lápiz de su creador. Esa inconcreta permanencia, ese no pertenecer, era un lastre de tristeza.

La ciudad que latía más allá de la ventana le atraía como un imán. Nunca la había visto, pero la intuía. Intuía su belleza, hecha de desgastadas piedras y murmullos de agua. Intuía su vida y sus gentes a través de los sonidos que que le llegaban, como un canto de vida, fluyendo por las horas. Su sueño era llegar a ver esa ciudad mágica, salir de aquellas cuatro paredes y saborear, aunque sólo fuesen unos minutos de libertad.

Todo era monotonía en su entorno pero, aquella noche, sentía un cosquilleo especial, como si algo inesperado fuese a suceder... y sucedió.

Eolo estaba algo aburrido y con insomnio y contemplando las ninfas de la noche, se le ocurrió la travesura de agitar sus faldas y empezó a soplar. Cuanto más fuerte soplaba, más se levantaban las faldas y las ninfas corrían a refugiarse, huyendo del travieso torbellino.

En pleno festejo eólico, una gran ráfaga abrió de par en par en ventanal y se dio un paseo por la estancia. En su loco revoloteo desperdigó todos los folios de la mesa y entonces él, como un improvisado surfista, salió volando por la ventana. Montado en la ola del viento sobrevoló una Venecia durmiente. Rebasó campaniles y altanas, admiró el reflejo de las luces en los canales y el vaivén de las oscuras góndolas y se enamoró perdidamente de la inverosímil ciudad. 

El viento lo llevaba por aquel espacio de ensueño, tanto tiempo imaginado y por primera vez se sintió feliz y en paz.

Pero todo sueño tiene un precio y su frágil esencia de grafito se iba difuminando poco a poco. Su latido se iba apagando con cada partícula de su trazo que se desprendía. Sus ojos ya casi no podían ver, pero no habría cambiado aquel momento por nada.

Entonces, Eolo, cansado de jugar, dejó de soplar y el folio que contenía el esfumino de su cuerpo fue planeando, hasta caer en medio de San Marco donde, antes que fuese recogido por un barrendero, aún pudo gozar de la caricia del alba en la majestuosidad de la gran "Piazza" 

Pero no temáis, este no es un triste final. Un dibujo no muere mientras su creador lo reinvente.   
   

9/29/2015

PEQUEÑO OASIS


Se había levantado de buen humor, dispuesta a aprovechar cada minuto de su día libre. La mañana era soleada y una brisa fresca flotaba en la antesala del otoño. Abrió las puertas del amplio ventanal que daba al jardín aspirando el olor a tierra húmeda, a plantas recién regadas y a flores tardías, mezclado con los efluvios del cercano mar. Recordó la noche pasada que había sido una gran ventana oscura, abierta al eclipse de luna. Bajo la bóveda celeste, ella se había quedado contemplando la metamorfosis lunar, sentada en el balcón de su insomnio. La certeza de no tener que madrugar al día siguiente la hizo relajarse y disfrutar del espectáculo nocturno. Se fue finalmente a dormir, envuelta en los misterios del cosmos, hasta que el alba había borrado todo indicio de esa noche al abrigo de la luna.

Hoy el silencio reinante en la casa era su amigo. Él ponía ritmo a su pequeño oasis, permitiendo a la música, que flotaba ligera, ser la protagonista absoluta. Se preparó un café y salió al jardín, percibiendo el sutil aleteo de la naturaleza. Más allá de la verja la pineda se descolgaba en pendiente, hasta inclinarse sobre el acantilado, donde batía el mar. La luz dorada de la mañana se filtraba por el entramado de las ramas, creando una ambarina serigrafía sobre la incipiente alfombra de hojas secas.

Dando pequeños sorbos al café se acercó al muro de piedra que delimitaba el terreno de la casa. Desde allí podía ver el mar entre los pinos. Un mar en calma, un remanso dorado que, el suave vaivén de cada ola, desglosaba en un aluvión de rutilantes pepitas de oro.

Respiró la vida, la sintió fluir en medio de ese quieto oasis donde no contaba el tiempo y pensó que, en ese estadio, todo parecía fácil, ligero, carente de rémoras y despropósitos, solidario y armónico.

