“La vida es un Arco Iris que incluye el
negro” Una frase de Jevgeny Yevtushenko que siempre me ha
gustado, aunque hasta hace poco no le he sabido dar su justo valor dentro de mi
particular filosofía de vida. El negro está siempre asociado a cosas nefastas,
seguramente por una connotación racista, tan deplorable en la esencia del ser
humano. Es un color utilizado como metáfora en aspectos totalmente negativos,
caóticos, funestos. En cambio para mi ese “negro” del Arco Iris tiene su punto
de optimismo, como el que se da después de ver la luz tras atravesar el túnel.
Sin ese negro nos adormeceríamos en una
rutina, cómoda pero falta de alicientes. Seriamos insulsos, sin chispa, sin
contrastes. El negro nos hunde y nos obliga a resurgir de nuevo. Hace que
dejemos de creer en algunas personas y descubramos la calidez de otras. Nos
aguijonea hasta obligarnos a enterrar sentimientos, ilusiones, proyectos, pero
a la vez otros nuevos parten de cero, sin contaminar todavía, vírgenes en posibilidades,
quizás más auténticos, trenzados con manos más expertas.
El negro es el instante turbio del
desengaño, del miedo, de la impotencia, de la ausencia, de la rabia, del
desamor, pero a la vez es un antídoto, una vacuna contra todo lo antes expuesto.
Sin él seriamos incapaces de reaccionar, de olvidar y evolucionar en otros
espacios, otros seres, nuevos colores, más vida.
El negro es un bache necesario para
generar adrenalina, explorar otros horizontes y poner fin a los espejismos.
Tras él, esperándonos, hay una nueva
forma de mirar, más experta, menos ilusa, cada vez más concreta y realista. Lo
trascendente deja de serlo, lo especial se transforma en cotidiano y nos da pie
a otros caminos.
El negro nos sacude, nos aterriza, nos
vapulea, nos cambia, nos duele, nos abre los ojos, nos obliga a reciclarnos,
nos transforma, nos sume en la miseria, pero es un mal necesario para no
estancarnos en ficticias realidades. Sin él no evolucionaríamos, ni seriamos
fuertes y aptos para sobrevivir en la jungla humana de los sentidos.
Sí, me gusta el negro, me hace cambiar
ciertas apreciaciones, me enseña el justo valor de quienes me rodean, me hace
dejar de perseguir utopías y centrarme en realidades. El negro no me asusta
como vivencia, puedo afrontarlo. Me asusta más lo que muestra, su capacidad de
derrumbar a nuestros ídolos y poner en evidencia sus pies de barro y por encima
de todo, me asusta la nostalgia que inevitablemente deja a su paso tras haber
perdido aquello en lo que creíamos sin condiciones.