Hoy, de repente, me ha dado por hacer limpieza. No una limpieza convencional, de un espacio físico, sino de mi yo interior.
Me siento frente al sol naciente y, mientras este caldea mi piel, subo los peldaños del desván donde se almacenan mis vivencias y emociones. Me pierdo, sin prisas, por ese íntimo espacio donde tengo guardadas mis experiencias, lo bueno y lo malo de mi vida, lo que esta me ha dado y me ha quitado y, poco a poco, lo voy aireando.
Creo que de vez en cuando, es necesario hacer un alto en el camino y dedicar un tiempo ha hacer limpieza, soltar lastre y aprender de lo vivido, incluso de lo mal vivido.
Voy poniendo en una caja todo aquello que en su día me causó dolor. En otra los imposibles, los sueños ya caducados, los desencantos y todo lo que resulta nocivo para mi estabilidad emocional. Cargada con ambas cajas me acerco al contenedor de los residuos para librarme de toda esa pesada carga.
Por último, con el espíritu limpio, ordeno en los espacios vacíos los planes futuros, las ilusiones y los nuevos proyectos. Lo dejo todo bien colocado y en perfecta armonía. De ese modo, todo ese precioso tesoro de esperanzas me va a llenar de energía positiva ,alimentando mi espíritu con la fuerza que genera el explorar nuevos horizontes.
Muy despacio voy cerrando las puertas de mi yo. Me siento nueva y reciclada, feliz y dispuesta a futuras vivencias, sin lastre, pero sin olvidar lo aprendido.
Sé que me equivocaré de nuevo, que sufriré, que cometeré sanas locuras, las disfrutaré y sonreiré, me emocionaré y me arrepentiré, pero seguiré avanzando. Al fin y al cabo, eso es la vida: una sucesión de ciclos que contienen luces y sombras. Un continuo fluir donde todos los colores tienen cabida, incluso el negro.
Al final lo que importa es saber pasar página, hacer limpieza y no perder la capacidad de volver a ilusionarse.