10/24/2013

EL MUNDO ES PERFECTO

Se mecen los colores del crepúsculo
en las quietas olas de la brisa de otoño
y el silencio se me vuelve azul entre tus brazos.
Bebo un sorbo de tu alquimia, me dejo seducir,
deleitándome en lo perfecto del instante
y en el vuelo de los besos convocando al deseo.
Me mezclo entre tus gestos, me diluyo en tu piel,
revueltos en la cárdena pasión del ocaso
que se desliza tras las ventanas en un tempo lento
que nos borra el perfil de los relojes.
En esta estancia no importa si el día muere o amanece.
Es nuestro refugio sin horas, eterno en sus instantes,
cálido en los encuentros, grandioso en el recuerdo.
En el jardín se agitan las hojas, remolinos de fuego y ámbar
tapiz de brasas a los pies del viejo y solitario banco.
La noche se acerca de puntillas entre susurros de luna,
me sonríes en la penumbra y de repente el mundo es perfecto.

10/22/2013

A MI COMPAÑERO DE BAILE

¿Sabes, compañero de baile? De repente me ha salido un sarpullido de añoranza en ese lugar inconcreto donde nacen las nostalgias. No sé si habrá sido la neblina que envuelve la tarde de otoño, o la música que inunda la estancia, aunque eso tampoco importa mucho, ya que todo aquello que echamos de menos es porque, en su momento, nos llenó de placer la copa de los sentidos.

Ahora, sin pretenderlo, pero feliz en el recuerdo, rememoro aquellas clases de bailes de salón, entre risas y algún que otro pisotón. Me acuerdo cómo nos movíamos, al principio entre pasos vacilantes, hasta ir adquiriendo al unísono el tempo justo del ritmo. Me acuerdo de esa cómplice magia que surge del dialogo de los cuerpos y de lo maravilloso que resulta el dejarse llevar por la pista, en alas de la música, comunicándose sin palabras.

¿Y todo lo que nos reíamos? Sin motivo aparente para los demás, pero con ese hilo vibrante, irónico y divertido que fluye entre nosotros cuando nos miramos. Y lo que te gustaba llevar las riendas, como marcan los cánones del baile, polemizando con mis dilemas entre izquierda y derecha.

Nunca olvidaré esos nueve meses de clases, ni el buen ambiente que nos rodeaba. Tal vez nunca se repitan, o quién sabe si  la vida nos conceda el que, en algún recodo del camino se nos ofrezca otro espacio donde reiniciar nuestra rítmica comunicación. No hay certeza de lo que nos puede deparar el destino, por esa razón dejaré que su marea se deslice sobre mi playa hasta ver que nuevas huellas deposita en la arena de los días.

Mientras, cautiva de la nostalgia, desempolvaré retales de lo ya vivido y me sentaré en los peldaños del recuerdo para visualizar esas dos figuras enlazadas que se mueven por el salón de baile de mi mente, embriagados de sonrisas, complicidad y música.

¿Vienes a marcarte un tango?


10/13/2013

COSAS QUE NO NOS PODEMOS PERDER

Hay cosas que otorgan a la vida su sentido, su intensidad y sus colores. Son todas aquellas que nos dibujan maravillosas acuarelas, pequeñas obras de arte hechas de sensaciones que merecen ser expuestas en la gran sala de los sentidos. Tenerlas allí colgadas significa haberlas vivido y reconocer que en su momento fueron algo digno de recordar y de guardar entre los tesoros emocionales de nuestra vida.
Aquí sólo dejo una pincelada muy mía, para rendir homenaje a todas y cada una de esas pequeñas joyas que me han ido regalando y sobre todo para valorar como se merece al artista, que tan bien sabe como dibujarlas cuando nuestros espacios se abrazan.

