10/31/2014

HABITANTE DE LO INSÓLITO





Al doblar la esquina de los sueños
me encontré con un paisaje de agua y piedras.
Recorrí sus calles, me demoré en sus plazas
y poco a poco, me enamoré de aquel espejismo
que emergía sobre las aguas de la laguna.
Dejé que me sedujera la niebla que lo abrazaba,
el susurrar de sus góndolas y el vaivén de sus mareas.
Escuché las voces antiguas atrapadas entre los muros
y reseguí, con mi retina, el perfil de los palacios.
Al llegar la noche, mi espíritu bailó con su música.
Fluía, lenta, de las cuerdas de un violín
mientras la hechicera luna se demoraba en los canales.
Cada nota se enlazó a la brisa, hasta rozar las estrellas
y Venecia, convertida en nocturna acuarela,
desnudó su pasado de cortesanas y misterios
deshojando sus fachadas de las huellas del tiempo.
Aquella melodía era el vibrante latido de la ciudad
que empezaba a cerrar sus ojos tras las ventanas.
El tañido de la media noche, conjuró el silencio.
Y yo, soñadora noctámbula, habitante de lo insólito
deambulé, por la inverosímil geografía de los puentes,
hasta doblar otra esquina, abierta a la magia de lo eterno.

10/26/2014

KILÓMETRO CERO



A veces, en el deambular por la vida, nos demoramos en el trayecto. Estamos ante una larga recta, con baches controlados y sin grandes incógnitas a la vista, así que ponemos el piloto automático y nos relajamos. Es un momento cómodo y plácido que nos lleva a aletargar la marcha para asentarnos en lo puramente establecido por la rutina. A lo lejos se vislumbra un recodo, tras el cual no podemos adivinar lo que hay. Por una parte, nuestro inquieto yo nos susurra que avancemos hasta girar por él para dejarnos sorprender por lo imprevisto; pero por otra, el miedo a lo desconocido nos paraliza. Así que preferimos seguir anclados en la previsible recta y no tentar la providencia.

Pero como no hay nada escrito, ni podemos controlarlo todo, a veces un terremoto arrasa la tranquilidad del camino, modificando toda su orografía. Sacudidos por el caos nos damos cuenta de que ya no estamos en un espacio cómodo y seguro, sino en un intransitable pedregal por donde moverse es desconcertante. Nuestros cimientos se ven perturbados y de repente, la necesidad nos empuja a avanzar, a cambiar, tal vez a perseguir aquel sueño aparcado durante largo tiempo, por considerarlo una locura. Cuando se rompe la placidez reaccionamos buscando nuevas salidas y quizás, en una de ellas, este esperándonos alguien, que nos ayude a seguir evolucionando y a quien le apetezca compartir nuestro sueño. No hay duda de que un sueño compartido puede ser aún mejor que vivido en solitario.

Hoy, soy parte activa de un sueño que yo no forjé, pero del que alguien me habló en su día. Alguien, a quien le debo muchas  vivencias especiales, y que me ha contagiado su entusiasmo por el proyecto. Tanto es así que juntos vamos a emprender un nuevo camino profesional. Hay ilusión, muchas ganas y la complicidad de poder planificar ese sueño en buena armonía, aportando cada uno sus capacidades. Por otra parte, como sucede ante todo lo nuevo, acecha el vértigo de la incertidumbre, el peligro del fracaso; pero como la unión hace la fuerza, vamos a saltar todos los obstáculos y llegar a la meta. La carrera ha empezado, partimos del kilómetro cero, la fuerza interior nos empuja y vamos a apostarlo todo a esa carta, porque creemos en ella.



10/20/2014

DESNUDAR EL ALMA




Estaba allí, sentada frente a él. No era, ni mucho menos, la primera vez que se encontraban. Ante él se había desnudado muchas veces, conjugando un idilio de transparencias. De hecho, era quien conseguía sacar todo lo que llevaba dentro. Era en quien podía desgranar sus múltiples yos sin temor al reproche o a ser juzgada, ya que él siempre la dejaba expresarse libremente. Era su cómplice, el silencioso receptáculo de sus pensamientos y sensaciones y pese a haber compartido tanto, aún a veces, un muro se interponía entre ellos.

