Se deshoja el año y cada pétalo se reboza en la brisa volando libre, desprendido por fin del calendario. Vestida de rojo lo va despidiendo, envuelta en la atmósfera felina y azul que repta por su piel, como la hiedra en primavera.
La noche es azul y también lo es la tinta de sus pensamientos que lo va dibujando. Él, el tigre azul, ya es imagen que se perfila con cada trazo. Se agita a su alrededor como surgido de la chistera de un prestidigitador.
Levita en la música que suena y se acerca a ella para enlazarla en un abrazo aéreo. Sonríen, con hilos de complicidad y la tinta de sus pensamientos dibuja aquella mirada que le corta la respiración, cada vez que proyecta aquel destello de picardía.
La mujer de rojo se deja llevar por la fascinación del sueño y deja de ser para ser tinta roja, trazo de memoria, apenas un esbozo en rojo que se enreda al trazo azul de su amante.
Ambos vuelan la noche, son cometas errantes conjugando la magia del deseo entre galaxias. La realidad se hace sueño, el sueño se materializa. Rojo y azul entre soles y lunas. Amantes en el cósmico universo de las pasiones.
Cae el último pétalo del año y en un punto inconcreto, una campana empieza a desgranar las doce. Marte y Venus se sonríen, mientras dos pieles, apenas perfiladas, inician un cortejo de sensualidad felina.
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