Algunas de las cosas que no nos podemos perder: 

Vivir sin medir el tiempo en los relojes. Sentir como el instante se nos enreda en la piel hasta poner en alerta todos los sentidos. Saborear como si fuese la última, o tal vez la primera, esa caricia que alguien especial nos regala. Gozar sin prisas de la danza de los cuerpos, de su dialogo de gestos y roces, de la alquimia de las pasiones. Atesorar lo que realmente importa, cada mirada deseada, la luz de cada sonrisa, la música de cada susurro. Saber valorar la magia de la complicidad y el gozo de compartir el placer. Descubrir que, ese compartir en total libertad y armonía es lo mejor que puede haber. Dejar volar la creatividad para sorprender. Dejarse de tabúes y dialogar sobre lo que sentimos. Desnudarse un poco por dentro para que el maridaje pueda ser aún más perfecto. Hacer de una cena un pequeño oasis, un preludio para luego volar al paraíso. Ser actor y no espectador. Bailar, haciendo del ritmo una llamada de seducción.

Todavía me dejo muchas, pero no se trata de descubrirlo todo, sino de que cada uno medite y haga su propia lista a partir de las pequeñas acuarelas expuestas en sus sentidos… y si aún no habéis colgado ninguna, ya os estáis espabilando a buscar un buen artista de sensaciones que os las dibuje en la intimidad del instante.

10/10/2013

PERFECTAMENTE IMPERFECTO

Vivimos en un mundo tan competitivo que parece que si no persigues la excelencia eres una rara avis. Es un mundo de estresantes exigencias que nos abocan a padecer ansiedad y continuos estados de nerviosismo. A una obligación se sucede otra y así nos sumergimos en una vorágine de prisas que nos zarandean de un lado a otro. Si al final del día nos preguntásemos cuantas horas de la jornada hemos vivido realmente nos sorprendería el resultado… Y cuando digo vivir me refiero a la conciencia del disfrute, del valor de un instante mágico, a detenernos y simplemente gozar del momento. Casi nada es perfecto, o sea que dejemos de buscar utopías y centrémonos en el mundo de las realidades. Si tenemos paciencia y sabemos cómo mirar, observaremos que incluso de los errores y la imperfección pueden surgir cosas bellas. Cosas que nos esperan en cada recodo del camino y aportan sus colores al trayecto. Desde mi orilla, os invito a hacer un ovillo con las prisas y tirarlas a la papelera. A romper en mil pedazos los folios donde, a saber qué mano, caligrafió las normas, los tabúes y las reglas. A hacer de las pequeñas locuras gestas de sana cordura, a las risas compartidas, a calibrar la importancia de un espacio propio y sobre todo a estar predispuestos a que la vida nos sorprenda. Las pequeñas cosas son átomos de perfección y con unos cuantos átomos formamos una molécula de felicidad. No es necesario que nada sea perfecto, el instante perfecto podemos crearlo nosotros mismos, está en nuestra mano y en la manera de saber apreciar lo perfecto en lo aparentemente imperfecto.

