Se
pide un deseo a la estrella fugaz, al tirar la moneda al pozo, al soplar una
pestaña caída en otra mejilla, a la puesta de sol, al apagar las velas de la
tarta, al inicio del nuevo año... En fin, la lista podría ser larga y la de
deseos no veas. Sin embargo ninguno, que recuerde -y eso no se olvida- se me ha
cumplido. A pesar de que una no pide la luna sino cosas normalitas como por ejemplo: amor en
MAYÚSCULAS, ser parte de algo bonito, de alguien especial, compartir, dar, recibir,
amistad desinteresada... Bueno sí, ya sé que eso esta chungo. Pero a ver, vamos
por algo más sencillito, algo así como que alguien me sorprenda con una
velada con velas y música de esa que te altera los sentidos, una flor, un: “oye
estoy aquí cuando me necesites” o un abrazo, un conjunto sexy o...
¡Alto,
stop! ¿No habíamos quedado en no pedir la luna?
Ok,
bajaré el listón, al mal tiempo buena cara, hoy me han regalado unas alcachofas
y un par de bandejas de aperitivo del todo horteras, el panadero me ha
sonreído, el tendero me ha dicho que me vio en la tele presentado mi libro -eso
mola que no veas- me han llamado ofreciéndome un robot casero que me mantendría
sin dar golpe todo el día y el jardinero ha plantado unos geranios rojos en el
jardín. Tengo un gallo en la escalera y me he torcido un pie sin consecuencias.
He comprado un décimo de lotería y calcetines de deporte en el mercadillo. He
comido lentejas y con tanto hierro estaré tan fuerte como Popeye. He
descubierto que he adelgazado -ventajas de una buena genética- y tengo un
espectacular conjunto de lencería esperándome -por supuesto autorregalado- para
ves a saber qué ocasión.
Se
me acaba de dormir la mano que sostiene la tablet. Pongo punto final y voy a
sacudirme el hormigueo.
Rápido,
antes de despedirme ¡Toca pedir un deseo! humm… ¡ya!
¿Y
vosotros, qué pediríais ahora mismo? Por probar nada se pierde y a veces suena
la flauta.
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