Luego, abrió el buzón de la verja y sacó la prensa del día. Desplegó sobre la mesa de la terraza las hojas del periódico y se puso a ojearlo. Los titulares la asaltaron, como una agresión emocional, rompiendo la delicada burbuja de su paz interior. La realidad del mundo estaba allí, proclamada en cada artículo: Crisis económica, conflictos sociales, atentados, accidentes, guerras, políticos corruptos, agresiones, pobreza, dolor… Busco y rebuscó, en vano, una noticia positiva. Al no encontrarla, dejó la prensa a un lado y regresó al lindar del jardín, intentando recuperar las sensaciones de su pequeño oasis, pero fue en vano, la marea de la realidad había arrastrado tras de si toda partícula de magia.

9/21/2015

TREN DE MEDIANOCHE



Sentada en un vagón de cercanías miraba pasar la noche, sin ver. La oscuridad era densa. Un lienzo en negro, apenas salpicado de efímeras luces.
Las estaciones se iban sucediendo al compás cansino de aquel solitario tren de la medianoche y ella, sumida en una especie de letargo veía desfilar la oscura silueta de los pueblos, ya casi dormidos.

No eran buenos tiempos los que vivía, sino un rompecabezas de luces y sombras. A veces, las luces parecían perderse entre la arrolladora densidad de las sombras, proclamando la oscuridad total. Otras, un fugaz destello la hacía avanzar, casi a tientas. sin alcanzar meta alguna.

Lo peor de aquellos trayectos nocturnos era el imparable fluir de la mente que se desbocaba, empeñándose en recorrer los circuitos del pasado, haciendo incapié en lo que no fue, en los instantes perdidos, en las personas ausentes, en los sueños cedidos y en la soledad...

Sí, la eterna soledad anímica. La que no se combate con multitudes, ni con vanas compañías, sino con la magia de esa indefinible esencia que, presente o ausente, lo llena todo.

Con la mirada perdida en el negro paisaje, donde sabía que latía el corazón de la mar, fue consumiendo el trayecto. La próxima estación era ya la suya. Cogió el bolso con la intención de prepararse para bajar, pero una especie de pereza la envolvió ¡Se estaba tan bien en aquel vagón solitario! Un espacio neutro, tierra de nadie, justo lo que necesitaba para no sentirse una extraña en tierra ajena.

Dejó de nuevo el boldo en el asiento y vio cerrarse las puertas, tras el rojo parpadeo luminoso. Su estación quedó atrás. De hecho allí nadie la esperaba, salvo el silencio. Prefería el ronroneo suave que producía el traqueteo de aquel tren de la medianoche, llevándola hacia no importaba dónde.

Se sintió relajada y feliz, libre de lastres. Habitante de la nada podía viajar días y noches por rutas sin mapa, existiendo en la luz clara del alba y en el cárdeno abrazo del ocaso. Sumergida en aquel oasis de paz, cerró los ojos, dejándose llevar.

Desde esa noche han pasado muchos años y se cuenta que, los que ahora cogen el tren de la medianoche, la han visto. Una mujer silenciosa e intemporal, siempre sola y sentada en el mismo lugar, mirando por la ventanilla. Tal vez buscando más allá de la oscuridad total una playa amiga, que le sirva de remanso. Solitaria peregrina del trayecto, estación tras estación, ella espera.

9/14/2015

NOCHE DE LLUVIA




Noche sin luna, de andar pegados bajo las sábanas. De piel vibrando en el cosmos del deseo. Noche de sueños y duermevela tejidos al calor de tu cuerpo.
Aquí estoy, flotando en tu océano, desde aquella primera sonrisa que me robó el aliento. A partir de ese momento, perdido mi eje de gravedad, tiemblo en tus vuelos. Es un levitar incierto de vagar por las rutas urbanas sin elevar cimientos, pero rozando, a ratos, el filo de la excelencia, con cada encuentro. Busco en tu esencia la clave de todo mientras, vas y vienes en la presencia y me anticipas el vacío de la ausencia.

