A veces, en mi deambular diurno, por los
caminos de la vida, me apetece detenerme y dejar que mi mirada vaya más allá de
lo aparentemente visible, de lo que me oculta la belleza que late en las pequeñas cosas. Dado que el mundo tiende a acelerarnos y a exigir
cada vez más de nosotros, no siempre resulta fácil hacer ese paréntesis de
detenida observación. Un paréntesis que, por otra parte, resulta sumamente
beneficioso a la hora de decidir qué sendero tomar y donde realmente queremos ir.
Una decisión que nunca se ha de regir por conveniencias, ni exigencias ajenas,
sino por nuestra voz interior. Solo así ese “mirar más allá” se convertirá en
un gratificante ejercicio que nos hará vibrar todos los sentidos.
Una vez, leí en alguna parte que,
inmersos en las exigencias del trabajo, a menudo olvidamos de potenciar ese otro “trabajo”
tan sumamente importante como es nuestra propia vida. Aparcamos infinidad de
cosas para más adelante, para cuando haya tiempo y eso, aunque muy común, es un
grave error. No somos conscientes de que nunca tenemos la certeza de que ese
futuro exista o de que lleguemos a él en las mejores condiciones para realizar
esa ilusión aparcada, por lo tanto lo mejor es poner manos a la obra, hoy
mismo.
He aprendido a gozar cada minuto del
tiempo presente y a dedicar un espacio cada día para el “trabajo” de mí vida. O
sea, a hacer que esta me resulte más satisfactoria, a saber cómo aprovecharla
al máximo y a no temer dejar aparcada la rutina, para sumergirme, de vez en
cuando, en nuevas experiencias. Con todo ello he descubierto muchas capacidades
mías que desconocía, hasta el punto de sorprenderme a mí misma, lo cual me
reafirma en una continua evolución personal. Esa es la mejor recompensa, ya que
lo peor es quedarse anclado en un puerto, que puede ser seguro, sin duda, pero
que a la larga no aporta nada nuevo y nos priva del placer de enriquecernos.
Con toda esta filosofía de vida lo que
pretendo es que, al final de la existencia, cuando la vida ya caduca la
capacidad física y todo se ralentiza, pueda mirar hacia atrás con una sonrisa y
la certeza de que: no me he limitado a existir sino que he vivido.