Se detuvo un momento al borde del
sendero que cruzaba el prado. A su alrededor la yerba crecía verde y exuberante,
salpicada de amapolas. Su visión le generaba un cosquilleo rompedor. A la vez,
aquella voz interior que a veces le susurraba deseos contradictorios, se elevó
por entre sus pensamientos. Unas ansias locas de dejar el camino para
adentrarse en la pradera se apoderaron de ella. No era la primera vez que le
pasaba, muchas otras se había detenido en el largo trayecto que llevaba de
vida, asaltada por la misma tentación. Sin embargo nunca se decidió a dar el
paso de dejar aquel sendero trillado y cómodo, marcado ya por miles de huellas
y perderse entre la yerba, sin rumbo, o tal vez creando su propio rumbo.
Dio unos pasos más, intentando eludir su
voz interior, pero esta vez la lógica no lograba acallarla, sino que cada vez
sonaba con más fuerza. Ante sí el camino de arena se extendía, recto y bien
definido, hasta perderse en el infinito. Era aburrido y previsible, pero seguro.
Se preguntó si iba a vivir el resto de su vida como había hecho hasta entonces…
siempre políticamente correcta, haciendo lo que tocaba y se esperaba de ella.
Se detuvo de nuevo. Era primavera, el
sol lucía intensamente y el aroma de la yerba, aún húmeda de rocío, era embriagador.
Se quitó la chaqueta, luego los zapatos y en un impulso echó a correr por el
prado. Corrió hasta perder el aliento, hasta perder del todo la orientación del
sendero trillado. De repente estaba allí, sola, rodeada de un verde campo,
moteado de rojo. Sintió el vértigo de lo desconocido, pero a su vez la invadió
una sensación de pura libertad.
Se tumbó en el prado, sintiendo el
latido de la naturaleza percutiendo en su piel. Sobre ella el cielo azul cían
se llenó de retazos de nubes. Sueños volanderos de colores, fluyendo por la
armonía del espacio, hacia nunca jamás. La invadió una sensación de primitiva felicidad
y siguió allí, olvidada del tiempo, sin prisas, ni metas establecidas,
planeando el devenir de nuevos sueños que poblaran su universo de colores.
El inmenso prado de la vida se agitó a
su alrededor, generándole mil sensaciones y por primera vez, después de muchos
años, supo que estaba donde debía estar… labrando, sin miedo, su propio camino.
De hecho, no estaba sola, aquí y allá,
tumbados sobre la yerba, se dispersaban otros seres. Quién sabe si en su nuevo
periplo convergería con alguno de ellos.
Con ese pensamiento, cerró los ojos y se
sumergió en los deseos de su autentico yo, para perfilar un trazo distinto en
su futuro.