El silencio de la estancia es un beso sin labios, acariciado por tenue sonido de la lluvia, que va cayendo. Siento tu cuerpo en el mío, mientras reposo en el anillo de tu abrazo y me recreo en la realidad de este tiempo insomne que me devuelve la conciencia de tenerte. Tu respiración, entre el murmullo de agua es, en esta hora sin luna, la música de mis sentidos y me enamoro del instante que me brinda la noche, prodigioso laboratorio de sueños…

El sonido seco y potente del trueno, interrumpe el fluir de mis pensamientos y el susurro de la lluvia se va convirtiendo en aguacero. Intento retomar el hilo literario de mi relato y regreso mentalmente a la cama de ese amante perfecto, cuya presencia desata tsunamis en el mar de mis sentidos. Sigo haciendo del molesto insomnio un alambique de creatividad. Perfilo y busco palabras, las modelo y las enlazo, les pongo color, pasión, sensualidad, vida. Con ellas invento y reinvento a mi "Tigre azul"el perfecto protagonista de mi ensueño. Le voy creando con la imprudencia del amor y el deseo, con palabras surgidas del núcleo de los sentidos. Cárdenas, viajeras, átomos de pasiones hechos trazos, música poética que al multiplicarse parece poblarlo todo.

El aguacero persiste en esta noche sin luna de finales de verano. Fuera, mil riachuelos surcan el asfalto arrastrando, tras de sí, las horas infinitas del tiempo cálido. En la penumbra, rasgada por la luz de los relámpagos, yo sigo escribiendo en los folios de mi mente lo que mañana serán palabras compartidas en los circuitos virtuales del ciberespacio.

9/03/2015

LOS SUEÑOS, SUEÑOS SON



Fue una cena maravillosa. Una auténtica sorpresa de esas que te acarician el alma y los sentidos y toda mujer celebraría. Ocurrió no hace muchas noches. Era una de esas noches en que miras la luna y se te despierta el deseo de pasear bajo su luz, con alguien especial. Sí, tal vez suene romanticón y típico, pero creo que hay cosas que, generación tras generación, siguen motivando y la magia de la luna es una de ellas.

Como decía: estaba yo contemplando el plenilunio y de paso soñando un ratito, cuando él apareció. Se quedó pegado a mi espalda, tan cerca que podía percibir el calor de su piel y sentí, una vez más, ese cosquilleo de mariposas en la mía, como siempre que le tengo cerca.
Nos quedamos así, muy juntos, mirando a la cómplice Selene y disfrutando del instante sin palabras, pero unidos por los invisibles hilos de esa química que enlaza nuestras auras.
Entonces él me susurro al oído: ¿Bajamos a la playa?

Cogidos de la mano recorrimos el breve trayecto, dejamos atrás el paseo marítimo y, descalzos,  nos adentramos en la arena. Entonces la vi. Vi aquella pequeña carpa bajo la cual había una mesa dispuesta para dos. Estaba muy cerca de la orilla y la mar rompía suavemente a poca distancia. Su música de agua parecía mecerse en la atmósfera y me sentí envuelta en su líquida cadencia.
Él, me rodeó con su abrazo invitándome a sentarme. Allí, en ese pequeño latifundio arenisco iluminado por antorchas, me sentí como una princesa. En un momento, y surgidos de no sé dónde, un par de camareros depositaron sobre la mesa una deliciosa cena. Luego, tan misteriosamente como habían aparecido desaparecieron y nos quedamos solos.

Lo último que recuerdo, antes de despertar de mi sueño, fue el estar sentados muy juntos, mirándonos a los ojos, brindando con una copa de cava rosado, mientras la mágica luna seguía su ruta, por los senderos siderales de la noche tachonada de estrellas.

Los sueños, sueños son

8/30/2015

LA MUJER DE LA GUITARRA



La vi sólo una vez, de eso hace unos cinco meses. Entró en la vinoteca casi a la hora de cerrar. Una mujer anónima que iba completamente vestida de negro y cargaba una guitarra. Pese a su andar algo inseguro, todavía conservaba un toque de elegancia. La ropa le quedaba holgada y bajo ella se intuía un cuerpo flaco, que en otro tiempo debía de ser atlético. Iba sin maquillar y en su rostro se dibujaban los estragos del alcohol y las drogas. Debía de tener no más de cuarenta años o tal vez menos, pero era difícil de determinar, debido a su estado de decadencia física. Tras esa decadencia, aún podía vislumbrarse la chica que fue. Alta, delgada, con clase y, como pude constatar después, culta.

