12/02/2013

MONÓLOGO CON UNA GAVIOTA

Ha sido esta mañana cuando la he conocido. Aterricé, en vuelo rasante, muy cerca de ella, aunque manteniendo una distancia prudencial para salir por alas si la cosa se complicaba, pues con los humanos nunca se sabe.
Era muy temprano y pocos los que pululaban por la playa a aquellas horas próximas al alba. Ella estaba sentada muy cerca de la orilla, iba vestida de verde y el incipiente sol tejía sobre sus cabellos un aura de destellos de fuego. Parecía triste, perdida, o tal vez sólo estuviese meditando. Al notar mi presencia se volvió hacia mí, con una chispa de sorpresa en la mirada y me saludó. Sí, me saludó con estas palabras:
_Hola gaviota ¿Eres una solitaria, te has perdido o te han o abandonado tus compañeras? De hecho de a igual ¿verdad? todo nos lleva al mismo lugar.
Al ver que se mostraba amigable di unos pasos más en su dirección, sentándome a escaso medio metro de dónde ella estaba. Entonces, la mujer sin nombre, se tumbó mirando al cielo y empezó a hablar. No sé si con ella misma, conmigo, o con las nubes volanderas que salpicaban la mañana de principios de Junio. Yo me quedé allí, escuchándola, aprendiendo de sus desconciertos, de sus sentimientos y de sus vivencias.
No sé muy bien, si mi humilde esencia de pájaro será capaz de transcribir lo que ella me ha dicho, pero lo intentaré.

_ ¿Sabes gaviota? Creía que ya pocas cosas podían sorprenderme. He sido una gran observadora de vida, absorbiendo como una esponja emociones propias y ajenas con la intensidad que me aporta mi lado sensible y creativo. Pensaba que ya podía hacer una tesis con lo aprendido y de repente me he dado cuenta de que no sé nada y de que en el terreno emocional  siempre somos unos novatos, pues no hay reglas, ni lógica, ni expectativas en su ilógica estructura.
Hasta hace muy poco he andado por la vida sin darme cuenta de que estaba incompleta. De hecho creo que todos estamos incompletos, ya nacemos así, aunque eso no  signifique que no podamos avanzar, vivir y seguir una ruta normal. A veces, la mayoría ni somos conscientes de que nos falta algo, las rutinas, las prisas y el tiempo del no vivir se cuidan de ello, otras algo o alguien nos sacude, nos despierta del letargo y nos maravilla y entonces se hace la luz.
Eso me ha ocurrido a mí que a pesar de todo lo absorbido, me he dado cuenta de que hay más, mucho más… algo incomparable, inexplicable y sublime. Algo que no siempre pasa y que si no pasa tampoco nos perjudica, pero que cuando aparece, es como un terremoto que todo lo agita y lo transforma. Algo tras lo cual ya nunca seremos los mismos.
Así que un día amanecí enamorada de lo imperfecto de un rostro, de un cuerpo, de una esencia, de un silencio y descubrí que se puede querer lo perfecto de las imperfecciones sin límite, ni deseos de cambiarlo. Durante un tiempo me lo cuestioné, basándome en la lógica de lo imposible, de lo absurdo, hasta que un día, aquí, junto al mar, lo vi todo muy claro: Él me complementaba, era esa parte de mí que me faltaba. Cuando estábamos juntos yo estaba completa, era enteramente yo misma, mejorada y llena de energía positiva. Luego, al separarnos, esa parte se ausentaba de nuevo, pues realmente no me pertenece del todo. Él la tiene en depósito, una fuerza superior de la naturaleza lo decidió así. Esa parte de mi, de quita y pon, hallada y perdida a ratos, siempre seguirá con él por alejados que estemos.
Una vez descubierto, eso entendí muchas cosas sobre mis sentimientos. Desde entonces aún ahora me pregunto por qué el destino me ha permitido encontrar esa pequeña parte de mi que vive en otro ser, sin él saberlo. ¿Qué finalidad tiene? Pues realmente ninguna, el problema de nuestra frágil humanidad reside en buscar siempre una finalidad a los hechos, no podemos vivir en la incertidumbre. Simplemente sucedió y me lo tomo como un regalo del azar que tal vez tenía una deuda conmigo.
Tienes suerte gaviota. Se supone que eres inmune a los sentimientos, te mueves por puro instinto y tu vida la rige la supervivencia. Nunca te plantearas esta pregunta: ¿Cuando su luz se apague, seguiré existiendo? Aunque, si he de ser sincera, no te envidio, prefiero dejar de existir y haber vivido.


Cuando he reemprendido el vuelo, la mujer de la playa se ha quedado allí, tumbada en la arena, bajo un techo de nubes mutantes, perfiladas en la tela del cielo. Se ha quedado allí, arropada por murmullos de olas, mientras una parte de sí misma, sigue por siempre prendida en la esencia de su amante.

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