Te percibo entre las sombras
como un felino acechando mi cuerpo.
La atmósfera se hace cálida y densa,
casi se pueden tocar las moléculas de pasión
que vibran en cada rincón de la estancia.
Me desnudo para ti, sin prisas,
revelando el deseo que late bajo mi piel.
Cada gesto es pura provocación,
cada suspiro un canto de sirena,
una llamada para atraerte a mis playas.
Sin pudor, dejo que la luna me dibuje
mientras trazas eróticos senderos
sobre la geografía de mi cuerpo.
Mi susurro, en la intimidad callada
reclama el
aliento de tus labios
sobre las colinas de mis pechos.
Se arquean mis caderas como una ola
clamando por ti, en un gesto de lujuria.
En un instante la urgencia rompe límites
entre un tibio fluir de saladas aguas
y ardemos en un fuego sin cenizas
inventado, sin reposo, las locuras
que pueblan nuestro navegar lascivo.
Gime el deseo como un fauno impetuoso
cabalgando por el filo de nuestras pieles
y en ese espacio de sublime fusión
se desgarra la noche, se agitan los astros
y una lluvia de estrellas estalla
rasgando los límites del placer.
Mucho más tarde,
cuando el alba perfila tus formas
sobre la arrugada sábana,
me pego a tu piel de felino amante,
siento el ronroneo de tu cuerpo
y te
abrazas a mí, en sueños.
Detengo el tiempo en el instante,
y mi mano se alza, ingrávida,
dibujando, con apenas un roce,
el color de una caricia.
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