10/09/2013

COMO AGUA Y ACEITE

Él parecía que había nacido inmune a los sentimientos, o por lo menos que sabia como gestionarlos sin morir en el intento, daba la imagen de que era algo distante y frío, pero sólo era el resultado de años rodeándose de un muro de protección. Ella era una soñadora nata, escarmentada sin éxito y aún creyente de utopías. Le gustaba compartir calidez, crear oasis de sensaciones y era capaz de amar sin condiciones. Eran como el agua y el aceite, el cielo y el mar, el día y la noche, totalmente opuestos. Aunque en el fondo iguales, sólo que ella hacía tiempo que había perdido el miedo a sufrir y había derribado todos sus tabúes y él nunca lo hizo. Él cultivaba dudas e indecisiones que le mantenían inmóvil, ralentizando su paso por la vida. Ella era como una mariposa atraída por la luz, sin temor a quemarse las alas. Él siempre hacia lo correcto, lo que se esperaba que hiciese. Ella era sorprendente y traviesa, le gustaba provocar y casi nunca seguía el camino del rebaño. Él todo lo media, ella improvisaba sobre la marcha. Él nunca cometía locuras… a no ser que antes las calibrara y programara, a ella le gustaba agitar las aguas y expandir sutiles ondas de tentación. Ella le pedía al mar que almidonara su arena y que nunca le borrara sus huellas. En la hora bruja le dibujaba versos, caricias en el aire, que él nunca leía. Abortaba sus caricias cuando la rechazaba, guardaba sus mimos cuando él no los necesitaba. Se tragaba sus deseos cuando él la ignoraba. Al anochecer, le pedía al cielo que él pudiera alcanzar sus sueños escondidos en las estrellas. Le pedía a la diosa Luna un hechizo, que nunca le concedió y a la vida un deseo que nunca se concretó. Le susurraba a la música que tocara lenta, que sonara sutil, para acariciar sus pieles y acortar sus distancias. Sin embargo las distancias nunca se desvanecían porque a él no le gustaba volar como a ella. Ella tenía argumentos para no amarlo, para evadirse de la vorágine de los sentidos, pero la fuerza de la razón era muy débil ante el virus letal del amor. Podía optar por tomar otro sendero, pero seguía allí, enamorada de un hombre de muy difícil acceso, tan inalcanzable como Marte, tan interesado en ella como podría estarlo en un poema de Cavafis. Sin embargo a ella ni la llamada del sol, ni la luz de las estrellas le dibujaban otra magia. El amor era su ancla, su luz y el aire que respiraba. Ni siquiera las lágrimas del desamor actuaban de antídoto para dejar de sentir y temblar de emoción ante su presencia. Era su ídolo, su horizonte, la pasión y la ternura, el vuelo y la caída, la tempestad y la calma, el gris y el arco iris, un destello y la sombra. Intentó olvidarle en los rostros de otros hombres, pero fue en vano, nada ni nadie podría jamás arrancarle de su piel ni de su alma. Él ni tan sólo era capaz de gozar del placer de ser amado, porque nunca se dejaba ir, ni le gustaban demasiado las efusiones. Así les fue pasando la vida a uno escapando de los sentimientos, a la otra gozándolos con intensidad. Él nunca fue del todo feliz, ella tampoco… Un momento, no, eso último no es exactamente cierto, ella fue feliz cada instante en que le permitió que le rodeara de amor. Al fin y al cabo querer de verdad es dar sin esperar nada a cambio. Y ella, ahora una anciana, ya en el crepúsculo final de su vida, después de tantos años de querer sin esperanzas, lo certifica.

10/07/2013

MEMORY

Su primer latido, apenas perceptible en la distancia, me llegó mientras bajaba las escaleras. Era como el suave batir de un sutil aleteo que iba creciendo con cada paso que avanzaba, hasta convertirse en una punzante percusión que martilleaba la soledad de mis sentidos. Las notas flotaban a mi alrededor, creando una espiral sonora que me atraía hasta su epicentro y yo, mientras me acercaba, me sentía igual que una mariposa fascinada por una peligrosa llama. En aquel preciso instante supe que debía huir, dar la vuelta y salir corriendo de nuevo a la calle, pero ya era demasiado tarde. La fuerza de la melodía tejía una invisible telaraña que me envolvía en su fina red. Avancé por el pasillo, levitando en el aura del sonido y al girar a la derecha le vi, ahí estaba él. Un ser anónimo formando un todo con su violín. El emisor de un mensaje, con labios de madera y cuerdas, susurrándome realidades que no deseaba oír. Sin embargo, ya no había marcha atrás, las notas tiraban de mí, las respiraba cada vez más cerca, eran densas a la vez que frágiles, casi podía tocarlas. Se posaban en mi piel, la atravesaban y buscaban el sendero de mi alma. Sentí su aliento junto a ella, luego su zarpazo, el dolor y supe que estaba herida de tristeza. Mi alma lloró en silencio con la música y a pesar de irme alejando, pasillo abajo, ella seguía conmigo, con su melancólica cadencia y su voz de alas rotas y ausencias. En un mundo subterráneo de cemento y neón, el crepúsculo parecía pisarme los talones con su cárdena agonía de sombras. Bajé las escaleras que conducían al andén. Allí sólo convivían los ruidos del metro y de los eventuales pasajeros inmersos en sus prisas. En aquel momento, con tal de alejarme de mis fantasmas, no importaba el trayecto, así que me subí a uno de los vagones, extrañamente vacío y refugiada en su luminoso receptáculo, me sumergí en los túneles de la ficticia noche, sin preocuparme dónde me llevaba, ni en qué dirección. Pasajera de un trayecto sin rumbo, habitante de la nostalgia, fluí por las estaciones… tal vez perdida, tal vez hallada, quizás por siempre olvidada.

