8/08/2017



Avanza el crepúsculo por un territorio de nostalgias, como un sueño que se resquebraja en el horizonte. La silueta del tamarindo se recorta sobre un cielo salpicado de llamas. Los muros de la vieja casa han sido camuflados por la hiedra y en el jardín reina un desorden vegetal, producto del abandono. Me abrazo a la brisa, el presente se diluye y los recuerdos se elevan libres como gaviotas. Retrocedo en el tiempo y dejo de ser, para volver a ti...

Me recreo en aquel verano, retozando en las orillas de tu playa, mojándome en tus olas y besando la espuma de tu sonrisa. Vuelvo a saborear el placer de reposar en las dunas de tu cuerpo, hasta vaciar el reloj de arena de todos los tiempos. Una vez más esculpo caricias en tu arenal y me dejo seducir por el sol de tu mirada hasta los confines de la medianoche. Soy luna en tu hora bruja, tejiendo susurros de neón y estrellas, mientras escribo poemas sobre el asfalto de tus días. Los perfilo en los folios de mi mente y en el perfil de tu piel, componiéndo tu sensual estrofa de horas quietas y albas de fuego... Si, aún te escribo.

El crepúsculo ya se ha despeñado tras el horizonte y una lluvia de sombras me rodea, devolviéndome al presente. La pulsación del mar es serena, cadenciosa como un mantra. Sentada en el olvidado jardín espero el avance silencioso de la marea nocturna sobre un mar de cristal y sueños rotos.

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