7/05/2015

SOLTANDO LASTRE



La noche era bochornosa, una de esas de pleno verano en que resulta imposible dormir y te ves abocado al insomnio. Hacía rato que ella daba vueltas y vueltas en la cama sin poder conciliar el sueño. Sumida en una especie de inquieto duermevela, de vez en cuando miraba la hora en el despertador, constatando que el tiempo no pasaba todo lo rápido que esperaba. Ironías de la vida, pues cuando deseas que pase lento el tiempo parece volar.

Se preguntó qué podía hacer a esas horas de la madrugada... ¿ponerse a leer, escuchar música, darse un chapuzón noctámbulo en la piscina? La verdad es que esto último era lo que sonaba mejor y lo más apetecible para mitigar el calor. Así que cogió una toalla y salió dispuesta a darse un baño.

Nada más salir al jardín la sorprendió un extraño resplandor azul. Enseguida se dio cuenta de que dicho resplandor provenía de la zona de la piscina. Una luz azul bañaba el espacio reflejándose en las quietas aguas. Pero lo más curioso es que sobre el césped se reunían una serie de extraños personajes. Sombras fantasmales de rasgos difuminados que parecían compartir el rato en buena armonía.

A medida que se iba acercando, reconoció algunos rasgos, que habría preferido no rememorar y otros que siempre guardaba en su corazón. Una simbiosis que le generó reacciones contradictorias.

Parecía no un déjà vu, con retorno al pasado. Sí, todos sus fantasmas estaban allí congregados, los buenos y los malos, unidos en perfecta armonía.

Del techo del cielo colgaba una inmensa luna azul tamizando la misteriosa atmósfera con su extraña luz.

En un momento se vio nadando entre aquellos seres surgidos de su pasado. No era fácil reencontrase con algunos de los que habían poblado sus peores pesadillas, pero allí estaban los otros, equilibrando la balanza. El agua fría era el bálsamo perfecto para combatir el bochorno y se dejó llevar, fluyendo en el líquido elemento. Los seres azules empezaron a jugar entre ellos. Eran como un grupo de niños  traviesos, salpicándose mutuamente. Cuando una de las salpicaduras le llegó, se quedó un momento inmóvil, sorprendida de ser incluida en aquel juego irreal. Luego reaccionó, ellos ya eran habitantes del pasado, en el fondo la habían hecho la persona que era y, a estas alturas de la vida, había aprendido a quererse. Así que, aquella noche de tórrido verano, decidió enterrar del todo los malos recuerdos de otro tiempo y encarar, libre de lastre, el presente. Fue una noche de reconciliaciones consigo misma. Una noche sin tiempo ni espacio.

Fue casi al alba que, en pleno duermevela, un vuelo de mariposas azules se elevó, perdiéndose en el infinito
Otras nuevas vendrían a poblar su presente.

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