Se acerco al mostrador y me pidió una copa de tinto que empezó a beber a pequeños sorbos.
En un principio pensé que se dedicaba a la música, por lo de la guitarra, pero cuando se lo pregunté, me respondió que era de su hija. Ese fue el detonante que la llevó a hablarme de su vida. Estaba inmersa en un divorcio reciente que definió como tormentoso. Su ex marido y ella andaban a la greña y en medio estaba su hija de diez años.

Mientras ella hilvanaba su historia, a veces saltando de un punto a otro sin seguir una coherencia, me paré a pensar si su estado era consecuencia de ese divorcio o más bien lo había provocado. Me comentó que su ex no quería que viese a su hija y, dadas las circunstancias, pude entenderlo, pues no se veía una persona estable sino necesitada de terapia y cuidados. Ella misma era consciente de que bebía en exceso y que a esto se sumaba el hecho de tomar alguna otra sustancia que no especificó, pero aseguró que no pensaba ir a ningún centro, ni ver a ningún médico. Su creencia, como la de muchos que caen en esa espiral, era que podía controlarlo por sí misma. Estaba sola, o se empeñaba en estarlo y esa soledad anímica aún la hundía más en el caos.

Me habló de que había pasado la noche con un hombre del que no sabía ni como se llamaba, incluso se insinuó a mi socio, que estaba presente en la conversación. Un cliente rezagado que entró a comprar una botella de vino también fue objeto de sus insinuaciones. No sé si buscaba sexo o un poco de calidez humana para compensar su norte perdido.

En un momento dado se fijó en el pañuelo que yo llevaba anudado al cuello y me pidió permiso para arreglármelo. La dejé hacer, mientras con manos temblorosas recomponía un anudado artístico alrededor de mi cuello. Le costó, por su torpeza de movimientos, pero al final consiguió que se viese original y elegante.

Fuimos demorando la hora de cerrar, mientras ella hablaba sin parar, casi como si lo hiciese consigo misma, pero finalmente tuvimos que indicarle que nos íbamos a comer. Aún le quedaba vino en la copa y me pidió que se lo pusiera en un vaso de plástico… "para el camino" -me dijo- Aunque ni ella misma sabía cuál era ese camino.

Cogió el vaso y la guitarra y con ella pegada a su cuerpo salió a paso vacilante.
Justo mientras cerrábamos el local la vimos perder el equilibrio al intentar cruzar la calle. Unos viandantes la ayudaron a sentarse en el borde de la acera y nos acercamos para preguntarle si quería que avisáramos a alguien.

_No hay nadie a quien avisar-respondió- me arreglo sola, solamente necesito descansar un rato.

_Pues llamamos a una ambulancia… no puedes quedarte aquí, necesitas es atención medica.

Llegados a ese punto se puso casi violenta, negándose en redondo a que hiciésemos ninguna llamada. Su estado era preocupante, no podía ni levantarse, así que mi socio se alejó un poco y solicitó ayuda.
Poco después llegó la ambulancia.

_No teníais que haber llamado -me dijo, con tono de reproche- no quiero estar encerrada.

La subieron a la ambulancia con la guitarra fuertemente abrazada, como si esta fuese la esencia de esa hija de la que hablaba con tanta añoranza. Esa fue la última visión que tuve de ella. Esa y su mirada, color canela, apagada, dolida, triste.

A pesar de los meses transcurridos, a veces aún me viene a la memoria y me pregunto dónde estará ahora la anónima mujer de la guitarra y si estará en camino de recuperar su norte.


8/23/2015

PARAÍSO PERDIDO





Me confieso adicta a la playa. De hecho soy mujer de mar y disfruto plenamente del paisaje marino, de sus azules, de su brisa, sus aromas y del latido del mar, ya sea un plácido latido o una violenta arritmia, fruto de la tempestad. Sin embargo, debo confesar que no me gusta ese mar de verano y el éxodo masivo de gente que lo acompaña, así que procuro evitarlo, eludiendo las horas punta. Aunque en plena canícula no hay una precisa definición de “horas punta” y eso da poco margen para disfrutar de una posible tranquilidad.

