7/27/2015

ABRAZO DE SAL



Después de una intensa semana de trabajo, sin tiempo para pensar en ella misma, por fin había llegado el domingo.

Tenía todo el día para disfrutarlo a su aire. El dilema era elegir entre mil deseos por cumplir, pero entre todos había uno de irresistible: compartir el mayor espacio con él. Sí, lo deseaba intensamente, le echaba de menos. Echaba de menos su tacto, su caricia, su aroma, su murmullo y aquel vaivén cadencioso que le agitaba los sentidos.

Así que madrugó para llegar temprano a su cita y entretuvo la mente pensando en él, en sus encuentros, en tantas madrugadas y ocasos compartidos y en aquellos paseos silenciosos en los que él era su cómplice confidente.

Envuelta en esos pensamientos bajó hasta la playa. Una vez allí se descalzó y se acercó despacio hasta la orilla. Él la recibió como siempre, con su beso de sal, tan risueño, tan fresco. Allí estaba su mar, rozándole la piel con el latido de sus olas.

Se fue sumergiendo en su líquido cuerpo, hasta sentir la estimulante frescura de su abrazo. Aquel abrazo que tanto había echado de menos en los últimos días. Nadó sin rumbo, sólo dejándose llevar por la euritmia marina. Seducida por el familiar contacto de aquel mar que, desde niña la había enamorado. Se sentía parte de él, mujer de espuma y sal. Diosa amante, en erótica fusión, enlazados sus cuerpos en una simbiosis perfecta. Solamente ellos, líquida y humana esencia, bajo la devoradora luz germinal del alba.

Así, envueltos en intermitentes colores, entre rocas y brisas, furiosos y delicados a la vez, se complementan, meciéndose en el filo de las olas que se dibujaban, irregulares, como cambiantes garabatos del mar.

Era puro placer volver al lugar donde siempre había pertenecido. Se sentía feliz y relajada, así que cerró su mente a todo lo negativo, dejando fluir el tiempo, sueño o éxtasis, entre soles, peces y estelas de silencios.

Atrapada en la vorágine de aquel vértigo se fue alejando de la orilla, tranquila y confiada, a merced de las corrientes.

Atrás quedó su vida. Una vida corriente, de soledad y asfalto

7/20/2015

OASIS




En esa edad en que ya uno ha encontrado su lugar, ella deambula por el desierto de la vida buscando un oasis. Va recorriendo ese solitario desierto de un extremo a otro, perdida entre sus dunas, beduina en tierra de nadie.

A veces cree ver una señal a lo lejos, el destello de una mirada que tal vez sólo existe en su imaginación, un engañoso espejismo.

Como un femenino Quijote se enfrenta a molinos de viento y traza sueños para eludir realidades. A estas alturas sabe que la línea que delimita realidades y sueños es una barrera construida por uno mismo para crear cómodas rutinas. La persecución de un sueño puede ser larga y fatigosa, llena de obstáculos y resulta más fácil refugiarse en lo establecido, simplemente dejándose llevar. Sin embargo ella no lo ha hecho, no se ha apoltronado en la rutina. Utópica soñadora, no se conforma con una línea plana, sino que sigue buscando lo que el corazón le pide.

Cierto es que quizás nunca lo encuentre y que siga pululando por ese desierto sin encontrar su oasis. Tal vez un día se canse de los falsos destellos de los espejismos y decida asentar su vida en un tranquilo y solitario refugio. Tal vez se canse de habitar esa tierra de nadie y esa sensación de no pertenecer termine por vencerla. Tal vez las realidades que convirtió en sueños terminen por evaporarse o acabe saturada de  tantos falsos destellos y de los ídolos con pies de barro.


Sí, no hay nada escrito, sino que va improvisando y tal vez un día decida romper con todo, pero de momento sigue explorando rutas, de un extremo a otro del desierto, movida por el motor de las ilusiones, apostando por el murmullo de su voz interior… y así, hasta que esta se quede muda de tanto susurrar en vano.

7/12/2015

UN CLON DE CENICIENTA



El reloj marcaba las 21h. momento en que iniciaba su particular maratón. Los clientes iban llenando las mesas y la lista de platos a preparar iba en aumento. Aquel caos puntual era la tónica de la mayoría de noches. Con la llegada del tórrido verano, el estrecho habitáculo de la cocina tampoco era el lugar ideal para trabajar a tope. Todo el calor parecía concentrarse allí, entre fogones y ese hecho, añadido a la tensión del momento, la llevaba a renegar en voz baja preguntándose a sí misma: qué puñetas hacía allí, cuando podía estar en su jardín mirando la luna.

Cada vez que la cara sonriente del camarero aparecía por la ventanita de comunicación de la sala, con un nuevo pedido, le entraban ganas de salir corriendo, colgar el delantal y pirarse bien lejos. Pero eso era sólo producto del estrés puntual que la agobiaba. Todo ese chaparrón de adrenalina la incitaba a sumergirse  en una improvisada organización que parecía multiplicarla por dos. A veces le daba la sensación de tener seis manos... o por lo menos desearía tenerlas. 

