11/03/2013

SOLA

Se habían encontrado otras veces, de hecho habían compartido muchos momentos, la mayoría en silencio, algunos de reveladoras palabras. Ella tiene esa facultad de poner voz a los defectos, a las debilidades y a todo aquello que a veces queremos eludir, más que nada para no sufrir.
Fue una mañana de principios de noviembre. Una de esas mañanas en que la meteorología parece ir por libre y se empeña en que el otoño se convierta en cálida primavera. Andaba por la orilla dejando que las olas se enredaran entre sus pies dibujando filigranas de espuma, cuando volvió a notar su presencia. Antes de verla la percibió, sintió el suave chapoteo de sus pasos acoplado a los suyos, noto su aura rozándola y lo supo: ella había regresado.
Sus esporádicos encuentros nunca eran deseados. Ella siempre ponía el dedo en la llaga y era preferible evitarla. Sin embargo debía de reconocer que la hacia meditar y ese ejercicio de exploración interior le era muy útil para mostrarle su lugar y el camino a seguir.
Así que cuando la saludó, respiró hondo, disponiéndose a soportar su vapuleo verbal. Entró suave, hablándole de todo y de nada a la vez. Le contó pequeñas historias de su pasado, detalles en apariencia sin importancia, a los que iba añadiendo su porque y su trasfondo más oculto, aquel que nace en el subconsciente. La trajo al presente y poco a poco, fue haciendo añicos cada una de sus mirificas ilusiones, creadas a partir de azules sensaciones hechas de deseo y piel. A medida que la conversación fluía la implicación mutua era mayor. Seguían paseando por la orilla, a ratos ironizando o enzarzadas en una en una feroz discusión. Como hacía siempre que se encontraban, le recitada un rosario de verdades que ella ya sabía, pero que no quería oír.
Nada le habría gustado más que poder hacerla desaparecer y con ella sus palabras y todo aquello que le constataban, pero ella no era fácil de eludir. De hecho deshacerse de ella era como perder una parte de si misma, aquella parte lógica que acota los sueños perfilando las verdaderas realidades.
A pesar de ser consciente de demoler su moral, siguió hablando y hablando, lanzando dardos, rasgando sentidos, arañando, hiriendo, hasta que ella se dejó caer sobre la arena, con las manos en el rostro y las lágrimas escociendo en los ojos. La solitaria playa se volvió fría de repente, perdió la noción del tiempo y la capacidad de seguir oyendo, sumergiéndose en un mundo neutro y amorfo, para recomponerse.
Lejos de ella la vida siguió girando, el sol haciendo ruta y las gaviotas bailando en el aire... fue mucho más tarde cuando volvió a mirar el mar, dejando que su brisa le secara las lágrimas.
La otra, aquella presencia punzante y familiar a la vez, ya no estaba, o tal vez si. Sólo la había amarrado de nuevo al fondo de si misma, para amainar el temporal anímico y poder seguir navegando hasta encontrar su puerto.
Empezó a trazar símbolos sobre la arena mojada. Trazos que compusieron palabras. Palabras que rozaron las olas como besos furtivos.
La brillante luz del sol creó fugaces destellos sobre aquella frase, medio borrada por las aguas, donde aún se podía leer: NO ME PUEDO PERMITIR EL NAUFRAGIO, PUES ESTOY SOLA


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