6/27/2016

POEMA A LA DERIVA


En el espejo de la mañana late, lenta, la mar mientras el sol se precipita en sus olas. Es verano y las pieles se embriagan de luz, tendidas sobre el tapiz de la arena. La brisa huele a sal y me refugio en este pequeño latifundio marino que me aviva el color de los sentidos. La voz del agua, compuesta por una sinfonía de azules, es un cadencioso susurro que compone una melodía de calma. Nado, acompasada a la euritmia de la mar, hacia un horizonte inalcanzable. Capturo la mirada del día entre espejismos de sal, recreándome en las notas del silencio. El él empieza a germinar una pequeña semilla de inspiración y las palabras se van elevando hasta flotar a mi alrededor, como minúsculas velas de colores. Dibujan versos que se enredan a los cabellos de la mar. Los voy dibujando sobre la piel del viento, concretando así un poema de sal y rocas, de vida y deseo, de luz y ausencia. Lo voy modelando, sumida en el líquido espacio. Casi perfilo ya su esencia, lo acaricio con los dedos de la mente. Me recorren besos de espuma…

Las puertas del vagón se abren y una avalancha de jóvenes estudiantes lo invade todo. Una gran ola me cubre y pierdo la cadencia. Trago agua y me hundo. El sueño se desvanece y el poema se aleja, como un barco de papel a la deriva. Regreso a la realidad. Estoy en un tren, en medio de un tumulto, con el aura apretada. Ya o hay silencio y el creciente ruido me desestabiliza el eje de simetría. Veo a la inspiración, rota en mil pedazos, fundirse en el vacío de la nada... 

Tras la ventanilla, aún palpita un mar de ensueño.