El velero de mis sueños navega sin rumbo
por el instante turbio del despertar.
Es la hora quieta, aquella en que todo se recicla
y el gesto preciso del alba rasga las sombras.
El horizonte es un pentagrama de luces,
en plena e irreal metamorfosis,
componiendo una sinfonía de colores.
Su melodía es magma ardiente sobre las aguas
y el mar naufraga de deseo
fascinado por la belleza de la aurora.
Un murmullo de pasiones agita las olas
elevando su último aliento en el rompiente.
Más allá del mundo, en el templo de los dioses,
percute una pulsación, sensual y cárdena
y la ciudad convoca realidades de asfalto.
Duermes, desnudo entre el desorden de las sábanas
mientras la lasciva luz recorre tu piel.
Yo, celosa de su gesto, te abrazo,
porque quiero ser el sol y la brisa de tu despertar
amarrando mi alma a los puertos de tu cuerpo.
Voraz, el día devora las últimas tinieblas
rodando por la vida como un torrente.
Ajena a la inexorable mecánica del tiempo
fondeo mi barca en la orilla de tu cuerpo
y lo recorro, como un gran sol naciente,
engendrando una flor de fuego.
Una flor que crece entre caricias y besos,
para ser deshojada entre dos.