Aquella noche estaba siendo especialmente concurrida. El calor apretaba de lo lindo en aquella especie de retaguardia culinaria. El caos era el protagonista y los platos bailaban a su alrededor en pleno desafío. Ella loncheaba jamón y quesos a todo gas, enfrentada a una serie de artilugios cortantes que amenazaban la seguridad de sus maltrechos dedos. Disponía las tapas con elegancia (aunque realmente habría tirado, de cualquier manera, los ingredientes en el plato, en vez de colocarlos con gracia)

“Una de sardinas, tostada de atún, surtido de quesos (odiaba el surtido de quesos) una de callos, unos boquerones, tres de pan con tomate,  tostada de anchoas (desgranaba el camarero)” y ella (sintiéndose el clon de Cenicienta) se preguntaba, mientras picaba ajos y unos tomatitos, el por qué no había ideado un complemento menos laborioso para la dichosa tapa.

22h y la cocina estaba en su punto álgido. Desde lejos le llegaban la música y el murmullo apagado de las conversaciones de los clientes. Un tenedor fue a caer justo encima de su pie, calzado con sandalias, el cuchillo de los quesos parecía jugar al escondite y ella, se convertía en la versión humana del correcaminos, haciendo viajes a la nevera cada vez que faltaba un ingrediente. Por la estratégica ventanita de comunicación se sucedían pedidos y a la vez entrada de platos sucios. Sumida en una continua metamorfosis que fluctuaba entre ser pinche o cocinera lo iba recolocando todo en el lavavajillas y a la vez sacando adelante los encargos de los clientes.

El tiempo fluía entre fogones, perfumado de choricitos a la sidra, queso azul, cecina ahumada… aromas sabrosos pero ausentes de todo chic. Estaba cansada y entumecida, pero por suerte se acercaba la medianoche y con ella la calma. La  improvisada Cenicienta iba ralentizando su ritmo, mientras ordenaba la cocina.

Lástima que ningún hada madrina le iba a regalar unos zapatos de cristal (aunque realmente en ese momento desearía andar descalza) ni al final de la jornada la esperaría una carroza-calabaza para llevarla a un baile, ni ningún príncipe iba a venir a rescatarla.

Al fin y al cabo ya se sabe: los cuentos, cuentos son

7/05/2015

SOLTANDO LASTRE



La noche era bochornosa, una de esas de pleno verano en que resulta imposible dormir y te ves abocado al insomnio. Hacía rato que ella daba vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Sumida en una especie de inquieto duermevela, de vez en cuando miraba la hora en el despertador, constatando que el tiempo no pasaba todo lo rápido que esperaba. Ironías de la vida, pues cuando deseas que pase lento el tiempo parece volar.

Se preguntó qué podía hacer a esas horas de la madrugada... ¿ponerse a leer, escuchar música, darse un chapuzón noctámbulo en la piscina? La verdad es que esto último era lo que sonaba mejor y lo más apetecible para mitigar el calor. Así que cogió una toalla y salió dispuesta a darse un baño.

Nada más salir al jardín la sorprendió un extraño resplandor azul. Enseguida se dio cuenta de que dicho resplandor provenía de la zona de la piscina. Una luz azul bañaba el espacio reflejándose en las quietas aguas. Pero lo más curioso es que sobre el césped se reunían una serie de extraños personajes. Sombras fantasmales de rasgos difuminados que parecían compartir el rato en buena armonía.

A medida que se iba acercando, reconoció algunos rasgos, que habría preferido no rememorar y otros que siempre guardaba en su corazón. Una simbiosis que le generó reacciones contradictorias.

Parecía no un déjà vu, con retorno al pasado. Sí, todos sus fantasmas estaban allí congregados, los buenos y los malos, unidos en perfecta armonía.

Del techo del cielo colgaba una inmensa luna azul tamizando la misteriosa atmósfera con su extraña luz.

En un momento se vio nadando entre aquellos seres surgidos de su pasado. No era fácil reencontrase con algunos de los que habían poblado sus peores pesadillas, pero allí estaban los otros, equilibrando la balanza. El agua fría era el bálsamo perfecto para combatir el bochorno y se dejó llevar, fluyendo en el líquido elemento. Los seres azules empezaron a jugar entre ellos. Eran como un grupo de niños  traviesos, salpicándose mutuamente. Cuando una de las salpicaduras le llegó, se quedó un momento inmóvil, sorprendida de ser incluida en aquel juego irreal. Luego reaccionó, ellos ya eran habitantes del pasado, en el fondo la habían hecho la persona que era y, a estas alturas de la vida, había aprendido a quererse. Así que, aquella noche de tórrido verano, decidió enterrar del todo los malos recuerdos de otro tiempo y encarar, libre de lastre, el presente. Fue una noche de reconciliaciones consigo misma. Una noche sin tiempo ni espacio.

Fue casi al alba que, en pleno duermevela, un vuelo de mariposas azules se elevó, perdiéndose en el infinito
Otras nuevas vendrían a poblar su presente.