Rozando el crepúsculo me siento a
escribir pensando en las pequeñas cosas que han llenado mi día. Al fin y al
cabo son esas vivencias cotidianas las que ponen color a la jornada y le dan
sentido.
No voy a hacer un informe detallado de
cada uno de mis pasos, porque siempre se ha de guardar algo de privacidad.
Aunque seguro que si lo hiciese más de uno pensaría que no ha habido nada tan fuera
de lo común como para dibujarme colores.
Tal vez compartir un curso con futuros
emprendedores no sea nada especial, pero sí que lo es el comprobar que hay personas
que persiguen sus sueños y están dispuestas a intentar lograr sus metas, sin
temor al esfuerzo. Quizás un arroz a la cubana no sea el plato estrella de un gourmet,
pero compartirlo en un ambiente familiar de chicos ruidosos y alegres le pone
otro acento, más allá de los ingredientes.
Cosas sencillas como un trayecto en
tren, pueden convertirse en un espacio ideal de inspiración y aquel par de
músicos que te sorprenden por su buena conjunción de voces y ritmo, te hacen
bailar los pies. Ver el mar deslizarse tras las ventanillas y enamorarse del
trazo de sus olas es una gozada.
Un gesto, una sonrisa y una cómplice armonía
son un bálsamo para el espíritu, a la vez que cosquillean los sentidos.
Programar un viaje con ilusión, tomarse un instante para aquello que realmente
apetece, saborear el momento y cada regalo de vida. Respirar la noche que se
acerca y saber que alguien nos ha acariciado el alma. Sentir palpitar el mundo
y saber que la luna va camino de su plenilunio y acostarse con un deseo en el
corazón.
Como veis, nada extraordinario, pero
maravillosamente cotidiano y lleno de átomos de energía positiva.
Ahora os dejo, creo que saldré a bailar
con los pájaros para celebrar este crepúsculo de mil colores.
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