A pesar de todo, ayer, contra viento y marea, me decidí a bajar a la playa. Era temprano, así que pensé que tendría aún un espacio de calma. Efectivamente, los pocos que campaban por la playa a esa hora eran de la quinta de los jubilados, nada alborotadores y gente de calma. Coloqué mi toalla muy cerca de la orilla, como a mí me gusta, conecté los auriculares a mi ipod y me tumbé a gozar del momento. La brisa olía a yodo, a sal y rocas marinas, en mis oídos sonaba “La Mer” de Debussy, el sol caldeaba mi piel y me sentí como en un pequeño paraíso … de vez en cuando, una ola más atrevida  reptaba desde el rompiente hasta rozar mis pies. Sólo me faltaban la hamaca y las palmeras, pero con un poco de imaginación... cerré los ojos ¿qué más se podía pedir?

En ese estado en plácida ensoñación pasé, no sé muy bien cuanto tiempo, hasta que el sonido agudo de una voz rompió el encanto…
_¡Booorjaaa, no vayas corriendo que tiras arena!

Antes de que me diese cuenta una andanada de arena se cernió sobre mi toalla, pegándose a mi piel. Lo peor fue que, al tal Borja, le seguían cuatro "Borjas" más o como se llamasen y el aluvión de arena se prolongó hasta que toda la tropa hubo pasado. En fin, la calma se había acabado y me incorporé resignada . Entonces me di cuenta que mi pequeño latifundio arenisco ya no era tal sino un arenal invadido de toallas, sombrillas y bañistas. Familias enteras se congregaban a mi alrededor y mucho más allá. Parecía que hubiesen crecido como setas sobre el húmedo musgo.

Desprovista de los auriculares me llegó el griterío que ahogaba ya todo rumor marino. La brisa olía a coco y a bocata de chorizo -el que se comía el joven de al lado- y la orilla era un hervidero de paseantes que se entrecruzaban con adolescentes kamikazes, en pleno chapuzón a lo bestia y niños que, con riesgo de ser atropellados, levantaban sus castillos o cavaban frágiles túneles, que las olas se encargaban de deshacer. De ese conjunto de paseantes cabía destacar a los señores, tan entrados en años como en carnes, que lucían un sucinto slip y un moreno casi africano, al más puro estilo: maduro playboy.

El tal Borja y su tropa seguían haciendo de las suyas, rebozando de arena a las sufridas señoras, empapadas de bronceador, convirtiéndolas así en una especie de croqueta humana. De los chiringuitos cercanos empezaba a elevarse el típico olor a fritanga, acompañada de los éxitos del verano. Más allá de la arena, varios conductores al borde del ataque de nervios, se peleaban por un aparcamiento.

Ante tal metamorfosis del paisaje marino, decidí hacer mutis por el foro. Recogí mi bolsa y mi toalla  y puse rumbo a casa. El jardín me recibió como un oasis de calma, ideal para sentarme con mi compañero el libro, dejando que las palabras cosquilleasen mis sentidos.


8/20/2015

DESEOS DE AZAFRÁN




Un sol de canela acaricia las fachadas
deshojando una lluvia de pétalos de ámbar
sobre la imprecisa acuarela urbana.
Siento tu piel desnuda, cosida a la mía
y disfruto de su latido en esta quieta vigilia
que me mantiene despejada e insomne.
No quiero que ningún viento rompa el hilo
que, sin atar, anuda mi piel a la tuya
tejiendo esa complicidad entre nuestras almas.
La siento cada vez que te acercas,
como una melodía abrazándonos.
Una melodía que va más allá de la ausencia
perdurando al otro lado de este ensueño,
como el susurro de tu voz, tocándome.
Allí sólo hay sombras, soledad, nostalgia
y en la espera quemo un tiempo estéril
hilvanando deseos de azafrán.

8/19/2015

CURVAS DE HIELO Y FUEGO



Reposaba a su lado, ella, su sueño, la amante perfecta. Sensual odalisca de noches infinitas, cómplice compañera de sonrisas, esencia de calidez y abrazos rebozados en silencios. Su cuerpo perfilaba en la penumbra una suave orografía de valles y colinas. La resiguió con la mirada, dejando que sus sentidos se enamorasen de lo perfecto y acariciasen la belleza de lo imperfecto. Recordó el placer de verse reflejado en sus ojos al amanecer y saboreó el dulce instante de la espera.

Entonces elevó la copa de vino y brindó por ellos, por esa invisible química que los unía. Bebió un sorbo y el cava rosado le regaló una explosión de diminutas burbujas. Fue como si el aire estallase en esferas de colores, creando una atmósfera de pura voluptuosidad -antesala de íntimos placeres- Luego, depositó la copa sobre la ondulante colina de su cadera. Aspiró el seductor aroma de mujer y se quedó pegado a ella, sintiendo el latido de su piel desnuda, inmerso en aquel ensueño de curvas de hielo y fuego difuminadas en la penumbra.

