La noche es un cristal volcánico, una oscura sábana de jade que cubre el firmamento más allá de la ventana. Entre las sombras se desfibran en octavas los violines del recuerdo. Frágil, me adentro por los bosques de los sueños, rodeada de un silencio azul, lleno de músicas. Todavía te llevo en la piel y en mis dedos persiste el recuerdo de la sensual caricia que nace en ellos cuando estás conmigo. No se extingue fácilmente el anhelo, ni la imborrable armonía de tu gesto, ni el erótico juego bailando en la callada intimidad de tu mirada.
Lento, siempre pianísimo, sin sordina, suena el primer tiempo del Claro de Luna. En esta hora suavísima busco el contorno, la línea justa de las palabras que definan tu brisa y tu luz, aquellas que habitan en la transparencia de mi corazón. A veces se esconden como pétalos antes de abrirse y su presencia en el poema será un silencio que habla. Insiste la melodía, siempre el mismo tiempo, constante, invariable, perdiéndose en los últimos acordes de un alargado crescendo, hasta extinguirse…
Me voy a dormir, pero tú seguirás presente en el paisaje de luz tamizada que perfila los sueños, como las notas desnudas y etéreas de Las Gnosiènnes de Erik Satie.
Esta noche la música clásica te ha devuelto a mí, manifestándose ente estas líneas. Buenas noches poeta de sensaciones. Mil besos.