3/30/2015

EL PRADO DE LA VIDA




Se detuvo un momento al borde del sendero que cruzaba el prado. A su alrededor la yerba crecía verde y exuberante, salpicada de amapolas. Su visión le generaba un cosquilleo rompedor. A la vez, aquella voz interior que a veces le susurraba deseos contradictorios, se elevó por entre sus pensamientos. Unas ansias locas de dejar el camino para adentrarse en la pradera se apoderaron de ella. No era la primera vez que le pasaba, muchas otras se había detenido en el largo trayecto que llevaba de vida, asaltada por la misma tentación. Sin embargo nunca se decidió a dar el paso de dejar aquel sendero trillado y cómodo, marcado ya por miles de huellas y perderse entre la yerba, sin rumbo, o tal vez creando su propio rumbo.

Dio unos pasos más, intentando eludir su voz interior, pero esta vez la lógica no lograba acallarla, sino que cada vez sonaba con más fuerza. Ante sí el camino de arena se extendía, recto y bien definido, hasta perderse en el infinito. Era aburrido y previsible, pero seguro. Se preguntó si iba a vivir el resto de su vida como había hecho hasta entonces… siempre políticamente correcta, haciendo lo que tocaba y se esperaba de ella.

Se detuvo de nuevo. Era primavera, el sol lucía intensamente y el aroma de la yerba, aún húmeda de rocío, era embriagador. Se quitó la chaqueta, luego los zapatos y en un impulso echó a correr por el prado. Corrió hasta perder el aliento, hasta perder del todo la orientación del sendero trillado. De repente estaba allí, sola, rodeada de un verde campo, moteado de rojo. Sintió el vértigo de lo desconocido, pero a su vez la invadió una sensación de pura libertad.

Se tumbó en el prado, sintiendo el latido de la naturaleza percutiendo en su piel. Sobre ella el cielo azul cían se llenó de retazos de nubes. Sueños volanderos de colores, fluyendo por la armonía del espacio, hacia nunca jamás. La invadió una sensación de primitiva felicidad y siguió allí, olvidada del tiempo, sin prisas, ni metas establecidas, planeando el devenir de nuevos sueños que poblaran su universo de colores.

El inmenso prado de la vida se agitó a su alrededor, generándole mil sensaciones y por primera vez, después de muchos años, supo que estaba donde debía estar… labrando, sin miedo, su propio camino.
De hecho, no estaba sola, aquí y allá, tumbados sobre la yerba, se dispersaban otros seres. Quién sabe si en su nuevo periplo convergería con alguno de ellos.

Con ese pensamiento, cerró los ojos y se sumergió en los deseos de su autentico yo, para perfilar un trazo distinto en su futuro. 

3/23/2015

ORÁCULO DE ACERO





Como solían hacer otras noches se observaban mutuamente, ella sentada en su habitual banco de la estación, él, aparcado en vía muerta. A la mujer se la veía somnolienta, pero después de una larga jornada de trabajo y dado que eran más de las 22 horas eso no era nada extraño. Él, asentado sobre los raíles, parecía mirarla con sus ojos rojos de espíritu maligno y aquella sonrisa burlesca y cachonda dibujada al azar por capricho del diseño.

Estaba cansada, un inusual desanimo se había apoderado de ella durante aquellos días. No eran buenos tiempos. Un aire de contrariedades soplaba a su alrededor, oprimiéndole el aura. Sentada en el banco dialogaba mentalmente con el maligno cachondo... o tal vez consigo misma, intentando encontrarle una razón a su vida actual. Él se limitaba a sonreír, mirándola con aquellos ojos de fuego que la llevaban a pensar en dos pequeñas ventanas abiertas al averno. En plena noche y con la estación casi desierta, esa imagen podía haber parecido algo inquietante, sin embargo la llevaba más a otorgarle el rol de un simpático vacilón, al que su fértil imaginación, había dotado de esencia. Una esencia que le hacía menos inhóspita, la espera.

Consultó el reloj colgado de uno de los paneles, eran las 22,20, aún faltaban cinco minutos para su tren. Aquellas esperas nocturnas eran soporíferas y no hablemos del trayecto hasta su casa unos 40min. de lento y cadencioso traqueteo que podían hacer dormir hasta al más insomne.

Siguió contándole mentalmente las incidencias de aquel día horrible al inmóvil oráculo de ojos rojizos e irónica sonrisa, hasta que, surgiendo de las profundidades de los túneles, apareció, por fin, su tren. 

Se levantó del banco, dio una última a su mudo interlocutor y subió al desierto vagón. Desde la ventanilla aún tuvo un último atisbo de su oráculo y, por extraño que parezca, vio como el maligno apagaba y encendía uno de sus rojizos focos, como si le estuviese haciendo un cómplice guiño.

La visión fue tan fugaz que, aún ahora, se pregunta si fue real o sólo el producto de su mente cansada y somnolienta.