Aquel día, mientras el crepúsculo se descolgaba más allá de las montañas, permanecía ante él, dubitativa y dispersa, temerosa de desnudarse, contraria a mostrar sus vulnerabilidades. Él, siempre tan discreto, permanecía a la espera, impasible, inmerso en su mutismo virtual. Un folio en blanco ocupando la pantalla del portátil, sumido en una quietud expectante, esperando que ella lo llenase de trazos, a su aire y sin prisas. Sin embargo ese atardecer, las palabras parecían congeladas en su mente. Eran como mil apuntes dando vueltas sin concretarse, en el neutro vacío del espacio en blanco, callado, paciente, aguardando a ser partícipe de la magia de la inspiración.

La tarde declinaba con gesto perezoso. Aquí y allá se iban perfilando las sombras de la noche. Un titilar de luces empezaba a iluminar la ciudad y los transeúntes se apresuraban para descansar en el refugio de sus casas.

Ella observó una vez más la pantalla en blanco, sus dedos se movieron sobre el teclado, primero muy despacio, como tímidos ejecutores de palabras muy meditadas, aún prisioneras, contenidas. Luego fueron agilizándose, moviéndose cada vez más rápidos y seguros. El invisible dique de contención fue cediendo, abrió sus compuertas y el texto fue expandiéndose, como una locuaz marea, hasta cubrir toda la pantalla. Con cada palabra, la escritora, iba deshojando pétalos de su esencia y desnudando su alma a los lectores.

En el mágico espacio del universo de la inspiración, una musa sonreía.

10/15/2014

UN PASEO POR LA VIDA




Soy habitante del mundo, pasajera de un viaje
recorriendo, días y noches, el asfalto de la vida.
Por este universo cambiante me muevo y adapto.
Soy a ratos navegante y otras soy náufrago
aferrada a la promesa de nuevos horizontes..
A pie plano o en pendiente me defiendo
y espero encontrar la magia tras las esquinas.
En cada recodo anida el factor sorpresa
y es, a veces, sonrisas o sabor a lágrimas.
Aprendí a nadar y guardar la ropa y a querer
a los compañeros de viaje que dejan huella.
Todo es un incesante fluir de cosas sencillas.
Gestos borrando los estigmas de la soledad.
Océanos de sueños para navegar, sin rumbo.
Crepúsculos sangrantes, noches de seda
y el aroma del silencio en armonía con el viento.
Entre trayecto y trayecto, me enamoro,
de la geografía de las estrellas, de los desiertos.
Soy parte de los paisajes de cemento y piedra,
de musgo y arena, de agua y tierra, de sol y luna.
Vivo, embriagada de libros, de letras y sensaciones.
latidos, rostros amados, deseos, pasiones en la piel
Todo es efímero, todo es vida, beso de aurora, anhelo.
Ser parte de algo, de alguien, huir del tiempo, renacer.
Soy habitante del mundo y aprendí a no pedir nada,
sólo que al girar una esquina, me sorprenda la magia

10/13/2014

LATIDOS OPUESTOS



Viene y se va,
entre latidos de vida.
Se acerca un poco,
pero no se queda.
Le abraza y se aparta,
aunque le desea.
Le toca y quiere más
pero no es el momento.
Es ángel y demonio,
 vibración y letargo.
Está y no está,
desglosada en átomos
de incertidumbre.
Le quiere y le ignora,
sin aparcar sentimientos.
Le besa fugazmente
y se abrigaría en el beso.
A ratos entra y otros sale.
Es ella hecha metáfora,
apenas una rima
desencadenada y libre.
Le recuerda y le olvida,
sin caer en el olvido.
Fluye en sus vaivenes.
Le siente y deja de ser,
para enamorarse de nuevo.
Es sol, es luna, es universo
sobre su piel de viñedo.
Lo dibuja y lo borra,
jugando a cara y cruz,
con el impredecible destino.
Es día, es noche, luz y sombras
surcando sus silencios.
Se mece en su abrazo de agua,
para perderlo luego.
Lejos, cerca, fluctuando,
es amante, caricia y anhelo.
Se le esfuma en la distancia,
y le reencuentra sin tiempo.
Es mar, es fuego, ola y llama.
Deja de ser, olvida su yo
y por no ser zozobra
al filo del despropósito.
Tras ella quedan los pétalos
de las mujeres que es y fue,
flotando en la brisa incandescente,
de todos sus crepúsculos.



