¡Aah, aaah, aaaachiiis! Uff, perdón. Aquí, sentada en medio del caos, me siento como un kleenex usado y abandonado en un rincón de este frío local.
La verdad es que hoy los kleenex son parte de mi equipaje. Un equipaje cargado de estornudos, tos y congestión nasal que me esta convirtiendo en lo más parecido a una mujer piltrafa. Entre eso y que voy embutida en mil jerseys puedo afirmar que soy la viva imagen de la anti lujuria. Pero confieso que en estas circunstancias en lo que menos piensas es en comerte un rosco.
La verdad es que hoy los kleenex son parte de mi equipaje. Un equipaje cargado de estornudos, tos y congestión nasal que me esta convirtiendo en lo más parecido a una mujer piltrafa. Entre eso y que voy embutida en mil jerseys puedo afirmar que soy la viva imagen de la anti lujuria. Pero confieso que en estas circunstancias en lo que menos piensas es en comerte un rosco.
La humedad se me cala hasta los huesos y necesito con urgencia un chute de paracetamol. No he comido, excepto un magro y apresurado desayuno, del que mi desfallecido organismo ya ni se acuerda. Aunque debo añadir que un amable y desconocido operario de la construcción, me ha traído un café... que, por el peculiar sabor, no tengo claro que fuese realmente café sino algún tipo de sucedáneo, pero por lo menos estaba calentito y me ha reanimado, tanto como un boca a boca por un socorrista cachas. El mismo chico, más tarde, me ha ofrecido unas mandarinas, que he declinado por ser parte de su propia comida, a pesar de que se las he agradecido tanto como si hubiesen ido a para a mi quejumbroso estómago que protestaba indignado. Es curioso como gente que no te conoce de nada tienen un bonito detalle y para otros, por los que te desvives, eres invisible.
Me reconforta pensar que en medio de este gripazo y la obligada abstinencia, voy a convertirme en una sílfide y voy a poder embutirme en una XXS, lo que demuestra que no hay mal que por bien no venga.
Entre estornudo y estornudo, fluyendo por la corriente de aire, voy pasando la tarde, tecleando esta paranoia en la tablet y soñando con mi casa calentita y mi cómodo sillón, con aquella pequeña manta con estampado de tigre incorporada, bajo la que me arrebujo tan a gusto.
Ya lo decía mi abuela: si no te cuidas tú, nadie más lo hace por ti. Así que voy a revestirme del más puro egoísmo y en cuanto me releven me piro y corro a mi refugio para mimarme un poco, que ya me toca.
Mientras espero, soñare con que un mítico príncipe azul me trae una tisana calentita y un tenteempie rico, rico. Soñare que me da un masaje en las entumecidas cervicales y me prepara un baño caliente con sales perfumadas de eucalipto. Soñaré... en fin. eso: simplemente soñaré. Porque es bien sabido que los príncipes azules no existen sino en la mente de las soñadoras como un raro especimen, casi utópico, creado por las féminas, para sobrellevar la pura realidad.