3/16/2015

BAILAR LA VIDA



Hoy, fascinada por la acuarela del alba, he salido a vivir la vida, columpiándome en los prados del aire y contando etéreas mariposas. Luego, me he puesto a correr, tan ligera como si llevase las botas de siete leguas, hasta perderme en oníricos paisajes. Unos paisajes donde se fundía lo terrestre con espacios marinos y con universos flotantes de invisibles planetas, ocultos tras la luz solar. Allí, bajo la sombra de un cocotero, me he calzado las zapatillas rojas y he bailado sin tregua, siguiendo la cadencia del viento, como un pájaro de fuego enlazado a la pasión. En alas de ese baile, cárdeno y desenfrenado, se me han volado las horas de un mediodía de mar en calma, perfilado de sonrisas, con toques de sal, guindilla y un pellizco de canela. La siesta ha marcado un periodo neutro, de pura relajación y ensueño. Ha sido un paréntesis entre el baile y las pantuflas, entre la fuerza de la energía solar y la placidez de la tarde que ya declinaba, perezosa y ambigua. El crepúsculo me ha dibujado campos de amapolas en las nubes y he visto apagarse el día y encenderse la noche. Ahora, las farolas parpadean en las calles y los últimos fríos del invierno se pierden por las esquinas, azotando los rostros de los rezagados. Yo sigo en pantuflas, cómoda, resuelta en hogar, inmersa en mi mundo de palabras y escribiendo absurdos sacados de realidades, mientras resurgen los astros.  Los veo titilar, más allá de la ventana, como gotas de jengibre latiendo en un cielo de chocolate. Cuando me despoje de las pantuflas para deslizarme entre las sábanas, escalaré los peldaños de los sueños, con un bote de nata, para darle un mordisco a ese cielo y me sentaré, entre dulces bocados, en la Osa Mayor a ver pasar la noche. Creo que será mágica porque el eco de las sombras pregona que, en la pasarela del cielo, habrá un gran desfile de luna y estrellas. 

3/15/2015

SOÑÁNDOTE



Un destello erótico ilumina la noche.

Tu presencia en avance y retroceso

abraza cada instante de mis sueños

labrando en mi piel oníricos placeres,

que perfilan la alquimia del deseo.

Quisiera fluir eternamente 

en la infinita ternura de soñarte

hasta quemar los relojes del tiempo,

pero el implacable amanecer y sus luces

me roban ese espacio inaprensible

donde percuten tu voz y tu latido 

por los silencios de la claridad lunar.

Prisionera de tus oníricos besos

lucho, con la conciencia aún confusa,

por retener tu edénica imagen,

sobrevolándome como la tibia brisa.

Me aferro a las desnudas sombras

y a la afrodisiaca visión que las rasga

-azul esencia de tu cuerpo-

Arpegio de dicha atemporal,

lúcido instante de delirio

dónde regresas a mí de nuevo.

Abstracción de luna en mis sentidos.

Huellas azules sobre una playa desnuda.

Intima fusión en este lado de la vida

donde parecen besarse los átomos

que tiemblan en las estancias del aire

y el paisaje nocturno es revelación sensual,

metafísica del amor, eclosión, gemido.

3/01/2015

ESPERANDO




Hay que ver lo que puede cambar la vida de un día para otro. Ella lo aprendió muy joven, aún de niña.

Todavía recuerda aquella mañana, a pesar de que han pasado más de cuarenta años.
Recuerda que ese día la despertó una extraña sensación. No sabría decir lo que fue, aunque a veces piensa que fue el silencio. Un silencio denso e inquietante que parecía reptar por toda la casa. Era jueves y el sol estaba ya bastante alto. Se extrañó de que nadie la hubiese llamado para ir al colegio y, siguiendo un impulso, saltó de la cama. Abrió la puerta despacio y notó mucho más nitidamente la densidad de aquel silencio. Por un momento estuvo a punto de cerrar nuevamente la puerta y correr hacia la cama para refugiarse entre la calidez las sábanas, pero ya entonces no era una cobarde, así que caminó pasillo abajo, para ver lo que ocurría. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre el pavimento, sólo un ligero murmullo, como el roce de suaves plumas.

Sus dos hermanos mayores estaban sentados en el salón, se veían alterados y hablaban entre ellos. el mayor, como siempre, parecía querer convencer al otro de alguna cosa. Al verla entrar callaron de golpe, como asustados. Se miraron uno a otro sin decir palabra, encerrados en su mundo masculino. Un mundo que acababa de desmoronarse, arrastrando tras de si su capacidad de empatía. Una capacidad que ya nunca recuperaron.

Siguió su deambular hasta llegar a la cocina. Su madre estaba sentada a la mesa, con una taza de café entre las manos, que se había quedado ya fría, tan fría como su mirada. Al verla pareció reaccionar y alargó la mano hacia ella, invitándola a entrar. La atrajo hacia sí haciéndola sentar en su regazo, con la espalda apoyada en su pecho y así, sin mirarla a los ojos, se lo dijo: Tu padre se ha marchado esta noche y no va a volver.

Sí, ese día cambió su vida. El universo familiar que fue a pique y ella tuvo que aprender a sobrevivir en medio de ese naufragio emocional.
No fue fácil, nada fácil. Cuando bajaba a la playa se quedaba mirando el mar, pues algo le decía que por ahí era por donde se había marchado su padre. De echo sólo esperaba verle aparecer, nadando hacia la playa, como tantas otras veces.
Pero no, él nunca regresó y a golpes de decepción, ella fue aprendiendo a no esperarle. Aunque tal vez, siempre le esperó, hasta que, muchos, muchos años después, la carta de un desconocido les comunicó su muerte.
Atrás quedó una niña solitaria y triste, años de rabia, desencanto, abandono y un montón de preguntas, que ya nunca van a tener respuestas.