3/16/2015

BAILAR LA VIDA



Hoy, fascinada por la acuarela del alba, he salido a vivir la vida, columpiándome en los prados del aire y contando etéreas mariposas. Luego, me he puesto a correr, tan ligera como si llevase las botas de siete leguas, hasta perderme en oníricos paisajes. Unos paisajes donde se fundía lo terrestre con espacios marinos y con universos flotantes de invisibles planetas, ocultos tras la luz solar. Allí, bajo la sombra de un cocotero, me he calzado las zapatillas rojas y he bailado sin tregua, siguiendo la cadencia del viento, como un pájaro de fuego enlazado a la pasión. En alas de ese baile, cárdeno y desenfrenado, se me han volado las horas de un mediodía de mar en calma, perfilado de sonrisas, con toques de sal, guindilla y un pellizco de canela. La siesta ha marcado un periodo neutro, de pura relajación y ensueño. Ha sido un paréntesis entre el baile y las pantuflas, entre la fuerza de la energía solar y la placidez de la tarde que ya declinaba, perezosa y ambigua. El crepúsculo me ha dibujado campos de amapolas en las nubes y he visto apagarse el día y encenderse la noche. Ahora, las farolas parpadean en las calles y los últimos fríos del invierno se pierden por las esquinas, azotando los rostros de los rezagados. Yo sigo en pantuflas, cómoda, resuelta en hogar, inmersa en mi mundo de palabras y escribiendo absurdos sacados de realidades, mientras resurgen los astros.  Los veo titilar, más allá de la ventana, como gotas de jengibre latiendo en un cielo de chocolate. Cuando me despoje de las pantuflas para deslizarme entre las sábanas, escalaré los peldaños de los sueños, con un bote de nata, para darle un mordisco a ese cielo y me sentaré, entre dulces bocados, en la Osa Mayor a ver pasar la noche. Creo que será mágica porque el eco de las sombras pregona que, en la pasarela del cielo, habrá un gran desfile de luna y estrellas. 

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