Ha sido
esta mañana cuando la he conocido. Aterricé, en vuelo rasante, muy cerca de
ella, aunque manteniendo una distancia prudencial para salir por alas si la
cosa se complicaba, pues con los humanos nunca se sabe.
Era muy
temprano y pocos los que pululaban por la playa a aquellas horas próximas al
alba. Ella estaba sentada muy cerca de la orilla, iba vestida de verde y el incipiente
sol tejía sobre sus cabellos un aura de destellos de fuego. Parecía triste,
perdida, o tal vez sólo estuviese meditando. Al notar mi presencia se volvió
hacia mí, con una chispa de sorpresa en la mirada y me saludó. Sí, me saludó
con estas palabras:
_Hola
gaviota ¿Eres una solitaria, te has perdido o te han o abandonado tus
compañeras? De hecho de a igual ¿verdad? todo nos lleva al mismo lugar.
Al ver que
se mostraba amigable di unos pasos más en su dirección, sentándome a escaso
medio metro de dónde ella estaba. Entonces, la mujer sin nombre, se tumbó
mirando al cielo y empezó a hablar. No sé si con ella misma, conmigo, o con las
nubes volanderas que salpicaban la mañana de principios de Junio. Yo me quedé
allí, escuchándola, aprendiendo de sus desconciertos, de sus sentimientos y de
sus vivencias.
No sé muy
bien, si mi humilde esencia de pájaro será capaz de transcribir lo que ella me
ha dicho, pero lo intentaré.
_ ¿Sabes
gaviota? Creía que ya pocas cosas podían sorprenderme. He sido una gran
observadora de vida, absorbiendo como una esponja emociones propias y ajenas
con la intensidad que me aporta mi lado sensible y creativo. Pensaba que ya
podía hacer una tesis con lo aprendido y de repente me he dado cuenta de que no
sé nada y de que en el terreno emocional siempre somos unos novatos, pues no hay
reglas, ni lógica, ni expectativas en su ilógica estructura.
Hasta hace
muy poco he andado por la vida sin darme cuenta de que estaba incompleta. De
hecho creo que todos estamos incompletos, ya nacemos así, aunque eso no signifique que no podamos avanzar, vivir y
seguir una ruta normal. A veces, la mayoría ni somos conscientes de que nos
falta algo, las rutinas, las prisas y el tiempo del no vivir se cuidan de ello,
otras algo o alguien nos sacude, nos despierta del letargo y nos maravilla y
entonces se hace la luz.
Eso me ha
ocurrido a mí que a pesar de todo lo absorbido, me he dado cuenta de que hay
más, mucho más… algo incomparable, inexplicable y sublime. Algo que no siempre
pasa y que si no pasa tampoco nos perjudica, pero que cuando aparece, es como
un terremoto que todo lo agita y lo transforma. Algo tras lo cual ya nunca
seremos los mismos.
Así que un
día amanecí enamorada de lo imperfecto de un rostro, de un cuerpo, de una
esencia, de un silencio y descubrí que se puede querer lo perfecto de las
imperfecciones sin límite, ni deseos de cambiarlo. Durante un tiempo me lo
cuestioné, basándome en la lógica de lo imposible, de lo absurdo, hasta que un
día, aquí, junto al mar, lo vi todo muy claro: Él me complementaba, era esa
parte de mí que me faltaba. Cuando estábamos juntos yo estaba completa, era
enteramente yo misma, mejorada y llena de energía positiva. Luego, al
separarnos, esa parte se ausentaba de nuevo, pues realmente no me pertenece del
todo. Él la tiene en depósito, una fuerza superior de la naturaleza lo decidió
así. Esa parte de mi, de quita y pon, hallada y perdida a ratos, siempre seguirá
con él por alejados que estemos.
Una vez
descubierto, eso entendí muchas cosas sobre mis sentimientos. Desde entonces aún
ahora me pregunto por qué el destino me ha permitido encontrar esa pequeña
parte de mi que vive en otro ser, sin él saberlo. ¿Qué finalidad tiene? Pues realmente
ninguna, el problema de nuestra frágil humanidad reside en buscar siempre una finalidad
a los hechos, no podemos vivir en la incertidumbre. Simplemente sucedió y me lo
tomo como un regalo del azar que tal vez tenía una deuda conmigo.
Tienes
suerte gaviota. Se supone que eres inmune a los sentimientos, te mueves por
puro instinto y tu vida la rige la supervivencia. Nunca te plantearas esta
pregunta: ¿Cuando su luz se apague, seguiré existiendo? Aunque, si he de ser
sincera, no te envidio, prefiero dejar de existir y haber vivido.
Cuando he reemprendido
el vuelo, la mujer de la playa se ha quedado allí, tumbada en la arena, bajo un
techo de nubes mutantes, perfiladas en la tela del cielo. Se ha quedado allí, arropada
por murmullos de olas, mientras una parte de sí misma, sigue por siempre prendida
en la esencia de su amante.
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