7/21/2014

SABOREAR LA VIDA


La tarde se desnuda lentamente de sus pétalos de luz, dibujando una danza obscena en el horizonte. Un grupo de gaviotas navegan por el océano celeste cortando las olas de la brisa. El puerto se cierra como un abrazo alrededor de las barcas y su latido es la salmodia de los mástiles rasgando el silencio.

Más allá, por los pasillos urbanos de la ciudad, sus habitantes se mueven con prisas y sin horizonte. El día que agoniza oscurece sus miradas y su rastro se pierde en la dureza del asfalto. Inmersos en sus rutinas no se atreven a parar el tiempo para disfrutar del placer de ser ellos mismos. Rodeados de sonidos y huérfanos de palabras corren a esconderse bajo los tejados, para congelar por unas horas su vagar atropellado. Pocos serán conscientes de la magia de la luna o del pícaro titilar de las estrellas que brillan sobre la piel del mundo.

Yo sigo paseando por el puerto, huyendo de la marea urbana, buscando el sabor de la vida. El secreto sabor de las cosas sencillas, que tal vez no empujan a grandes cambios, pero incitan a los sentidos a salir de su letargo y dejar de no hacer nada.

Respiro el crepúsculo y ese aroma de recuerdos que lo envuelve. En un instante la cárdena tela del horizonte se llena de imágenes y con tinta azul las resigo, gozando del libre trazo de mis sentidos.

Mucho más tarde regreso a casa por las calles casi desiertas. Ha anochecido y los ojos de luz de las fachadas son pequeños escenarios del teatro de la vida abiertos al voyerismo ajeno.

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