¿Locura o amor?... La pregunta levita en la mañana de
noviembre, entre los átomos de luz que bailan sobre las aguas. Se evapora en
espirales doradas entre trazos de nostalgia dibujados en la arena de la playa.
Huellas de una historia importante que fluctúa en un ir y venir de gestos, en un ser y no ser de caricias, en un adormecer de sentires.
¿Locura o amor?... La pregunta se repite en cada una de las
olas que marcan la cadencia del rompiente, reverbera entre sonrisas de espuma y
se disuelve en el mapa del aire, apagando el rumor de la respuesta. Sólo queda el líquido murmullo flotando entre los ritmos del nuevo día y la incertidumbre, haciendo equilibrios
en el vértice de la nada.
¿Locura o amor?... La pregunta se abraza a la brisa que le
roza el rostro, se enreda con ella en el fuego de sus cabellos, se detiene a
penas un instante y luego se aleja para acariciar otras pieles y cuestionar a
otras almas. Tras su paso solamente queda un eco lejano, apagado por las voces
de los vientos. Un eco que vuela con ellos a ninguna parte, para no regresar.
¿Locura o amor?... La pregunta baila con las gaviotas, se cuelga
de sus alas, retoza en rítmica simbiosis con su vuelo majestuoso y libre, elevándose hasta rozar las
nubes. La acogen silencios de algodón y pinceladas azules esparcidas por el
cielo. La ve alejarse hacia un confuso horizonte donde la distancia, o tal vez una voluntaria miopía le borra el perfil de la
respuesta.
¿Locura o amor?... La pregunta insiste, la provoca, se hace urgencia y en
ese instante, ella, la mujer de la playa, empieza a reírse, hasta que su risa
se une al murmullo de las olas, al susurro de la brisa y a los chillidos de las
gaviotas. Se ríe de sí misma, de su fragilidad y sentimientos, columpiándose en
el vértice de la locura, suspendida en la cuerda floja del amor.
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