11/27/2014

DESCALZA




Descalza, camino por rutas marinas
entre los besos de este mar de Otoño
que ciñen de sal mis tobillos.
Observo las desnudas olas
y la perfección del espacio
perfilada por hilos de nubes.
Sedienta de horizontes,
escucho la orquesta del viento
percutiendo entre los mástiles
y la romanza de las aguas
latiendo en el liquido paisaje.
Arendí que nunca hay un retorno
ni ningún hecho es definitivo.
Sé que soy pasajera de mis días,
frágil partícula rodando por el mundo
habitante de albas y crepúsculos.
Por esa razón aprovecho el gesto fugaz
que me regala esta mañana de Noviembre
y lo atrapo, en un rincón del alma
para mantener viva la cúpula de mis sueños.

  

11/24/2014

HIELO Y FUEGO


Eran muy diferentes. Sus encuentros generaban esferas en el aire, latiendo entre pasiones y olvidos. Él se protegía tras u muro de hielo y ella bailaba alrededor del fuego. Su esencia era la razón y la locura conjugando la complicidad del despropósito. Aunque podían parecer agua y aceite, alguna especie de sortilegio estelar tejía los hilos de su unión y así permanecían, juntos pero no revueltos, explorando sensaciones.


En horas quietas compartían silencios exentos de incomodidad. En horas locas se sumergían en paraísos perdidos de risa y travesuras. En horas intimas dialogaban, piel contra piel, componiendo una salmodia de sensuales susurros, mientras en un punto de su universo, se encendía una estrella fugaz.

Se abrigaban en abrazos, sin atarse mutuamente, porque ambos sabían del placer de la libertad y el respeto.

Eran mar y cielo ópticamente unidos en el horizonte, dibujando la indiscutible verdad de un espejismo de realidades, Un espejismo rendido en el halo de una luz tránsfuga, como un simulacro en la sombra.

Solitarios peregrinos, herrando por sendas paralelas que a veces se entrecruzan. A veces lejanos, a veces próximos, viven la vida, acoplándose sin tiempo ni espacio en los insólitos paisajes de su diversidad.

11/16/2014

DEL SOFÁ A LOS MARES DEL SUR





Había decidido dedicar el día al dolce far niente. Estaba sentada en su sillón preferido, arrebujada en su manta de cuadros y con una taza de té sobre la mesita auxiliar y acompañada por el murmullo de la televisión. Por la pantalla desfilaban las escenas de uno de esos films típicos y previsibles de una tarde de domingo, que parecen clonarse en todas las cadenas. Realmente no la miraba, era más el deseo de romper el silencio lo que la había llevado a sintonizar una película al azar, que el interés por seguirla. De hecho, estaba sumida en una especie de somnolienta letargia que mantenía su mente en otro estadio.

Poco a poco, el sonido de fondo de la salmodia televisiva se fue apagando a la vez que crecía otro muy distinto, de olas y brisa. Del blanco techo se derramó una orgía de azules y sol que envolvieron su piel desnuda. Desaparecieron las frías baldosas y el suelo se transformó en un dorado arenal, donde parecía fundirse todos los matices del ámbar. Ya no había butaca, ni muebles, sólo la playa, sombreada de palmeras y el inmenso océano salpicado de cristales de luz. Casi rozando el horizonte, un par de veleros rasgaban la salada piel de las aguas, dejando tras de sí una efímera estela de encaje. Un vuelo de gaviotas tatuó fugazmente el cielo y sus chillidos se mezclaron con el susurro de las olas. Dio un sorbo al cóctel de exótico sabor que sostenía en su mano y se recreó en la contemplación del paisaje. Estar allí era como ser parte de una pintura de Gauguin. La belleza de los colores y la luz de los mares del sur latían en cada partícula de vida. Saboreó el instante, feliz de ser parte de aquel paraíso de calma y cerró los ojos para concentrarse en la suave melodía del mar.

Un estruendo rompió el plácido sosiego y le hizo abrir los ojos, sobresaltada. El caribeño espejismo había desaparecido y en la pantalla de la televisión se sucedían las escenas del caos tras una gran explosión. El té se le había enfriado sobre la mesita y la penumbra, típica de las breves tardes de invierno, invadía la estancia.
Bajó el volumen, dejando que las imágenes desfilaran en silencio y se arropó bien con la manta, refugiándose de nuevo en un placentero sopor.

A veces es más fácil cerrar los ojos y soñar con lo que realmente deseamos que apostar por hacerlo realidad. Así, poco a poco, se convierte en una quimera que visualizamos lejana e inaccesible, suspendida en un mundo al que sólo tenemos acceso con la llave de la fantasía.

¿En qué momento dejamos de luchar para lograr vivir nuestros sueños?


11/15/2014

MAREA DE SAL Y ÁMBAR



La piel de las olas es un cristalino espejo donde se refleja el cielo. Un tapiz de nubes cubre el horizonte y tras sus rendijas de algodón el sol naciente juega al escondite mostrando, de vez en cuando, tímidos rayos de luz.