10/03/2013

ADAGIO DE COMPLICIDAD A CUATRO MANOS

El amor es un instrumento que puede tener un sonido perfecto o imperfecto, según quien lo toca. Hay personas capaces de extraerle maravillosas melodías, otros sólo consiguen sonidos mediocres e incluso los hay que son negados para la música. Tal vez sus torpes dedos nunca logren moverse en armonía sobre las teclas del amor por aquello de la ley del mínimo esfuerzo. La intensidad de las sensaciones no conjuga muy bien con los vagos emocionales. Sin embargo, en mis incursiones por el espíritu humano, he observado que, a menudo, en la vida de esos seres que son como una taza de amor descafeinado, aparece un intérprete excepcional que compone melodías como nadie. Alguien que se esfuerza por crear nuevos ritmos, por innovar los ya conocidos y por hacer de los espacios compartidos un adagio de complicidades. Visto así, yo que intento mejorar día a día mis ritmos y me acerco más al segundo grupo que no al de los vagos sentimentales, me estoy planteando cambiarme de bando. Voy a tumbarme a la bartola a ver si me cae del guindo un virtuoso que me lleve al séptimo cielo con sus sensuales y cálidas notas. Eso sí, como detesto estar ociosa, una vez encontrado ese maestro del interludio amoroso, participaré a mí vez en el íntimo concierto, hasta componer juntos instantes de amor a cuatro manos, colgados del placer de compartir un tiempo sin relojes.

UN INTERRUPTOR MUY ÚTIL

Lo más maravilloso de la vida son las sensaciones que nacen y se agitan por caótico mundo de los sentidos. Todo aquello que nos convierte en vulnerables seres humanos, es al final lo que realmente alimenta y mueve nuestras vidas. Las emociones nos hacen tocar el cielo pero también nos hunden en la miseria y cuando eso ocurre nos preguntamos por qué no podemos dominarlas, por qué no podemos cerrar su interruptor y dejar de sentir. Cerrar su interruptor… ahí estaría la clave. Poder ponerlo en On cuando el instante se anuncia perfecto y cerrarlo cuando nada surge como esperamos, cuando algo duele, cuando nos sentimos desgraciados y tristes, cuando añoramos, cuando nos ahogan la soledad y los recuerdos. Sí, sería fantástico poder tener ese dominio sobre los sentimientos y me pregunto si algunos privilegiados no lo habrán logrado. A veces, en mi deambular por las relaciones humanas, he conocido personas que parecen impermeables. Personas que nunca se alteran, ni pierden su ecuanimidad por nada. Confieso hay veces en que los envidio. Envidio su fortaleza o tal vez su -¿aparente?- incapacidad de emocionarse, pero a la vez pienso que se pierden muchas cosas y me generan un sentimiento de pena. Me pregunto si realmente son así o se han atrincherado tanto que les da miedo salir de su escondite y unirse al mundo de los vulnerables, de los que lloramos, sufrimos, necesitamos calidez humana, cariño, un gesto, un abrazo y a la vez queremos intensamente, gozamos compartiendo, soñamos en vano y cometemos locuras por amor. Es contradictorio lo sé, y creo que muchas almas sensibles me entenderán a la perfección, pero me gusta saber vivir mis sentimientos sin miedo y a la vez desearía que la sabia naturaleza nos hubiese dotado de ese interruptor mágico para dominarlos a voluntad. Sería el estado perfecto del ser humano, el nirvana emocional. La pregunta es: ¿Eso nos haría más felices, o nos convertiría en una especie de robots programados? No tengo la sabiduría para responderla y mucho menos para generalizar, pues somos maravillosamente diversos y cada uno de vosotros es quien debe calibrar su propia respuesta. Si sólo hablara por mí, diría que a través de los años he constatado que sí, que ese interruptor me resultaría muy útil y reconfortante en ciertos momentos. He descubierto que a medida que la vida te va quitando, estaría muy bien poder apagar las luces de las estancias del pasado y las de las estancias del presente cuando estas duelen. Supongo que el resultado sería un “Carpe Diem” real y no ficticio, como el que a veces nos adjudicamos, para engañar a los demás y a nosotros mismos.

