Hoy me he
levantado desmotivada y gris -una también tiene sus días- Tenía dos opciones: o
bien seguir sin colores o ponerle azul a la jornada. Así que, tras un esfuerzo anímico, he optado por lo segundo
¡total para dos días que vivimos no hay que amargarse!
Lo que tenía
bien claro es que si esperaba que alguien viniese a azularme el día lo tenía
muy crudo. Era como pedir peras al olmo, que los tigres volasen y en los mares
floreciesen amapolas. Era como esperar una sorpresa azul, un susurro en la
distancia, un golpecito amigable en la espalda o una locura azul. No, no estoy
loca, ni tengo una fijación con los Pitufos, simplemente es la metáfora de mi
color sensorial, el nirvana hecho matiz... una que tiene sus peculiaridades.
De entrada,
y una vez sentada en el tren camino de Barcelona, un músico me ha regalado una melodía
azul. Ya sé que para muchos la música no tiene colores, pero para mí sí y eso
me lo he tomado como una señal y mientras Lady in Red sonaba, con mayor o menor
fortuna, yo me he sumergido en el instante perfecto.
Nada más
bajar en Plaza de Cataluña un risueño Papa Noel me ha dado un abrazo azul, sin previo aviso. Como la protagonista de un cuento de Navidad y bajo el tímido sol de diciembre, allí estaba yo, abrazada a un chico joven, con relleno y blanca barba
de por medio, mientras los dos nos partíamos de la risa… ¡a saber por qué! Hemos
terminado nuestro pícaro interludio con un sonoro beso, con sabor a pelillos
sintéticos, un guiño cómplice y un caramelo de fresa ¿Magia navideña? No, ya no
creo en ella, más bien un cruce entre chiflados con ganas de dibujar sonrisas.
He seguido
deambulando entre citas de trabajo y conversaciones neutras, hasta que ha aparecido
aquel hombre. Me ha abordado en plena Plaza Universidad para hacerme una
encuesta sobre aromas de suavizantes. El tema me ha parecido tan surrealista
como el que tras él, una jovencita fuese provista de un carrito con diferentes
botellas sin etiquetar, que se supone yo debía de oler. Me lo he quedado
mirando, con la risa a punto de estallar y en un momento ambos nos carcajeábamos
a mandíbula batiente, ante la atónita mirada de la jovencita y de los transeúntes.
El hombre, atractivo, de poco más de 50 años y bien plantado me ha contado que
después de quedarse en el paro, tras 25 años de jefe comercial de una empresa,
está como quien dice: con el agua al cuello y en esas circunstancias cualquier
trabajo, por ridículo que sea, es bienvenido. No me preguntéis cómo, pero hemos
terminado enredados en una conversación sobre filosofía -de la cual se me ha
confesado un enamorado- mientras la jovencita bostezaba ostensiblemente recostada en el carrito de los suavizantes. Al final no los he
olido, aunque sí que le he dicho que soy de aromas florales,
pero su instante azul ha sido glorioso en mi mañana. Desde estas lineas le saludo.
Un menú en “Els
4 Gats” rápido y con connotaciones de nostálgico azul ha marcado un paréntesis en
la jornada. Más tarde, el café con un cliente ha perfilado futuros y exitosos proyectos
laborales, por supuesto azules. Y para terminar, ya de retiro, alguien que conozco me ha
sorprendido con un “De repente me acordé de ti ¿Qué tal tu vida?” Tal vez os
parezca una tontería, pero ha sido un cosquilleante whatsapp azul de una persona que, sin ser
gran amigo -o eso creía- se ha interesado por saber si había vida al otro lado
de mi móvil. Desde aquí le mando un beso.
El regreso
en tren ha sido de aquellos al estilo sardinas en lata, pero mi jornada ya estaba teñida de
azul y nada, ni el enlatado, ni la cháchara de la mujer de al lado, bien pegadita a mí y hablando, o mejor gritando a pleno pulmón, vía móvil, con su amiga Trini -que deduzco sorda- poniendo verde a “La Paqui” me
la iba a desteñir…. A pesar de sus más de 30 minutos de duración.
Ahora, ya en
casa, sigo sin cambiar de gama cromática, por lo menos por fuera pues llevo mi albornoz de estampado de
tigre, de un bonito y sugerente azul. Creo que por hoy ya he llenado el cupo de
ese color, aunque quien sabe si de aquí a la noche, hasta que apague las luces
y me arrebuje bajo las sábanas algún fauno travieso, me regala una fugaz y
sorprendente pincelada de intenso y pasional azul, de esas que agitan todos los
sentidos. ¿Peras al olmo… y por qué no?
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