Entonces ocurrió… tal vez fue un rayo de luna, el paso fugaz de una estrella, o un suspiro de Venus quien iluminó el perfil de la mujer y encendió un reflejo de pasión en la rosada transparencia de la copa de cava, convocando así la llamada del deseo.

8/18/2015

SE HIZO LA LUZ



Fue en aquel amanecer, teñido de rojo y ámbar, en que salí a respirar el mundo. Era Agosto y un cálido sol de jengibre empezaba a derramarse sobre la ciudad, ruborizando las fachadas y borrando las sombras del asfalto.

Me calcé las zapatillas de andar sin rumbo y dejé que estas me llevaran hasta el paseo marítimo, justo hasta donde se dibujaba una línea de altas y cimbreantes palmeras. Una brisa suave sazonó de sal mis mejillas y rizó mis cabellos como caracolas marinas.

Olas de fuego y canela se mecían a tempo lento bajo el cárdeno latido del cielo y un trío de gaviotas desperdigadas, ejecutaban un baile desordenado en el espacio aéreo. A lo lejos, un grupo de pequeños veleros labraban una serigrafía de blancas estelas sobre la superficie del salado lienzo.

Me sentí feliz, inundada de esa felicidad que sale del alma, expandiéndose, como una marea por cada sentido. La mañana era perfecta, llena de armonía. Cada detalle estaba en su lugar, cada cosa tenía una razón de ser. La brisa, los colores y la luz formaban un todo perfecto a mí alrededor, creando una maravillosa atmósfera. Me descalcé, pisando la tibia arena y anduve hasta la orilla. A mis espaldas, quedó un reguero de huellas -efímera constatación de mí paso- que más tarde, se mezclaría con las marcas de otras huellas. Una lengua de mar me acarició los pies, trenzando brazaletes de espuma en los tobillos. Por el rompiente, se deslizaba un incesante vaivén de olas en calma, sorteando un laberinto de conchas y guijarros.

El mundo parecía estar hecho de invisibles sonidos, orquestados en una melodía perfecta. La tierra conjugaba su lento despertar de transparencias, enlazados a una espiral de azules y sal. La falla de un tiempo inmóvil se abrió ante mis ojos y entonces…

El timbre del teléfono sonó y mí yo fugitivo y soñador regresó de golpe a la realidad de la oficina. En un instante, desapareció el sol, el mar, los colores, la brisa y las gaviotas. La perfecta melodía del universo quedó ahogada por el monótono teclear de los ordenadores y el agitado trasiego de la redacción, a la vez que la mañana de ensueño se me esfumaba como una espiral de humo en el vacío.

La pantalla en blanco se abría ante mis ojos y al otro lado del teléfono el redactor jefe me apremiaba con el artículo del día. Entonces algo ocurrió. Fue como si el viento de todas las constelaciones agítase la bella utopía del ensueño perdido y en medio del caos y de las presiones, se hizo la luz y empecé a teclear: Fue aquel amanecer teñido de rojo y ámbar…

8/10/2015

EL RELOJ DE LA VIDA






La tarde se deslizaba, lenta, alargándose en lo infinito de la canícula veraniega.Sentada bajo una de las pérgolas del jardín, dejaba pasar las horas, sumida en el vagar de sus pensamientos. Su cuerpo postrado en la silla de ruedas ya no daba para mucho. Los años habían hecho mella en cada una de sus viejas articulaciones, hasta el punto de dejarla invalida del todo. Cierto es que eso forma parte del proceso natural de la paulatina decrepitud que rodea la vejez del ser humano. Sin embargo la naturaleza, en una especie de irónica concesión, le había mantenido la mente totalmente lúcida. Ahora mismo ella no podría afirmar si eso era bueno o malo. El ser consciente de la propia decadencia física no era nada agradable. Su mente aún funcionaba como antaño, coherente y rauda, pero el lastre de su invalidez la mantenía allí, sentada, en su silla de ruedas, esperando el momento de partir. Sí, eso que llamaban el tránsito hacia otra vida. A menudo pensaba que ahora mismo ese tránsito podía ser una liberación.

