3/22/2014

ECLIPSE DE LUNA

La noche se desliza, abrazada al perfume de la mar que besa la orilla. La cala está iluminada por antorchas, como titilantes faros clavados en la arena y a su alrededor se mueven un grupo de figuras vestidas de azul, que parecen surgidas de un ensueño. La música se va sucediendo y compone una voluptuosa cadencia en la brisa nocturna.
Desde mi roca, donde me he refugiado para respirar la calma, soy espectadora de ritmos fluyendo entre cuerpos que conjugan un vocabulario de deseos. Hay un vuelo de espumas rozando los pies desnudos, risas y murmullos apagados. Es noche de fiesta, de placido insomnio, noche de luna llena y eclipse.
Vuelo lejos, sumida en mi propia quietud, casi mística, mientras veo ocultarse esa luna de canela, como una ninfa galáctica, tímida y pudorosa. Alguien, desde la playa, llama la atención de los demás sobre esa efímera evasión lunar. Los músicos se callan y un solo de violín rasga el inesperado silencio, creando un espacio de pura delicia para los sentidos. Es un instante mágico donde perdura el latido de un sueño. La oscuridad está hecha de huellas, de sentimientos pretéritos y el telón que va ocultando a la luna, despliega una cortina de sombras sobre el líquido paisaje.
Bajo de mi roca, convertida en temporal refugio, regreso a la arena, él me enlaza y bailamos atrapados por el misterio de esa noche de verano, de calidez mediterránea y amantes desbocados. Me desgrana unas palabras, susurradas al oído y vibra la sensualidad, como un sentimiento de metáfora marina envuelto en la euritmia de las olas. Un invisible reloj de arena marca, lentos, los minutos y la luna, abierto de nuevo el telón, se desnuda ahora sin tabúes, derramando su impúdica luz sobre la piel azabache de la mar. Sal en el rostro, en los labios, lluvia de estrellas y la arena rozando mi espalda. Todo el universo ante mí, ofreciéndome sus secretos y él, mi amante, moldeando mi cuerpo. No muy lejos, pieles que se funden y deseos que sobrevuelan como luciérnagas entre las antorchas que parecen amortiguar su luz para ocultar el color de las pasiones. Nosotros seguimos tumbados en el lecho de arena, componiendo un erótico juego, bajo los rutilantes astros que viven y palpitan en la celeste oscuridad.
Luego, un abrazo, la calidez de una caricia y el destello de una sonrisa, no hay palabras, sólo un cómplice silencio de amantes unidos en las últimas notas del placer.
Mucho más tarde, al son de una guitarra que me han dejado, desgranamos antiguas canciones. En cada una hay recuerdos, en cada recuerdo un sentimiento. La noche que va muriendo, agoniza en brazos de la luz del alba, todo es calma, algunos duermen sobre la arena. Se cruzan nuestras miradas y la aurora nace en sus ojos color de avellana. Se perfilan contornos, se diluyen las sombras y vuelan las tempranas gaviotas buscándose la vida. Alguna de más atrevida, se acerca, caminando por la arena, la guitarra aún suena, el corazón recuerda y sobre mi piel mariposean sus huellas azules, unidas al cómplice silencio que nos amarra el alma.
 
 

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