10/01/2013

ACOMPÁÑAME A ESTAR SOLO

Me gusta dar largas caminatas por la costa, ajena al reloj, envuelta en un otoño mutante con sonrisas de sol y lágrimas de lluvia. Lo que le aporta magia a esos paseos es el sentarme frente al mar, a veces tan alborotado como mi alma, muy cerca de su orilla, sintiendo en el rostro el latido de sus besos de espuma. En esos espacios de soledad, conjugada con la naturaleza, las ideas fluyen en tropel, como las olas a caballo del viento. Esa soledad me predispone a un encuentro conmigo misma a la vez que me invita a hacer balance, sopesando el debe y el haber para saber si están en equilibrio. Otras veces, navego en una corriente de ideas creativas que luego se convierten en la base de nuevos proyectos. Nunca me ha asustado la soledad, de niña nos hicimos amigas. Sé que tiene muchas caras y si bien, en momentos puntuales, es bueno saber estar a solas con uno mismo, sin miedo al diálogo con nuestro yo más íntimo, no hemos de dejar que eso castre nuestra capacidad de comunicarnos. He conocido solitarios que no eran sino personas incapaces de abrirse a los demás, ya sea por miedo a desnudar su alma o porque nadie les enseñó cómo hacerlo. La comunicación nos libera y eso se aprende, puedo asegurároslo. Normalmente nos aislamos en nuestros momentos de bajo estado anímico, quizás por lo difícil que resulta que alguien nos acompañe a estar solos. Alguien que esté sin estar, respetando nuestro silencio, sin pronunciar palabras vanas, sin apretarnos el aura. Una presencia invisible que sólo se manifieste si alargamos la mano en busca de apoyo. Todos necesitamos una mano, un gesto, un abrazo y doy fe de que lo peor que puede ocurrir es que, al lanzar un grito de socorro, no haya nadie que venga a rescatarnos. Entonces es cuando te araña la soledad anímica azuzando esa sensación de que si de repente desapareces, nadie te va a echar de menos. La primera vez que escuché la canción que da título a esos pensamientos me atraparon sus contradicciones, me fascinó ese poema surrealista que tan bien expresa cómo se desea vivir la soledad en compañía. En instantes de caos interior, una parte de nosotros desea el aislamiento para no mostrar nuestra vulnerabilidad. En contrapunto, y debido a nuestras humanas incongruencias, necesitamos saber que hay un apoyo, alguien que no nos juzga y a quien le importamos lo suficiente como para saber respetar nuestro voluntario retiro. No somos islas, eso nunca va asociado a la felicidad. La vida nos va regalando etapas exuberantes, llenas de alegría a nuestro alrededor y otras cargadas de ausencias. Los sentimientos son como una montaña rusa y nuestros momentos plenos y felices siempre tienen que ver con otro u otros seres humanos y con la subida de las sensaciones. Sin embargo el mundo parece abocarnos cada vez más a la soledad. Los medios virtuales son un buen ejemplo y aquellos que hemos vivido otra época, presidida por la presencia y el contacto, sabemos que nada puede suplir la calidez de la comunicación en directo. Sonrisa, gesto, mirada, voz… Son percepciones que nos arropan y nos hacen sentir parte de algo y de alguien. Es triste pensar en una sociedad cargada de egoísmo y sin tiempo para alargar la mano a un amigo o a un ser querido. Nadie ama la soledad y quien dice lo contrario sólo tiene miedo de necesitar a alguien y que ese alguien le falle. Acostumbra a pasar y, como gatos escaldados, nos protegemos, creando un caparazón que sólo hace que aislarnos más. Acompáñame a estar sola… Sí, difícil de pedir, difícil de encontrar. Sin embargo, como aún creo en las utopías, alguna vez, sólo alguna, en que la soledad anímica se me desborda, me atrevo a alargar la mano, dejándola suspendida en el vacío, esperando la calidez de otra mano, que me arrope el alma.