De repente ella aparece. Es el trazo de una palabra columpiandose en el viento. La veo
elevarse, en un cósmico vuelo, poniendo pasión y acento a la voz de los sentidos. La
palabra es un refugio, un tranquilo puerto donde reposar mi insomnio y siento como las
sombras se iluminan mientras, con el tacto de los versos, perfilo caricias en el papel, que fluyen como una lluvia de notas musicales, flotando por el onírico espacio de esta
hora bruja, que lentamente me abraza.
Subyugada por ese anhelo creativo que nace de los sentidos y las rutas de la vida,
me siento en la noctámbula orilla de esta playa a dibujar poemas sobre la arena, bajo
la mirada de mi Luna de azafrán. A mí alrededor duerme la tierra y bajo un cielo de chocolate, las olas marcan
el latido de la mar.
Sé que mañana, cuando el alba deshoje sus colores, desvelandome nuevos anhelos,
subiré otra vez a mi barca y pondré rumbo a alta mar siguiendo el incesante
flujo de las mareas. Navegaré entre corrientes, dejando que sus olas me salpiquen
de vivencias mientras en el horizonte, estarán siempre despuntando las preguntas que
tal vez nunca obtengan respuestas.
Mientras prosiga mi viaje continuaré explorando playas y recónditas calas,
porque esa continua búsqueda enriquece mi esencia. Ellas serán el refugio donde
hallaré la belleza que engendra toda la magia que me permite
seguir esculpiendo cada poema de pasión y silencio que me nace del alma.
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