Los observó detenidamente, deteniéndose a analizar los resultados. Se lo tomó con calma, pues ese análisis era una buena manera de poder corregir esfuerzos inútiles y dedicarse a lo realmente importante.
Algunos de sus campos aparecían yermos, se habían secado por una voluntaria falta de cuidados. Eran campos que hacía tiempo había desestimado, debido a una mezcla de decepción y cansancio. Otros, en cambio, se mostraban fértiles y llenos de vida, eran sus mejores logros. A lo lejos, en la ladera de la colina se perfilaba aquel terreno, situado en un pequeño terraplén. Era una zona de difícil acceso, apartado y complicado de mantener. regarlo le representaba un gran esfuerzo. un trabajo constante y en solitario que llevaba tiempo ejecutando, sin éxito aparente. Cierto es que el cultivo iba creciendo despacio y apuntaba muchas cualidades para dar una cosecha de calidad. Reconoció que, a veces se sentía agotada. Subir cada día la cuesta, sin ayuda ninguna, era todo un reto.
Meditó, sentada bajo el viejo roble, sobre la posibilidad de abandonarlo, pero una insistente voz interior la animaba a seguir. En el fondo era consciente de que lo que requiere más esfuerzo es lo que proporciona mayor satisfacción cuando lo consigues. Está claro que también sabia de la posibilidad del fracaso, pero eso era un riesgo, como otros muchos que se presentan el fluir de la vida.
Así que se fue directa al pozo de sus sueños, cargó dos grandes cubos y empezó a subir la ladera para regar el campo. Más abajo los fértiles sembrados se agitaban suavemente en la brisa otoñal, componiendo una hermosa acuarela y esa visión de lo ya logrado ponía alas en sus pies y daba fuerza a su espíritu.
Llena de ilusiones, repartió sus dos grandes cubos de sueños sobre el terreno y los dejó allí, dándoles oportunidad y tiempo para germinar.