De niña tenía un gran baúl, lleno de
sueños, que guardaba celosamente en el desván de los deseos. Cada día lo abría
para seguir tejiendo retales de nuevos sueños que luego, en la adolescencia,
fui perfeccionando, con expectativas de futuro.
Más tarde, al alcanzar la edad adulta,
dejé de subir al desván. Mi vida fluía en una vorágine de compromisos y
obligaciones tanto laborales como familiares que ocupaban todo mi tiempo, sin
darme tregua a pensar en mi misma. Así mi baúl de sueños quedó postergado al
abandono y muchos de estos se oxidaron bajo el moho del olvido.
Después de esta etapa de obligado reposo
soñador, entré en la madurez. Un tiempo más mío y más libre que volvió a
despertarme el cosquilleo de trepar hasta mi desván de los deseos para
reencontrarme con mi viejo baúl de sueños. La estancia estaba llena de polvo y
telarañas, víctima de mi temporal abandono, pero mi baúl seguía allí, como un
objeto triste y solitario. Lo abrí, casi con miedo a lo que pudiese encontrar
dentro. El cierre se me resistió, sus bisagras oxidadas chirriaron, pero al fin
se abrió. La imagen que presentaba el contenido era más bien decepcionante.
Deshilachados, carcomidos, rotos y en fase de desintegro se amontonaban los
restos de mis pasados sueños. Me quedé aturdida y con ganas de llorar, al
pensar en todas aquellas ilusiones echadas a perder, muertas antes de concretarse.
Sin embargo, si algo he aprendido es la inutilidad de lamentarse, así que cerré
mi querido baúl y lo guardé como una pequeña reliquia del pasado. Limpié a fondo
mi desván de los deseos y con el radiante sol sonriéndome a través de sus
ventanas, me puse a tejer nuevos sueños, aunque esta vez sin guardarlos. Me
propuse a mi misma que dejasen de ser utópicos y les puse su dosis de realidad.
Desde entonces los sigo tejiendo y cada día, al salir a la calle, me visto con
uno nuevo. Ya nunca los guardo para que se oxiden, sino que los aireo y los vivo
con la intensidad que se merecen. Desde estas líneas les rindo un merecido
homenaje, ya que gracias a ellos me siento intensamente viva.
Mi único mantra en esta etapa de
maravillosa madurez es: No sueñes tu vida, vive tus sueños
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