Los azules ojos del mediodía son un espejo bajo el que
palpita la exuberancia del paisaje. Un vuelo de sensaciones conjuga la trama
del instante. De pie, frente a al caballete, ella observa los colores que vibran
entre las olas del aire invitándola a captarlos. Cada sutil detalle toma forma
en su retina. El suave vaivén de las ramas, crea un entramado de sombras
cambiantes sobre la tierra rojiza del camino. La luz enciende cada partícula de
vida que habita la piel del bosque. El gesto del tiempo se dibuja en los muros
arbolados, en la corteza de cada tronco y en el sinuoso serpentear de las raíces.
La primavera llueve sobre los campos y un aleteo de amapolas
perfila un ardiente presagio entre la marea de verdes que se disuelven a lo
lejos.
Con la paleta en la mano calibra el exuberante cromatismo y
empieza a mezclar los colores. La tela en blanco reverbera bajo el sol, casi
temblorosa, esperando el roce de la primera pincelada.
Su yo creativo intenta percibir las voces ocultas del
paisaje. Las voces que murmuran los secretos de lo invisible. Más allá de los
árboles y el prado, se elevan las montañas y el eco de sus piedras pregona la
auténtica esencia de la naturaleza.
Coge el pincel y empieza a delimitar espacios, luces y
sombras componen un homenaje a la primavera. La tela, en plena metamorfosis, es
una ventana abierta a la vida por donde desfilan verdes, sienas, azules, ocres
y rojos. Con cada trazo del pincel su blanca virginidad se convierte en una
eclosión de pétalos, como mil besos apasionados, agitándose en la
brisa. Todo vibra y se transforma bajo el rutilante sol que sonríe entre
sábanas azules y almohadas de nubes.
Poco a poco, el instante es atrapado por la mirada del arte y esa especial visión, surgida de los sentidos, hará perdurable su efímero paso. En su incesante fluir, la mutante naturaleza
seguirá su ciclo, siempre en continua evolución, estimulando pinceles, inspirando
poetas, conjugando colores.