2/23/2015

PÉTALOS DE AMAPOLA





Tumbada sobre la alfombra, frente a la chimenea, observa el demoniaco baile de las llamas. Está absorta, perdida en un vacío de incertidumbre. Intentando recomponer las amapolas de su esencia. Hay días, como hoy, en que un extraño viento agita sus pétalos, dispersándolos, hasta romper la plácida armonía que compone el horizonte de su vida.

El fuego le calienta el rostro, pero no logra caldear su espíritu. Se arrebuja en la manta, mientras pasea la mente por el arenal de sus sentidos. Hay un desorden de arenas y conchas, arrastradas por la marea de los días. Un desorden anímico, de preguntas sin respuestas.

Se acerca más al fuego, intentando calentar el silencio. En la gran sala, están sólo la música, ella y ese frío que reclama a gritos el gesto de un abrazo... pero eso no será hoy. Tal vez mañana. Sí, tal vez mañana, cuando el sol sonría de nuevo, ella saldrá temprano, cargada con una gran mochila de nuevas ilusiones, para recoger los desperdigados pétalos de su esencia.







2/16/2015

AUSENTES DEL MUNDO REAL




Este fin de semana, tuve que pernoctar en casa de un amigo. Por la mañana, mientras desayunaba, escuchaba la conversación de uno de sus hijos, en edad adolescente, con un compañero de clase. Ellos ni siquiera estaban juntos y su medio de comunicación era un portátil. El chico, ajeno a todo, estaba sentado frente al ordenador, con los auriculares puestos, totalmente aislado de la realidad y sumido en el mundo virtual del juego.

Escuchándoles, me di cuenta de que hablaban otro idioma. Un idioma creado a partir de personajes de videojuegos, apuestas, vidas sacrificadas y extraños personajes contra quienes luchaban en ese adicto ciberespacio. La conversación entre ambos fluía en plan solemne, como si en aquel juego que ejecutaban, cada uno desde su pantalla, les fuese la vida. Al final de eso se trataba, de sobrevivir en ese mundo virtual, trazado entre laberínticas e inquietantes persecuciones, batallas y muerte.

Oyéndoles hablar, me pregunté si sabrían mantener una conversación en y sobre el mundo real, con la calidez que aporta el contacto humano y el placer de compartir el tú a tú del gesto y la sonrisa. A la vez, viendo la ansiedad que ponían en la ejecución del juego, me cuestioné si se estaba creando una corriente de jóvenes ludópatas virtuales y hasta qué punto eso podía afectar su futuro y formación como adultos.

Todas esas cuestiones quedaron en el aire cuando salí hacia el trabajo, dejando tras de mí al adolescente inmerso en plena ficción. Era una soleada mañana de sábado, de esas que invita a salir para llenarte de luz y energía positiva y me acordé de cómo disfrutaba, en mi niñez y adolescencia, saliendo a jugar o a reunirme con mis amigos. En fin, los tiempos cambian y ahora el disfrute de la vida al aire libre ha sido sustituido por la pantalla y el ordenador, por los videojuegos y videoconsolas… todo muy avanzado, muy dinámico, pero ideal para que los chicos no muevan las posaderas de la silla y pierdan la capacidad del diálogo humano.

Si, mis preguntas de la mañana se quedaron en el aire, pero cuando regresé a casa de mi amigo, después de una larga jornada de trabajo, el chico seguía clavado en el mismo lugar que por la mañana, con los auriculares puestos, aislado de la vida real, ciego y sordo a todo lo que  ocurría fuera de su pantalla. Fue entonces cuando en el aire se me concretaron todas las respuestas.


2/08/2015

EL OCTAVO COLOR DEL ARCO IRIS




“La vida es un Arco Iris que incluye el negro” Una frase de Jevgeny Yevtushenko que siempre me ha gustado, aunque hasta hace poco no le he sabido dar su justo valor dentro de mi particular filosofía de vida. El negro está siempre asociado a cosas nefastas, seguramente por una connotación racista, tan deplorable en la esencia del ser humano. Es un color utilizado como metáfora en aspectos totalmente negativos, caóticos, funestos. En cambio para mi ese “negro” del Arco Iris tiene su punto de optimismo, como el que se da después de ver la luz tras atravesar el túnel.

Sin ese negro nos adormeceríamos en una rutina, cómoda pero falta de alicientes. Seriamos insulsos, sin chispa, sin contrastes. El negro nos hunde y nos obliga a resurgir de nuevo. Hace que dejemos de creer en algunas personas y descubramos la calidez de otras. Nos aguijonea hasta obligarnos a enterrar sentimientos, ilusiones, proyectos, pero a la vez otros nuevos parten de cero, sin contaminar todavía, vírgenes en posibilidades, quizás más auténticos, trenzados con manos más expertas.
El negro es el instante turbio del desengaño, del miedo, de la impotencia, de la ausencia, de la rabia, del desamor, pero a la vez es un antídoto, una vacuna contra todo lo antes expuesto. Sin él seriamos incapaces de reaccionar, de olvidar y evolucionar en otros espacios, otros seres, nuevos colores, más vida.

El negro es un bache necesario para generar adrenalina, explorar otros horizontes y poner fin a los espejismos. Tras él, esperándonos,  hay una nueva forma de mirar, más experta, menos ilusa, cada vez más concreta y realista. Lo trascendente deja de serlo, lo especial se transforma en cotidiano y nos da pie a otros caminos.

El negro nos sacude, nos aterriza, nos vapulea, nos cambia, nos duele, nos abre los ojos, nos obliga a reciclarnos, nos transforma, nos sume en la miseria, pero es un mal necesario para no estancarnos en ficticias realidades. Sin él no evolucionaríamos, ni seriamos fuertes y aptos para sobrevivir en la jungla humana de los sentidos.

Sí, me gusta el negro, me hace cambiar ciertas apreciaciones, me enseña el justo valor de quienes me rodean, me hace dejar de perseguir utopías y centrarme en realidades. El negro no me asusta como vivencia, puedo afrontarlo. Me asusta más lo que muestra, su capacidad de derrumbar a nuestros ídolos y poner en evidencia sus pies de barro y por encima de todo, me asusta la nostalgia que inevitablemente deja a su paso tras haber perdido aquello en lo que creíamos sin condiciones.


2/02/2015

INVOCACIÓN



Era día de limpieza,
de airear las estancias
y barrer los retazos de vida
esparcidos a mí alrededor
como confeti de colores.
Aquella mañana de Febrero
el sol rasgaba la soledad
fundiendo su densidad.
Creo que por ahí penetró
el suave fluir de la música.
Aquella que grabaste para mí,
cuando era parte de tu universo.
En ese instante me evadí de todo,
levitando tras la estela del ritmo,
hasta el desván de mis recuerdos.
Allí busqué, entre mis tesoros
los átomos de tu esencia
para bailar con ellos
esta melodía, azul y sensual,
que un día nos amarró las almas.
Bailé hasta perder el aliento,
hasta impregnarme de ti el cuerpo.
Bailé, con la estela de tu sombra,
trazando garabatos en el frío suelo.
En la nada, entrelazada a ti,
palideciendo las horas.
Fue ya de noche, bajo el plenilunio,
que me senté en el jardín,
-utópica soñadora-
invocando a la luna, tu regreso.