A sus 95 años, Celia, había perdido amigos y seres queridos. Sus hijos y nietos andaban todos tan ocupados que sus visitas eran escasas y fugaces.

La mayoría de residentes del geriátrico padecían una senilidad mental que hacía imposible cualquier dialogo coherente. Desde que murió su amigo Santi, hacía de eso tres meses, se sentía muy sola, habitante de una isla carente de afectos y emociones. Aparcada en ese pasillo que va de la vida activa a la muerte.

Miró a su alrededor. Era media tarde y a esa hora las enfermeras sacaban a los residentes a tomar un ratito el aire, antes de cenar. Muchos se reunían en pequeños grupitos a charlar, generalmente de sus achaques o de temas deshilvanados del espacio y tiempo real.

Un par de asistentes iban de unos a otros para ver si necesitaban algo. Observaba a sus compañeros de residencia sonreír, con esa sonrisa perdida que surge de la simplicidad de no saber muy bien a quien se sonríe. El típico empobrecimiento de unas mentes sumidas en un vacio progresivo que iba mermando su consciencia.

Otros ya ni sonreían y vegetaban inmersos en el laberinto de la nada. La asustaba llegar a eso, aunque a veces la consciencia resultase punzante.

Por esa razón había creado una especie de terapia de supervivencia mental, que consistía en hilvanar relatos. Siempre había disfrutado del placer de la escritura en sus ratos de ocio, incluso había publicado un par de libros, hacía ya unos años, cuando todavía estaba en activo. La paradoja era que ahora que disponía de tanto tiempo, la artrosis no le permitía escribir. Sus historias se quedaban allí, guardadas en su mente, como las teselas de un pequeño mosaico, hecho de palabras.

Carla, una de las cuidadoras, se acerco con un zumo de naranja. Siempre que sus miradas se cruzaban, Carla captaba las señales de aquella mente, intensamente viva, atrapada en un decrepito cuerpo. Sabía de aquella anciana que había sido una mujer muy emprendedora e inteligente y en las ocasiones en que su escaso tiempo libre se lo permitía, había constatado que hablar con ella era una gran lección de vida y experiencias.

Se preguntaba el por qué sus hijos no disfrutaban más de esa lucida sabiduría que vibraba en el fluir de su conversación y aparecían tan poco por allí. Sí, era cierto que los tres eran personas ocupadas y con cargos importantes, pero su madre no era eterna y los abrazos sólo se necesitan y se pueden compartir en vida. Pero ese hecho era bastante común en el geriátrico. Los hijos aparcaban allí a sus mayores y con eso se creían que ya cumplían. La vida moderna no dejaba lugar para compartir con los abuelos. Seguramente en un futuro sus hijos tampoco tendrían tiempo para dedicárselo a ellos.

La Sra. Celia terminó de beberse el zumo y le alargó el vaso. Luego, se desconectó de nuevo de su realidad y siguió hilvanando historias, relatos que nunca nadie escribiría y que quedarían por siempre flotando, entre los fragmentos desprendidos del reloj de la vida.

8/02/2015

TODAVÍA SUEÑO



Cuando me apremia el deseo
de dibujar el ritmo de un poema
rebusco entre las palabras
pero a veces están distantes.

Me sumerjo en mil silencios
atenta al latido que yerra extraviado
entre senderos de estrellas.

Cierro los ojos ante el mundo
y soy consciente del aire que respiro,
y de cada instante de amor
que en un tiempo fue delirio.

Me pongo a pasear, desnuda el alma,
por los arrabales de la ausencia
que están sembrados de ortigas.

Y ese deambular duele y reconforta
avivando la conciencia de ser equilibrista
en el vórtice de calmas y tormentas
impresas en el billete de un viaje.

Tras esa encrucijada de certezas
percibo la pulsación de las palabras.

Oscilan en la magia de un verso
que flota en los confines de mi mente
y ya nada importa ni me es urgente.

Ajena al diluvio de las horas
escucho música, perfilo y coloreo
palabras de alegría y de naufragio
que nacen en la tierra del recuerdo.

Ecos nómadas que surgen del mar
vibrando en la penumbra del crepúsculo
ecos que saben de la lluvia y la oscura noche
del azul, la pasión y la melancolía.

