3/01/2015

ESPERANDO




Hay que ver lo que puede cambar la vida de un día para otro. Ella lo aprendió muy joven, aún de niña.

Todavía recuerda aquella mañana, a pesar de que han pasado más de cuarenta años.
Recuerda que ese día la despertó una extraña sensación. No sabría decir lo que fue, aunque a veces piensa que fue el silencio. Un silencio denso e inquietante que parecía reptar por toda la casa. Era jueves y el sol estaba ya bastante alto. Se extrañó de que nadie la hubiese llamado para ir al colegio y, siguiendo un impulso, saltó de la cama. Abrió la puerta despacio y notó mucho más nitidamente la densidad de aquel silencio. Por un momento estuvo a punto de cerrar nuevamente la puerta y correr hacia la cama para refugiarse entre la calidez las sábanas, pero ya entonces no era una cobarde, así que caminó pasillo abajo, para ver lo que ocurría. Sus pies descalzos apenas hacían ruido sobre el pavimento, sólo un ligero murmullo, como el roce de suaves plumas.

Sus dos hermanos mayores estaban sentados en el salón, se veían alterados y hablaban entre ellos. el mayor, como siempre, parecía querer convencer al otro de alguna cosa. Al verla entrar callaron de golpe, como asustados. Se miraron uno a otro sin decir palabra, encerrados en su mundo masculino. Un mundo que acababa de desmoronarse, arrastrando tras de si su capacidad de empatía. Una capacidad que ya nunca recuperaron.

Siguió su deambular hasta llegar a la cocina. Su madre estaba sentada a la mesa, con una taza de café entre las manos, que se había quedado ya fría, tan fría como su mirada. Al verla pareció reaccionar y alargó la mano hacia ella, invitándola a entrar. La atrajo hacia sí haciéndola sentar en su regazo, con la espalda apoyada en su pecho y así, sin mirarla a los ojos, se lo dijo: Tu padre se ha marchado esta noche y no va a volver.

Sí, ese día cambió su vida. El universo familiar que fue a pique y ella tuvo que aprender a sobrevivir en medio de ese naufragio emocional.
No fue fácil, nada fácil. Cuando bajaba a la playa se quedaba mirando el mar, pues algo le decía que por ahí era por donde se había marchado su padre. De echo sólo esperaba verle aparecer, nadando hacia la playa, como tantas otras veces.
Pero no, él nunca regresó y a golpes de decepción, ella fue aprendiendo a no esperarle. Aunque tal vez, siempre le esperó, hasta que, muchos, muchos años después, la carta de un desconocido les comunicó su muerte.
Atrás quedó una niña solitaria y triste, años de rabia, desencanto, abandono y un montón de preguntas, que ya nunca van a tener respuestas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario