La noche se desliza, abrazada al perfume de la mar que
besa la orilla. La cala está iluminada por antorchas, como titilantes faros
clavados en la arena y a su alrededor se mueven un grupo de figuras vestidas de
azul, que parecen surgidas de un ensueño. La música se va sucediendo y compone
una voluptuosa cadencia en la brisa nocturna.
Desde mi roca, donde me he refugiado para respirar la calma,
soy espectadora de ritmos fluyendo entre cuerpos que conjugan un vocabulario de
deseos. Hay un vuelo de espumas rozando los pies desnudos, risas y murmullos
apagados. Es noche de fiesta, de placido insomnio, noche de luna llena y
eclipse.
Vuelo lejos, sumida en mi propia quietud, casi mística,
mientras veo ocultarse esa luna de canela, como una ninfa galáctica, tímida y
pudorosa. Alguien, desde la playa, llama la atención de los demás sobre esa
efímera evasión lunar. Los músicos se callan y un solo de violín rasga el
inesperado silencio, creando un espacio de pura delicia para los sentidos. Es un
instante mágico donde perdura el latido de un sueño. La oscuridad está hecha de
huellas, de sentimientos pretéritos y el telón que va ocultando a la luna,
despliega una cortina de sombras sobre el líquido paisaje.
Bajo de mi roca, convertida en temporal refugio, regreso
a la arena, él me enlaza y bailamos atrapados por el misterio de esa noche de
verano, de calidez mediterránea y amantes desbocados. Me desgrana unas
palabras, susurradas al oído y vibra la sensualidad, como un sentimiento de
metáfora marina envuelto en la euritmia de las olas. Un invisible reloj de
arena marca, lentos, los minutos y la luna, abierto de nuevo el telón, se desnuda
ahora sin tabúes, derramando su impúdica luz sobre la piel azabache de la mar. Sal en el
rostro, en los labios, lluvia de estrellas y la arena rozando mi espalda. Todo
el universo ante mí, ofreciéndome sus secretos y él, mi amante, moldeando mi cuerpo. No muy
lejos, pieles que se funden y deseos que sobrevuelan como luciérnagas entre las
antorchas que parecen amortiguar su luz para ocultar el color de las pasiones.
Nosotros seguimos tumbados en el lecho de arena, componiendo un erótico juego,
bajo los rutilantes astros que viven y palpitan en la celeste oscuridad.
Luego, un abrazo, la calidez de una caricia y el destello
de una sonrisa, no hay palabras, sólo un cómplice silencio de amantes unidos en
las últimas notas del placer.
Mucho más tarde, al son de una guitarra que me han
dejado, desgranamos antiguas canciones. En cada una hay recuerdos, en cada
recuerdo un sentimiento. La noche que va muriendo, agoniza en brazos de la luz
del alba, todo es calma, algunos duermen sobre la arena. Se cruzan nuestras
miradas y la aurora nace en sus ojos color de avellana. Se perfilan contornos,
se diluyen las sombras y vuelan las tempranas gaviotas buscándose la vida.
Alguna de más atrevida, se acerca, caminando por la arena, la guitarra aún suena,
el corazón recuerda y sobre mi piel mariposean sus huellas azules, unidas al cómplice silencio que nos amarra el alma.
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