El tren se desliza, casi perezoso, por la línea de la costa y me abstraigo en la contemplación del líquido paisaje que va mutando tras las ventanas. Se encadena en secuencias que me recuerdan el paso de una película a cámara rápida. Una muestra visual que al llegar a las estaciones se ralentiza, hasta quedar detenida en un fotograma. Con ese estático telón de fondo los viajeros van y vienen, en un incesante fluctuar de  personajes, como en el rol de una película muda.

Luego el tren reanuda su marcha y el paisaje vuelve a fluir, cada vez más deprisa ante mis ojos. Es en uno de esos instantes en que el telón de nubes se rasga y una herida de luz, anaranjada y brillante se perfila al horizonte. Su fuego parece calcinar el manto grisáceo que cubre el cielo hasta derramarse como lava líquida sobre la mar. En un suspiro, un reflejo incandescente recorre el latido de las olas, cabalgando al filo de sus crestas. Lo veo avanzar, igual que una marea de sal y ámbar, hasta romper en la orilla, entre un revoltijo de espumas.

El instante es mágico, rico en sensaciones, pero como toda magia no se detiene. El tren va dejando atrás la línea de la costa y ahora se desplaza sobre un escenario neutro, exento de belleza. Discurre, en su rutinario deambular, hacia las entrañas de la gran ciudad, donde se sumerge de lleno en las sombras. Ahora, en las oscuras ventanillas, sólo se dibuja mi imagen rodeada de un difumino de rostros somnolientos con quienes comparto un trayecto por el subterráneos laberinto de la vida urbana.

11/10/2014

ASFALTO OTOÑAL



La luz tamizada del atardecer, moteado de nubes, perfila un asfalto otoñal, tatuado de ocres y naranjas. La fina llovizna ha dejado una brillante pátina sobre el revuelo de hojas. Ella camina, casi ausente, por el laberinto del paisaje urbano. Es un día de esos en que desearía desamarrar sus raíces ancladas en las rutinas y volar. Mira a su alrededor y se percata de que los otros transeúntes se mueven como autómatas programados, prisioneros en el lastre de las prisas, ajenos a la otoñal metamorfosis.

La brisa de Noviembre agita sus cabellos envolviéndola en un frío abrazo que se cuela por sus poros, hasta remover su esencia. En su interior se eleva un polvillo de nostalgia. Tal vez sea ese crepúsculo de otoño o la lluvia lo que genera la melancolía que la hace declararse en rebeldía. O quizás todo se debe a ese espíritu bohemio que, desde siempre, anida en su alma.

De repente, entre las nubes se dibuja el último instante cárdeno del día. Aquel en que este se apaga, tras una lenta agonía de fuego. Un destello rojizo late a su alrededor y todo lo transforma. Resuelta en él se eleva sobre una ciudad de descoloridos tejados componiendo, en el ígneo pentagrama del aire, una melodía de libertad. Se deja acariciar por las hojas que se liberan se los árboles, enlazadas en una danza aérea, rica en sensaciones, donde se disuelven los limites. Abandona pretéritos y futuros, fascinada sólo por el presente. Se reconcilia con su pasado, pone el marcador a cero y se permite soñar a tiempo completo. Soñar en colores, soñar en realidades, vivir el sueño.

Tras ese destello incandescente, la oscuridad se acerca de puntillas, como un ladrón dispuesto a robar todo vestigio de magia e ilusiones. En el universo se van encendiendo estrellas y una luna de jengibre juega a esconderse por entre el mosaico de nubes. Aparece y al momento se va, envuelta en una neblina de timidez lunar.

Ella, cruza el parque, sus pasos resuenan tenues, sobre la vegetal alfombra tejida de hojas y ramas secas. Se sienta en un banco a contemplar los guiños apagados de los astros. Su cuerpo sigue allí, anclado al terrenal pavimento, pero su espíritu sigue volando, liberado de prejuicios, por los circuitos de la noche. Tal vez con el alba regrese a asumir su rol de compromiso y cordura, o quizás se quede por siempre flotando en el limbo de lo inverosímil, donde habita la sana locura.

11/03/2014

BAJO PÉTALOS DE LUNA



Deseos y fantasías, sábanas de seda.
Aromas de otoño flotando en la brisa
que perfila el mosaico de las nubes.
Fugaz, el gesto del día se va consumiendo
entre azules latidos de mar y cielo
y tú, te deslizas como agua de silencio
por la arena de mi orilla, besándola.
Frágil, la luz sedimenta en lenta agonía
sobre la efímera acuarela del crepúsculo.
Surcamos espacios de lujurioso ensueño,
y se desata un delirio de caricias y besos.
Una orgia pasional en las estancias del aire
bajo el tacto desnudo de los cuerpos.
Pétalos de luna emergen de la oscuridad
y el tiempo vencido vacía de arena los relojes
derrotando el paso de las horas.
Todo es pura magia, lento trote felino.
Tu abrazo guía mi ruta a través de los astros
y en tu mirada se elevan dos olas traviesas
que van a romper en un océano de estrellas.
Murmullos, lenguaje ancestral de los amantes
suspendido en el pentagrama de las sombras
y el gesto fugaz del instante mágico se disuelve
deshaciéndose como lluvia sobre la piel desnuda.