11/04/2013

SERES ERRANTES

Cuando, sin previo aviso, aterrizas en mi mente paseándote a tus anchas por el laberinto de mis sentidos, constato que: desde alturas estelares, desde tu complejidad urbana, desde donde respiras, duermes y laboras, habitas en mi piel y en mis sueños. A veces ausente, incorpóreo, centro huidizo de todo y de nada, pero nunca indiferente. Entre el silencio eres  un eco lejano, un suspiro que regresa, me enlaza, me achucha  y cosquillea, preservándome del cierzo helado de la melancolía.
Soy pintora de instantes captados por los sentidos, pequeñas cosas de gran magnitud, dignas de inmortalizar. Cuando compongo tu acuarela, el pincel de mis días te dibuja como una ráfaga de luz que evoca deseo y pasiones, acercándose a mí entre lunas y soles, mares y estrellas, asfalto e islas de ensueño. Envuelto de una azul atmósfera se perfila el puente estelar que nos une, convertido en metáfora del vértigo de sensaciones que desatan los ritmos, o tal vez simplemente sean las cómplices sonrisas, el color de tantas palabras enlazadas alrededor de una copa de vino, o el apetito de los cuerpos al filo de la medianoche. No sé, tal vez sea una mezcla imposible de definir, como lo es todo lo que no se rige por leyes humanas.
Abrazado o perdido, quizás hallado, eres en mi memoria el reflejo vivo de escenas paganas, de bacantes y faunos celebrando los placeres de la vida en un espacio sin veda ni tiempo. Te llevo tan profundamente tatuado a fuego en la piel de mis sentidos que hasta cuando crees que te olvido, envuelta en nubes de silencios, estoy continuamente escribiéndote en el papiro de mis más íntimas emociones. Si, ahí de donde nacen mis locos versos, mis lunáticos cuentos y todas las palabras que lanzo al viento.
No sé en qué momento, o si tendrá fin esta extraña fusión que atemporalmente nos lleva y nos trae por el parque temático de la existencia. En una eclosión de lucidez ilógica me apetece imaginar, que tal vez en otra vida fuimos hechizados por la asombrosa pasión de una noche perfecta y eso nos convirtió en dos seres errantes -agua y cielo- que hace mucho se desglosaron de un único átomo que eternamente busca su recomposición perenne.





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