10/08/2014

EL HOMBRE DE LAS DUNAS




Le conoció una tarde de Septiembre, cuando en la viña percutía el latido de las uvas maduras y el aire olía chocolate y jengibre. Fue un paso fugaz, donde le dibujó un pequeño esbozo de sí mismo. Lo suficiente para despertar su curiosidad.

Poco después de ese encuentro, empezó a llamarle “El hombre de las dunas” No fue una elección al azar, sino producto de unas sensaciones que fluían entre ambos, de la mano de trazos de palabras. Él era como las cambiantes dunas, empujadas por el viento. El viento que le movía era el soplo de los sentidos en eterna discordia con la voz de la razón. A veces, el soplo de los sentidos se acentuaba, cogía fuerza y lo aproximaba a su orilla, pero enseguida la razón tomaba nuevas energías, para contrarrestar ese instante de ilógica humanidad y volver a dominar su espíritu.

El hombre de las dunas fluctuaba en un incierto vaivén, librando una eterna batalla con sus deseos y lo políticamente correcto. Todo ello le impedía dejarse ir y ser él mismo. Ella le observaba deambular por el filo de las pasiones, sin decidirse a vivirlas. Sólo el mundo virtual le proporcionaba un espacio de evasión y también el placer de modelar, con todo aquello que le cosquilleaba los sentidos, un mundo de palabras que perfilaban sus sueños e inquietudes.

Sentada en la orilla de su playa, le veía moverse entre las cambiantes formas de las dunas. A veces era un destello, una sonrisa, un gesto, una sensación. Otras, una invisible presencia, oculta tras su muro de contradicciones.

No sé si con el tiempo él se dejará vencer por la voz de los sentidos y tal vez sea mejor dejar ese punto en el misterio. A ella la veo a veces, siempre cerca del mar. Cuando la conocí ya supe que era mujer de agua y fuego. Su viento hace tiempo anuló lo absurdo de la razón y desde entonces celebra cada día de vida con la intensidad que se merece. Su lema es no ser esclava del pasado ni del futuro, pues sólo cuenta el presente y las pequeñas o grandes cosas, que trae consigo.

Hoy me la imagino, en la cálida hora crepuscular, paseando por la orilla y sonriendo al hombre de las dunas que la observa, refugiado en la neutralidad de la distancia, invitándolo a sumergirse en el océano de las pasiones.

10/06/2014

HORA PUNTA



Me gusta viajar en tren, pero debo admitir que hacerlo en horas punta resulta toda una aventura. Hace un par de días, sin ir más lejos, estaba sentada en uno de los asientos de la plataforma de un vagón atestado de gente. A medida que se sucedían las estaciones el volumen de pasajeros iba en aumento, de modo que los que estábamos sentados teníamos, a escasos centímetros, las posaderas de alguno de los que se iban apelotonando donde buenamente podían.