Mientras, escucho esas voces del pasado
fluye la noche, más allá de las ventanas
y los deseos imposibles se mecen
en el aire invisible de las sombras.

**** 

Todo se vuelve etéreo, ingrávido
y en la oscura tela del universo
titila la mágica luz de un lucero
que habita en la orilla del olvido.
Es en ese instante de viaje interior
en que soy consciente de que todavía sueño.

7/27/2015

ABRAZO DE SAL



Después de una intensa semana de trabajo, sin tiempo para pensar en ella misma, por fin había llegado el domingo.

Tenía todo el día para disfrutarlo a su aire. El dilema era elegir entre mil deseos por cumplir, pero entre todos había uno de irresistible: compartir el mayor espacio con él. Sí, lo deseaba intensamente, le echaba de menos. Echaba de menos su tacto, su caricia, su aroma, su murmullo y aquel vaivén cadencioso que le agitaba los sentidos.

Así que madrugó para llegar temprano a su cita y entretuvo la mente pensando en él, en sus encuentros, en tantas madrugadas y ocasos compartidos y en aquellos paseos silenciosos en los que él era su cómplice confidente.

Envuelta en esos pensamientos bajó hasta la playa. Una vez allí se descalzó y se acercó despacio hasta la orilla. Él la recibió como siempre, con su beso de sal, tan risueño, tan fresco. Allí estaba su mar, rozándole la piel con el latido de sus olas.

Se fue sumergiendo en su líquido cuerpo, hasta sentir la estimulante frescura de su abrazo. Aquel abrazo que tanto había echado de menos en los últimos días. Nadó sin rumbo, sólo dejándose llevar por la euritmia marina. Seducida por el familiar contacto de aquel mar que, desde niña la había enamorado. Se sentía parte de él, mujer de espuma y sal. Diosa amante, en erótica fusión, enlazados sus cuerpos en una simbiosis perfecta. Solamente ellos, líquida y humana esencia, bajo la devoradora luz germinal del alba.

Así, envueltos en intermitentes colores, entre rocas y brisas, furiosos y delicados a la vez, se complementan, meciéndose en el filo de las olas que se dibujaban, irregulares, como cambiantes garabatos del mar.

Era puro placer volver al lugar donde siempre había pertenecido. Se sentía feliz y relajada, así que cerró su mente a todo lo negativo, dejando fluir el tiempo, sueño o éxtasis, entre soles, peces y estelas de silencios.

Atrapada en la vorágine de aquel vértigo se fue alejando de la orilla, tranquila y confiada, a merced de las corrientes.

Atrás quedó su vida. Una vida corriente, de soledad y asfalto

7/20/2015

OASIS




En esa edad en que ya uno ha encontrado su lugar, ella deambula por el desierto de la vida buscando un oasis. Va recorriendo ese solitario desierto de un extremo a otro, perdida entre sus dunas, beduina en tierra de nadie.

A veces cree ver una señal a lo lejos, el destello de una mirada que tal vez sólo existe en su imaginación, un engañoso espejismo.

Como un femenino Quijote se enfrenta a molinos de viento y traza sueños para eludir realidades. A estas alturas sabe que la línea que delimita realidades y sueños es una barrera construida por uno mismo para crear cómodas rutinas. La persecución de un sueño puede ser larga y fatigosa, llena de obstáculos y resulta más fácil refugiarse en lo establecido, simplemente dejándose llevar. Sin embargo ella no lo ha hecho, no se ha apoltronado en la rutina. Utópica soñadora, no se conforma con una línea plana, sino que sigue buscando lo que el corazón le pide.

Cierto es que quizás nunca lo encuentre y que siga pululando por ese desierto sin encontrar su oasis. Tal vez un día se canse de los falsos destellos de los espejismos y decida asentar su vida en un tranquilo y solitario refugio. Tal vez se canse de habitar esa tierra de nadie y esa sensación de no pertenecer termine por vencerla. Tal vez las realidades que convirtió en sueños terminen por evaporarse o acabe saturada de  tantos falsos destellos y de los ídolos con pies de barro.


Sí, no hay nada escrito, sino que va improvisando y tal vez un día decida romper con todo, pero de momento sigue explorando rutas, de un extremo a otro del desierto, movida por el motor de las ilusiones, apostando por el murmullo de su voz interior… y así, hasta que esta se quede muda de tanto susurrar en vano.