Generalmente acostumbro a aprovechar los trayectos en tren para leer o escuchar música, pero para ello necesito que no me aprieten el aura y ese día la tenía como metida en una lata de sardinas. Así que, en plan voyeur, me puse a observar a mis anónimos compañeros de trayecto, algo muy útil para la inspiración literaria. A pesar de ese lleno hasta los topes, nadie hablaba… bueno, me refiero que no hablaban entre ellos, pero sí que mantenían un flirteo con su móvil. El ambiente estaba lleno de sonidos virtuales de diverso tono e intensidad, que fluían entro lo clásico y lo original. El único sonido humano eran toses y estornudos, producto del caprichoso vaivén meteorológico del otoño. En un alarde de imaginación, pude ver flotando a un ejército de traviesos microbios a la caza de los pasajeros no contaminados. Recé para que mis defensas presentaran batalla y me distraje mirando a una jovencita, a la que le había dado por afeitarse media cabeza. El resto de la melena le colgaba, en forma de trenza, sobre un hombro, dándole un curioso aspecto mezcla de chica dura y romántica Julieta. El dueño del trasero pegado a mí, movía los hombros como un zombi al ritmo de una música estridente que transcendía más allá de sus auriculares. Iba calzado con unas contundentes botas militares que me hacían mantener los pies en alerta roja, por si en algún momento aterrizaban sobre ellos. El hombre que ocupaba el asiento contiguo al mío, ya ancho de por sí, se removía inquieto, tratando de expandir aún más su generosa anatomía. Yo, mientras tanto, trataba de fundirme contra la pared del vagón, en un intento vano de evitar su codo, clavado en mis costillas. Para colmo, a la altura de Badalona, cuando ya perecía no caber nadie más, apareció un chico blandiendo una bicicleta y consiguió hacerla entrar a golpes de manillar y ruedas. Mientras ejecutaba tal misión imposible, una serie de miradas, como dardos asesinos, se clavaron en él, pero no sé si por educación o por no perderse un minuto de interludio virtual, nadie dijo nada. En medio del comprimido silencio, un abuelo atendió una llamada de su móvil y doy por sentado de que padecía algo de sordera, pues su voz, elevada a varios decibelios, se expandió por todo el vagón.

En una atmósfera tan comprimida, el tren parecía circular a paso de tortuga y para mi asombro en ese receptáculo ya atiborrado de por sí, aún se acoplaron tres pasajeros más y sus correspondientes maletas.

Por suerte en El Clot se inició la marea del descenso y, poco a poco, mi aura fue emergiendo de la lata de sardinas donde estaba atrapada. Mi expansivo vecino bajó en Plaza de Cataluña y mis costillas lo agradecieron. Mis pies bajaron la guardia cuando desaparecieron las amenazadoras botas militares y la chica de la cabeza medio rapada, mitad galáctica, mitad Julieta, desapareció andén abajo. Me relajé unos minutos, antes de que llegase mi parada, mientras trazaba un esbozo mental de este post que ahora redacto.


Y es que el teatro de la vida es la mejor musa.

10/03/2014

BARCOS DE PAPEL



De niña, el ser hija única, la había convertido en una soñadora. En sus juegos solitarios esculpía con la arcilla de las fantasías un misterioso universo, donde la magia y los colores eran los protagonistas. Inmersa en su espíritu creativo, fue creciendo y modelando las ilusiones de su íntimo yo. Al llegar a la adolescencia tenía el alma y las manos llenas de sueños. Sueños que imaginaba convertir en realidad, hasta hacerlos parte tangible de su vida. 

Pero a veces, suele ocurrir que el destino depara otros planes y un día, al llegar a la edad adulta, fue consciente de que debía aparcar sus proyectos en beneficio de diversas responsabilidades que reclamaban su atención. Sin embargo se resistía a dejarlos olvidados en el desván de los recuerdos, porque sabía que allí, poco a poco se irían aletargando, hasta consumirse en la nada. Entonces tuvo una idea: cogió folios de colores y en ellos fue escribiendo cada uno de esos deseos, trazados en las nubes de esperanza que genera la inocencia. Los plasmó con el pincel de las palabras y luego, con cada folio hizo un barco de papel. Llenó  con ellos una gran mochila y cargada con ese utópico equipaje se fue al mar. Allí, sentada sobre una roca en esa hora de miel y canela en que despunta el día, fue depositando los barcos sobre la piel salada y los vio alejarse, entre dorados reflejos, empujados por la suave brisa.


Se quedó observándolos, con un punto de nostalgia, hasta que el último desapareció de su vista. Luego, cuando el calor del sol empezó a ruborizarle las mejillas, emprendió el regreso a casa, para seguir fluyendo en las rutinas. Bajo un cielo sin nubes, mecidos por la euritmia de las olas, sus sueños se dispersaban. Simplemente no era el momento de vivirlos, pero ella sabía que llegado ese momento, de un modo u otro el mar se los devolvería. Mientras, los dejaría navegar por playas remotas para que no perdiesen la magia de su esencia.